Esta tarde, mientras estaba yo escribiendo uno de esos largos e intensos correos que me brotan de vez en cuando, suena el teléfono: ¡¡Ring!! Número desconocido, pero descuelgo.
- ¿Diga? Y una voz de mujer joven:
- Mire, tengo en mi teléfono una llamada desde ese número y quiero saber que es.
- Pues yo no he llamado a nadie. ¿Quien es ahí?
- Soy Carmen.
- Siento decirle que yo no he llamado a ninguna Carmen.
Cuelgo, sigo con mi correo y vuelven a llamar del mismo número. La misma voz, ya irritada y perentoria.
- Le estoy preguntando que quien me ha llamado desde ese teléfono.
- Y yo le contesto que nadie la ha llamado, que será una equivocación. Lo siento.
Y cuelgo.
Vuelve a sonar, aunque esta vez no lo atiendo. Un parpadeo me avisa de que tengo un mensaje en el contestador, lo oigo y resulta que la tal Carmen me ha dejado -a gritos- una larga perorata.
- He llegado a mi casa y he visto que alguien me ha llamado desde ese teléfono. Le pregunto a usted, porque tengo derecho a enterarme, y, en vez de explicarme si me ha llamado por error o si quería algo de mí, me dice que lo siente y cuelga. ¿Que es lo que siente? ¿Ser una maleducada? ¡¡¡IDIOTA!!!
Manda güevos, que dijo aquel.