Te vi por última vez en aquel homenaje que te hicieron por esta época en la Casa de los Tiros. Estabas ya muy anciana y enferma, pero aguantaste el tirón con esa indiferencia amable de la persona a la que ya le va sobrando todo. Voces jóvenes bien timbradas y con perfecta dicción leyeron tus poemas, pero a mí me gustaron más cuando los leíste tú a tropezones, equivocándote, pero dándoles el sentido y la entonación justa, la que tú le habías puesto al escribirlos.
Antes de eso, muchos años antes, cuando tú eras aun joven y yo casi una niña, me dedicaste el primer libro tuyo que leí: El alma desvelada. Y aquellos poemas que hablaban de soledad y desamor tuvieron eco en una vida que empezaba y casi fueron el presagio de muchas soledades y desamores que vinieron luego.
Eran los años 50, yo tenía 16 o 17, me gustaba la poesía e intentaba escribirla desde los 15. Había empezado leyendo a Bécquer, después llegaron Juan Ramón y Lorca, y pronto pasé a lo que se publicaba entonces, pero, sobre todo, me gustaba leeros a vosotros, los “poetas locales”. Acudía a vuestros recitales y me mojaba con vosotros recibiendo a la primavera en la Alhambra. Y entre todos tú me parecías la mejor. Me sabía poemas tuyos de memoria, en Bib-Rambla recitaba “Tilos que sois la plaza y enhebráis a la plaza”… y cuando pasaba por tu casa al anochecer miraba tu ventana encendida y te imaginaba escribiendo aquellos poemas que me llegaban tan hondo.
Todo esto lo estuve recordando mientras en el homenaje se desgranaban tus versos bajo el artesonado renacentista de la Cuadra Dorada. Y aquella noche te escribí porque tenía que decirte todas estas cosas antes de que fuera tarde. Tu respuesta llegó en Navidad, en una carta que quizá fue de las últimas que escribiste, ya que no mucho después me dijeron que habías ingresado en la clínica con tu hermana Asunción. Las dos juntas como estuvisteis toda la vida. Y juntas os fuisteis con pocos días de diferencia.
Ahora que el otoño está tintando de amarillo nuestra ciudad, vengo a recordarte aquí, poeta de los amarillos, poeta de otoño, elenamente triste, Elena.
Otoño fértil
“Para ser joven haberlo sido”.
A.Machado
¿Qué me darías, Abril, si yo te diera
este mi otoño fértil,
y se mezclara el gozo de tus brotes
al quebrarse, sin voz, mis hojas secas?
¿Qué me darías, Abril, si yo te diera
la sangre de mis venas,
y la alegría, roja, de tus rosas
aromarla al olor de mi tristeza?
¿Qué me darías, Abril, si yo te diera
esta mi angustia de saber que existes,
y yo sin primavera?