En octubre, y más por comodidad que por otros motivos, fusiono en un solo paquete los servicios de teléfono fijo, ADSL y móvil que tengo contratados con mi operadora de toda la vida. Bueno, no, el móvil lo tenía con otra operadora que me ofreció el oro y el moro para que no me fuera, pero yo, sin la menor piedad, abandoné lo rojo para irme hacia el azul, alegando que quería tenerlo todo junto para evitar duplicidades y para mayor claridad.
Pero sí, sí, claridad. En la factura de noviembre aun no se refleja el cambio, pero en diciembre me llega una factura mitad y mitad, parte de un “plan”, parte de otro, y ante tal galimatías y aunque veo cosas raras en ella, opto por esperar al mes siguiente, enero. Que llega como todo lo irremediable, se me despeja la niebla y veo claramente lo que entreví el mes anterior: que me estaban cobrando unos servicios que no sabía que tenía, pues al parecer estaban englobados bajo el concepto Línea Individual. Estos servicios son tan inútiles como la llamada a tres y el desvío de llamadas, tan obvios como la identificación de llamada y tan misteriosos como el Mantenimiento Integral, que a saber lo que significa realmente. Pero entre todos, me suponen un buen aumento en la cantidad que cuando contraté la fusión me juraron por todos sus difuntos que iba a ser lo único que pagaría. Ni un céntimo más dijeron las chicas de la tienda azul donde, en premio por mi fidelidad, me entregaron un móvil último modelo del 2005.
Y allí voy con mi queja, a la tienda donde firmé el contrato, pero resulta que ya no están esas chicas, que hay otra que no entiende de barcos y me remite al teléfono de atención al cliente, a donde llamo en día de fiesta y a horas tempranas, para evitarme la larga sesión de musiquilla y advertencia de que no me retire, de que en breve me atenderán como está mandao. Con mucha suerte me contesta un operador de los que se le entiende lo que dice (que ya es raro) y yo, inocente, le cuento mis cuitas, le digo qué de donde salen esos servicios, me dice que yo los tenía contratados, le digo que me muestre el contrato, me dice que si los llevaba pagando tantos años sería porque los tenía contratados, le digo que yo no sabía que los tenía porque ellos se habían guardado muy bien de mostrarlos y solo ahora han aflorado como por arte de magia. Total, que tras una larga e inútil discusión, concluyo en que lo único que cabe es darme de baja en esos servicios, todos menos la identificación de llamada, que es necesaria y que yo juraría que antes era gratuita. Tras muchos tecleos me da de baja, me despido y no contesto cuando me llaman para la encuesta de satisfacción. Oiga, señor mío, ¿me dice usted a mí de que tengo que estar satisfecha?
Pero pasa otro mes, estamos en febrero, llega la factura… y otra vez los dichosos servicios aumentando lo que ya de por sí está bien alto. Vuelvo a llamar y tengo de nuevo la suerte de que me responda una chica que habla mi idioma, con la que esta vez solo discuto que no me dieran de baja en esos servicios cuando lo pedí. Acepta mi reclamación, me da un número de la “incidencia”, luego otro de la reclamación de lo cobrado indebidamente, terminamos tan amigas, pero queda en el aire la sospecha de si en mi reclamación del mes pasado hablé con un empleado de la operadora o con un señor que pasaba por allí.