Hace unos años se mudó a la casa en donde vivo un vecino con el que pronto hice amistad porque ya lo conocía profesionalmente. En la primera Junta de Comunidad que se celebró después de su llegada, se presentó sin su mujer y, cuando le pregunté que por qué no había ido, dado que sería la ocasión de conocer a los vecinos, me contestó extrañado: ¿Ella aquí? ¿Para qué? En esto no pinta nada. Lo suyo es hacer el arroz que le sale muy bueno. Yo me sonreí pensando que lo decía en broma, pero pronto comprobé que era totalmente en serio. Y aquel hombre tenía en ese momento no mucho más de 50 años.
Poco después, su mujer me confesó, con la tranquilidad de lo irremediable, que no sabía ni donde su marido tenía “los papeles” y que, si le ocurría algo, ella podría verse en un apuro.
Malo y machista por parte de él, pero también malo y machista por parte de ella, que había consentido una situación así. En estos tiempos y en parejas aun jóvenes me parece inaudito, pero sin embargo es más corriente de lo que pensamos.