Hace ya algún tiempo y en el trascurso de una conversación, una persona amiga me formuló con resentimiento esta pregunta: ¿Qué me ha dado a mí España? Y a mí, a bote pronto, lo que me vino a la memoria fue la célebre frase de Kennedy: No preguntes lo que tu país puede hacer por ti; pregunta lo que tú puedes hacer por tu país.
Sin embargo, desde entonces le he dado muchas vueltas al asunto y he pensado que esta persona si, por ejemplo, hubiera nacido en Noruega, no tendría la piel tostada por el sol porque lo vería escasamente, pensaría en otro idioma y lo hablaría con otro acento, no tendría sus raíces hundidas en una cultura andalusí ni consideraría a Boabdil su último rey. O sea, que sería alguien totalmente distinto. ¿Puede decir, entonces, que no ha recibido nada del país donde nació?
Lo que nos lleva a dos cosas muy dispares, a lo del hombre y su circunstancia de Ortega y a aquella canción de Chenoa Soy lo que me das. Yo he pensado siempre que algo traemos “de fábrica”, pero que en gran parte somos lo que nos hacen los demás, lo que nos va aportando a lo largo de nuestra vida el país y el lugar donde nacemos, la familia en la que crecemos, las personas que nos rodean y que nos dan su amor... o su odio. Somos todo eso y, sin eso, no seríamos lo que somos.