Hoy voy a hablaros de dos amigos, amigos míos y, sobre todo, amigos entre sí. Se trata de Francisco Gil Craviotto (en adelante, Paco) y Antonio García Carrillo (en adelante, Nono, Nono Carrillo, como firmaba sus cuadros)
Se conocen muy jóvenes en Granada, a mediados de los 50, cuando Nono se forma como pintor en la Escuela de Artes y Oficios y Paco estudia en la Facultad de Derecho, aunque su vocación es ser escritor. Años después, Nono marcha a Alemania, dejando ya en Granada una obra consolidada como pintor y, pasado algún tiempo, Paco inicia también su exilio en París, donde en un principio da clases de español en una academia, luego se licencia en Letras por la universidad París IV y trabaja como profesor de español en una multinacional que se expande por América del Sur. Pero la amistad sigue, se ven, se visitan, los viajes de París a Hamburgo y de Hamburgo a París son frecuentes, mientras luchan por abrirse camino en un país que no es el suyo. Trabajan, forman una familia, tienen hijos, dos hijas ambos, y la amistad permanece inalterable. Paco, desde su casa en Les Mureaux, muy cerca de París y a orillas del Sena, se entusiasma con las clases de Lengua y Civilización que, en tiempos de Adolfo Suárez, organiza la Embajada de España para los hijos de inmigrantes españoles y se incorpora a ellas como profesor, crea un nuevo método que facilita esta enseñanza y, como remate, cuando se abre la Casa de España en Les Mureaux, es elegido vocal de cultura y se esfuerza en darles a sus compatriotas, emigrados o nacidos en la emigración, cine español y excursiones culturales. Por su parte, Nono en Hamburgo hace lo propio, creando una tertulia cultural con el nombre de El butacón, por la que pasaron multitud de personajes relevantes de la cultura española, y una revista de poesía, Viento Sur, “abierta a todas las plumas de la emigración hispana”, como ha escrito Paco de él recientemente.
El tiempo pasa y sigue la amistad, siguen los viajes Francia-Alemania, Alemania-Francia, juntas las dos parejas habían visitado el muro de Berlín pocos días después de su caída y, por supuesto, a lo largo de todos estos años, se han visto cuando coinciden en Granada en vacaciones. Pero el tiempo sigue pasando, llega la hora de la jubilación y la vuelta a la tierra definitiva, Paco se instala en Granada y Nono fija su residencia en Torrenueva, en la costa granadina. Y ahora el trato puede ser aun mayor, hasta el punto de que, en una ocasión, Paco pasa unos días ingresado en el hospital de Motril por una enfermedad surgida repentinamente estando en casa de Nono. Y, por supuesto, siempre que Paco participa en algún acto cultural o es protagonista, como en la presentación de sus libros, Nono viaja desde la costa, con su bufanda y su gorra de visera, para estar al lado del amigo.
Hasta que este verano, el 18 de julio, muere Nono a los 86 años y cabría decir que la amistad ha llegado a su fin. Pero yo no lo creo y pienso que cuando, hace unos días, el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada homenajeó a Paco, Nono estaba allí, entre el público. Como siempre. Porque la muerte no acaba, no puede acabar, con una amistad de más de sesenta años. “Muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Cor 15,54-58)