Imagen tomada de Wikipedia
En Diciembre hizo 44 años que me mudé a esta casa. Con ello estrené la experiencia de vivir en un edificio de pisos, pero es que, además, supuso para mí conocer un tipo de personas que hasta el momento no había conocido o me habían pasado desapercibidas.
Cuando fuimos tomando contacto los vecinos, empezamos a visitarnos, enseñándonos los unos a los otros nuestros respectivos pisos… y ahí llegaron las sorpresas. Muchos de ellos habían hecho mejoras sobre lo que entregó el constructor, mejoras que probablemente les había supuesto otro tanto del precio del piso. Vi cuartos de baño a los que nos les faltaba más que los grifos de oro de los jeques orientales. Vi cocinas ampliadas con la habitación de al lado y con muebles de diseño italiano. Vi cambios de suelos a un mármol mucho mejor, paredes forradas de raso o madera… Un lujo deslumbrante en algunos pisos, que reflejaba los buenos ingresos de los que los ocupaban.
Pero ahora viene la mayor sorpresa. En esos pisos lujosos no había un solo cuadro. A lo sumo, el tradicional –entonces- cuadro de tienda de muebles, con su lago y su ciervo. Ni un cuadro, ni un mueble importante, ni ningún otro objeto valioso. Y no solo esto. Tampoco había libros, ni siquiera los comprados por metros o por colores (seis tomos verdes, seis rojos con letras doradas en los lomos) Me dije entonces que aquellas personas no tenían nada que ver con las que había conocido hasta entonces, que la sociedad había cambiado mientras yo estaba en otras guerras.
Como digo, han pasado 44 años y a lo largo de ellos, muchas veces he pensado en esto y hasta he mantenido discusiones sobre el valor objetivo y el subjetivo de las cosas que elegimos para que nos rodeen, para convivir con ellas.
Me explico.
Hay cosas que tienen un valor por sí mismas, independientemente de nuestro gusto o nuestras preferencias. Por supuesto que ese valor se lo hemos dado nosotros, generaciones, culturas, civilizaciones… pero ya es un valor objetivo, no subjetivo. Pues bien, esta premisa ahora se discute. Te dicen tranquilamente que tener un Goya “ya no mola”, que ahora se prefiere enmarcar una tela o un papel pintado. En estas discusiones, yo he puesto a veces un ejemplo, que no es del todo exacto, pero se aproxima. He dicho que un diamante siempre es un diamante, que lo fue hace un siglo, lo es ahora y lo será el siglo que viene. Independientemente de que no nos guste llevar joyas o nos vuelva locas la bisutería. Pues ni así, ni siquiera este ejemplo las/los convence de que un cuarto de baño lujoso o una cocina “de ensueño” no son un valor en sí, entre otras cosas, porque dentro de cinco años ya están pasados de moda, ya no cumplen la misma función, ya no “sirven” y se pueden cambiar por otros fácilmente. Solo es cuestión de dinero. Mientras el Goya, dentro de cinco años es el mismo Goya. Y dentro de cincuenta y de cien. Es un valor objetivo y la cocina tiene el valor que cada uno le da. O sea, subjetivo. Y, tristemente, en este momento se le da más valor que al Goya.
Como decían Las Niñas en “Ojú”:
Tiempo extraño, tiempo raro,
pa la peña en este planeta.