El domingo pasado reflexionamos sobre la Cuaresma con palabras de un poeta que acababa de conocer en una hoja parroquial. Este domingo de Resurrección, cuando los cristianos celebramos la Vida, la de Jesús y la nuestra, me gustaría hablar de algo de lo que se ha hablado muchas veces, pero que es muy importante en nuestras vidas: La amistad. No de esa amistad de “Me mandas un guasah y nos vemos algún día”… sino de la auténtica amistad, de la amistad que es cariño y cercanía. Y aceptación por ambas partes. Lo principal, a mi juicio.
Y cuando hablo de aceptación estoy refiriéndome a que no basta con querer a una persona, sino que hay que aceptar como es y quererla con lo que tiene de bueno y lo que tiene de malo. A las personas no se les puede partir en trocitos y quedarnos con los que nos gustan, rechazando los que no nos gustan. Somos un todo y se nos acepta como somos… o se nos rechaza. No caben medias tintas ni condiciones. No cabe condicionar la amistad a que la otra persona cambie de forma de ser, porque eso no lo vamos a conseguir nunca y lo único que conseguiremos es echar por tierra esa amistad.
¿Estáis de acuerdo, Amigos? Pues a celebrar el día como Dios manda...