Desde hace muchos años, periódicamente y cada vez que cambia el gobierno, el correspondiente ministro de Sanidad expone, como un descubrimiento, que hay que terminar con las mutualidades MUFACE, ISFAS y MUGEJU, o sea, la de los funcionarios civiles del Estado, la de los militares y la de los funcionarios de Justicia. Acabar con ese “privilegio de unos pocos, que están en la Sanidad Privada”. Pero cuando alguien de su gabinete le advierte de que se integrarán en la Seguridad Social varios millones de personas, cae en la cuenta de que la Seguridad Social se colapsará más aun de lo que está, que harán falta más hospitales, más centros de salud, mucho más personal sanitario, etc. Y el luminoso proyecto se guarda en un cajón hasta que el gobierno siguiente lo saca de nuevo, echa cuentas… y lo vuelve a guardar.
Meditando sobre esto últimamente, he llegado a la conclusión de que este gobierno, ayudado por los gobiernos autonómicos, ha optado por acabar con las mutualidades acabando con los mutualistas. Sí, habéis leído bien: acabando con los mutualistas.
En abril del 2020, escribí indignada sobre el problemazo que se nos había presentado al cerrar los médicos sus consultas y, no teniendo tarjeta electrónica para las recetas, nos encontramos con que no podíamos acceder a los medicamentos de nuestros tratamientos médicos. Esto duró bastante tiempo y cada cual se las arregló como pudo para conseguirlos, pero muchos tuvieron que racionarlos y otros prescindir de ellos, por lo que no me parece nada extraño que esos muertos que están “sobrando” en las estadísticas y que no se contabilizan entre los fallecidos por Covid, sean los viejos y viejas que dejaron de tomar su pastilla de la tensión, la del azúcar o el colesterol, o los que se desnutrieron porque les faltó el antiinflamatorio que les permitía ir al super. No fueron víctimas de la pandemia directamente, pero sí víctimas colaterales.
Pero es que, en febrero del 21, llega por fin la vacuna, y entonces, tengo que volver a escribir sobre lo que significa para una persona muy mayor desplazarse varios kilómetros a un lugar que no conoce. Incapacidad, ansiedad, preocupación… y otros cuantos viejos que se van al otro mundo antes o después de recibir la vacuna.
Y llegamos al momento presente, a la tercera dosis. En las dos anteriores, todos los andaluces mayores de 80 años recibimos un aviso, telefónico o postal, de la Seguridad Social citándonos muy lejos, pero citándonos. Esta vez no, esta vez han optado por lo que llaman “autocita”, es decir, que tienes que ser tú quien se busque la vida si quieres vacunarte y disponen que cada cual la pida en su Centro de Salud, como es lógico. Muy lógico y natural, pero ¿qué ocurre con los mutualistas que no pertenecen a ningún Centro de Salud de la Seguridad Social? Pues que no son admitidos, que se entra, mediante certificado electrónico, en ClicSalud o se llama a Salud Responde, los servicios de la Junta de Andalucía, y te dicen que a los centros de salud no acudas porque allí no hay vacuna para ti, que debes acudir a los Centros de Vacunación Masiva, cerrados desde hace tiempo, ilocalizables y desconocidos hasta por el que contesta en Salud Responde. Un señor o señora, que se limita a decirte a modo de disculpa que esto te pasa porque tú estás “en la Sanidad Privada”, lo que, a fuerza de oírlo, le hizo saltar a esta mutualista que escribe y levantar la voz algo más de lo correcto para decir: Perdone, pero yo no estoy en la Sanidad Privada, sino en el SISTEMA NACIONAL DE SALUD, que es lo que encabeza mis recetas, y tengo el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a ser vacunada en las mismas condiciones que los demás. Lo que, por supuesto, no le sirvió a esta que escribe más que para aumentar su tensión arterial y tener que tomarse una tila antes de ir a la cama.
Nota: Puedo añadir que, mediante un recurso que no voy a mencionar, tengo mi cita en un Centro de Salud próximo, pero aun no se si me inyectarán la vacuna anti-Covid, la de la gripe (que ya he recibido en mi entidad sanitaria)… o la del sarampión y las paperas, pues de todo eso habla en el resguardo que me dieron y así aparece en mi ficha de ClicSalud, junto con las anteriores dosis que recibí. Si en diciembre sigo escribiendo aquí, es que todo ha salido bien, a pesar de los intentos de la Junta de acabar con la bestia parda de MUFACE acabando, poco a poco, con los mutualistas más vulnerables.
* * *
Actualización: 1 de diciembre, día de la cita. Paso el día
nerviosa esperando la vacuna. Llegado el momento, me visto con el “equipo de
las vacunas”, una camiseta sin mangas bajo el anorak, para facilitarle el
trabajo a la enfermera, que da agobio verlas en la televisión a tirones con las
mangas para descubrir el sitio donde inyectar. Salgo de mi casa ya de noche y
hace frío con tan poca ropa, pero no me importa porque voy a recibir –por fin-
la vacuna tan esperada y peleada. Ya en el Centro de Salud, espero bastante
rato mientras van llamando a las personas que están antes que yo. Por fin oigo
mi nombre y entro en la consulta, me quito el anorak y miro a la enfermera que sostiene
en su mano MI DOSIS. Pero el médico me dice que yo recibí
una determinada marca y esa se les ha terminado, que si acepto que me pongan
otra. Le digo que sí, que me pongan la que sea, pero que me vacunen de una vez.
Desnudo completamente mi brazo esperando el pinchazo, pero la enfermera y el
médico hablan en voz baja, miran el listado que tienen delante y el médico me
dice que lo han pensado mejor y la dosis que iban a ponerme será para un paciente que recibió esa vacuna en las anteriores
dosis, y que yo tengo que esperar a que reciban de la mía. Enfundo mi brazo, me
voy y, en la entrada, me cruzo con un señor, al que miro con envidia porque va a
recibir MI DOSIS. Aparenta poco más de 60 años y buena salud, yo tengo, como
mínimo, 20 más que él y los achaques propios de esa edad; si él coge el bicho,
será leve, para mí puede ser mortal, pero la vacuna es suya, no mía. Vuelvo a
mi casa tiritando y con la duda de si esto habrá ocurrido por pertenecer “a la
Privada”.