28/2/09
Un poeta andaluz en el Día de Andalucía
CANCIÓN DE MIS VEINTISÉIS AÑOS
Rafael Montesinos
Al ganado, ¿y para qué?
(Anónimo, final del siglo XV)
¡Ay!, lo poco que me queda
al final lo perderé.
Y después de todo, ¿qué?
¡Con lo poco que me queda!
Dímelo tú, vida mía,
todo esto ¿para qué?
Mi tristeza, mi alegría,
mi incredulidad, mi fe,
mi pobre melancolía
por la que me salvaré.
Dímelo tú, niña mía,
que después te cambiaré
por otra niña más fría
para cambiarla después.
Me muero por que me quieran,
pero nunca lo diré.
y después de todo, ¿qué?
¿Morir para que me quieran?
¿Que me quieran? ¿Para qué?
Aquel gran amor de un día
volverá y yo no estaré,
si es que vuelve todavía.
Y después de todo, ¿qué?
¡Aquel pobre amor de un día!
23/2/09
Autorreferencia
Me gustaría también contar mi 23F, pero no puedo. O mejor no quiero, porque quizá me hiciera perder mi anonimato. Alguien de mi entorno que pasara por aquí, podría decir: "Pero si esta es"... Y adiós Senior citizen.(Con lo que me está gustando esta especie de virginidad que supone el seudónimo)
Solo diré que aquella tarde-noche la pasé en la calle. Tenía conciencia de que estaba viviendo historia y no quería perdérmela. No quería que lo que estaba pasando...y lo que podía pasar, me cogiera enfrente del televisor o de la radio. Necesitaba ser parte activa, contribuir de alguna forma a que aquel esperpento del pistolero vestido de verde terminara siendo lo que fue: un anacronismo indigno de un país civilizado.
Comentado en Cambalache el 23-2-2007. Recogido por el Profe Portillo en Nómadas y repetido al año siguiente de nuevo en Cambalache.
(No se le puede sacar más provecho a un comentario....)
Un vídeo muy visto pero que no debemos olvidar.
17/2/09
Datos confidenciales
Un día recibo una llamada de un señor que se identifica como director de un banco recién abierto cerca de mi casa. Me sonaba el nombre, pero no recordé de qué. Este señor me decía que, próximamente, recibiría una carta con la que podía ir a su banco a recoger un regalo. Llegó la carta con el nombre de la empleada que me atendería y, unos días después, como me cogía de camino, entré. La señorita me atendió muy amablemente, me ofreció todos los productos de su banco (que para eso estaba allí) y me dio un paquetito bien envuelto. Ya que me iba, le pregunté como habían sabido con tanto detalle mi nombre, dirección, teléfono, etc. y ella, que debía ser novata, contestó con inocencia:
- ¿Es Vd. cliente de la oficina central del Banco X?
- Sí, lo soy desde hace tiempo.
- Pues de eso es. Nuestro director ha sido director de allí hasta hace poco.
Me fui con el regalo en la mano y la indignación que me subía por momentos. Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue llamar al Banco X, a la apoderada que conocía y con la que trataba siempre, y ella me explicó como se había desarrollado la cosa.
Un domingo saltan las alarmas del banco, llega la policía y se encuentra al director en su despacho. Nada extraño, ya que el director tiene su vivienda en el mismo edificio y llave para entrar por una puerta interior. Falsa alarma, ustedes perdonen.
Al domingo siguiente, vuelve a ocurrir lo mismo y, una vez enterados los empleados comentan: Hay que ver lo trabajador que está este hombre...
Pero pocos días después el director se despide porque lo ha contratado otro banco en mejores condiciones, y todos se explican ya que era lo que hacía trabajando en domingo él solo en el banco: llevarse un listado de clientes con todos sus datos.
Curiosamente, a la apoderada le resultaba divertido como había ocurrido todo, pero le parecía normal y decía que eso probablemente iba incluído en el contrato. Sin embargo, a mí no me hacía ninguna gracia, me sentía como una mercancía que se compra y se vende. Así que, al día siguiente, me presenté en el banco vecino, pedí hablar con el director, me di a conocer y le puse encima de la mesa el regalo (aún sin desenvolver), diciendo: Yo no acepto regalos de quien ha robado mis datos de donde estaban guardados. Y que sepa que no volveré a entrar por esa puerta en mi vida. Así que le ha salido el tiro por la culata. Y me fui sin oír las explicaciones que intentó darme.
Y lo curioso también es que, cuando lo supo la empleada del Banco X, me dijo que era tonta, que podía haberle dicho eso... pero quedarme con el regalo. Está visto que no entendió nada.
Resumiendo. Que hay listas nuestras por todas partes, que nuestros datos son conocidos hasta el más mínimo detalle. ¿De donde si no esa propaganda de audífonos que llega a los buzones de mi casa, pero solamente a las personas mayores? ¿Y la de alimentos infantiles a los que tienen niños? Por mucha Agencia de Protección de Datos que haya, el final es que, legal o ilegalmente, pasan las listas de mano en mano. Y nuestras circunstancias, nuestras costumbres, lo que tenemos o lo que nos falta, están al alcance de cualquiera.
Dedicado a Pablo Saldaña, que seguramente sabe de que hablo.
- ¿Es Vd. cliente de la oficina central del Banco X?
- Sí, lo soy desde hace tiempo.
- Pues de eso es. Nuestro director ha sido director de allí hasta hace poco.
Me fui con el regalo en la mano y la indignación que me subía por momentos. Cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue llamar al Banco X, a la apoderada que conocía y con la que trataba siempre, y ella me explicó como se había desarrollado la cosa.
Un domingo saltan las alarmas del banco, llega la policía y se encuentra al director en su despacho. Nada extraño, ya que el director tiene su vivienda en el mismo edificio y llave para entrar por una puerta interior. Falsa alarma, ustedes perdonen.
Al domingo siguiente, vuelve a ocurrir lo mismo y, una vez enterados los empleados comentan: Hay que ver lo trabajador que está este hombre...
Pero pocos días después el director se despide porque lo ha contratado otro banco en mejores condiciones, y todos se explican ya que era lo que hacía trabajando en domingo él solo en el banco: llevarse un listado de clientes con todos sus datos.
Curiosamente, a la apoderada le resultaba divertido como había ocurrido todo, pero le parecía normal y decía que eso probablemente iba incluído en el contrato. Sin embargo, a mí no me hacía ninguna gracia, me sentía como una mercancía que se compra y se vende. Así que, al día siguiente, me presenté en el banco vecino, pedí hablar con el director, me di a conocer y le puse encima de la mesa el regalo (aún sin desenvolver), diciendo: Yo no acepto regalos de quien ha robado mis datos de donde estaban guardados. Y que sepa que no volveré a entrar por esa puerta en mi vida. Así que le ha salido el tiro por la culata. Y me fui sin oír las explicaciones que intentó darme.
Y lo curioso también es que, cuando lo supo la empleada del Banco X, me dijo que era tonta, que podía haberle dicho eso... pero quedarme con el regalo. Está visto que no entendió nada.
Resumiendo. Que hay listas nuestras por todas partes, que nuestros datos son conocidos hasta el más mínimo detalle. ¿De donde si no esa propaganda de audífonos que llega a los buzones de mi casa, pero solamente a las personas mayores? ¿Y la de alimentos infantiles a los que tienen niños? Por mucha Agencia de Protección de Datos que haya, el final es que, legal o ilegalmente, pasan las listas de mano en mano. Y nuestras circunstancias, nuestras costumbres, lo que tenemos o lo que nos falta, están al alcance de cualquiera.
Dedicado a Pablo Saldaña, que seguramente sabe de que hablo.
10/2/09
Dios no existe, luego disfruta de la vida
Con retraso, ya pasada la noticia, me ha llegado este artículo, que os traslado porque creo que es interesante y que también viene a pelo de la discusión que hemos mantenido días atrás en un blog cercano. Su autor es Juan Antonio Estrada, profesor de Filosofía de la Universidad de Granada, jesuita y amigo mío, para más señas. (Lo cual no le añade nada, pero me lo añade a mí)
Entre otras cosas, dice esto:
En una sociedad poscristiana, la de la muerte de Dios, es bueno que resurja el debate. Lo peor no es el ateísmo humanista, que protesta contra una religión opresora, sino la indiferencia a los valores humanos que pregona el Evangelio.
Aquí completo.
Entre otras cosas, dice esto:
En una sociedad poscristiana, la de la muerte de Dios, es bueno que resurja el debate. Lo peor no es el ateísmo humanista, que protesta contra una religión opresora, sino la indiferencia a los valores humanos que pregona el Evangelio.
Aquí completo.