Todos sabemos que Granada es una ciudad muy bonita. Al decir de las agencias de viajes, tiene “la calle más bella del mundo” y, según un presidente de los EEUU, “la puesta de sol mejor del mundo”. Pero Granada no es solo calles típicas, Alhambra y monumentos árabes y renacentistas. No es solo la UGR, situada en el ranking de las mejores universidades y la que más estudiantes extranjeros recibe. No es solo la ciudad de las tapas, de los bares donde con un par de cervezas has cenado. No. En Granada hay algo más. (Podríamos decir: ¡Ay!, algo más) Algo de lo que no hablan las agencias de turismo ni TripAdvisor .
Granada tiene la llamada Zona Norte, el Distrito Norte, formado por una serie de barrios. Unos normalísimos y, en cierto modo, mejores que los más céntricos, ya que al ser construidos más tarde y con normas urbanísticas más rigurosas, tienen calles anchas, bulevares arbolados, edificios modernos singulares, etc.
Pero hay otros, quizá los más antiguos, a los que el paro, la inmigración, la pobreza extrema, la exclusión en mayúsculas, han convertido en guetos degradados de personas sin más salida que la delincuencia. Y esta delincuencia tiene un nombre: droga. Cultivar marihuana puede ser un negocio lucrativo para auténticos “narcos”, pero también la única forma de salir adelante una familia, o sea, de comer. Y así, se siembra “maría” lo mismo en un gran almacén acondicionado, que se reserva una habitación de un piso pequeño para cultivar media docena de plantas. Y aquí surge el problema a donde nos lleva esta larga introducción.
Ocurre que esas plantas necesitan luz y, como no pueden estar al aire libre por ser ilegales, el sol se suple con luz eléctrica, con potentes focos de gran consumo que, por supuesto, no puede pagarse por dos motivos: porque entonces no sería negocio la plantación y porque sería detectada rápidamente al ser un consumo fuera de lo normal. ¿Solución? Engancharse a un cable que se encuentre a mano o hacer un desvío desde el contador de un vecino. Pero como los transformadores de Endesa no están preparados para ese consumo extra y, por otra parte, los “electricistas” que realizan estos empalmes algunas veces son un tanto chapuceros, el resultado es que los transformadores colapsan y los empalmes provocan cortacircuitos, con lo que los vecinos de esos barrios se quedan sin energía eléctrica durante muchas horas e, incluso, días. Todos los vecinos. Los que cultivan y los que no tienen nada que ver con eso, los que consumen energía de forma ilegal y los que pagan religiosamente su factura a la eléctrica.
Y así un año tras otro. Electrodomésticos que no funcionan, televisores apagados, móviles sin cargar, ancianos que respiran con un suministrador de oxígeno y que tienen que ser ingresados porque dejan de respirar, diabéticos que se inyectan insulina con la luz de una linterna, escuelas sin calefacción, guarderías con los biberones fríos, tiendas y bares que cierran, calles como boca de lobo por la noche… Podemos imaginar la cantidad de situaciones lamentables y hasta trágicas que pueden darse.
Por esto y ante la proximidad de otro invierno en la misma situación, el párroco de Nuestra Señora de la Paz de uno de esos barrios, Mario Picazo, y el Defensor del Ciudadano, Manuel Martín, se han encerrado durante esta semana que termina en la Iglesia de San Francisco, una iglesia céntrica en un barrio acomodado y burgués. Y no de forma “invasiva”, sino con la completa aceptación y cooperación de los Padres Franciscanos. Más la solidaridad de cientos de personas, que se manifestaron con velas el jueves frente al templo y que han pasado por allí a acompañarlos y llenar los pliegos de firmas.
¿Servirá de algo todo esto? Lo único que se pide es que Endesa y las autoridades se sienten y vean la forma de solucionar esta situación tan injusta. Pero pronto.
¡YA!