Se está hablando mucho de la iniciativa del valenciano Carlos San Juan a favor de un mejor trato de los bancos a las personas mayores, que no pueden adaptarse a los sistemas que se están implantando en sustitución del personal y las ventanillas tradicionales. La campaña “Soy mayor, no idiota” ha reunido ya 400.000 firmas y algunos bancos se están planteando tomar medidas en ese sentido. Cosa que está por ver.
Yo he sido siempre sensible a este asunto, a pesar de no tener problemas con estos nuevos sistemas e, incluso, verme favorecida por ellos al evitarme visitas al banco y colas. Muestra de este interés por mi parte es que ya lo traté en este blog hace once años, cuando la digitalización de los bancos no había hecho más que empezar, pero el que sea sensible a este problema no quiere decir que esté de acuerdo con lo que este señor plantea. Y no porque no tenga razón, sino porque me parece imposible llevarlo a cabo. Todos sabemos que la Historia no mira atrás, que estas tendencias en la sociedad son un torrente imparable y dudo mucho que la bien intencionada iniciativa de este señor sirva para algo, pues los bancos no van a echarse atrás en su política de ahorro de personal y de sucursales.
Creo, entonces, que la solución va por otro lado: que los bancos instalen en los cajeros sistemas más fáciles de utilizar, como puede ser una identificación facial o por huella dactilar, como tienen los móviles. Un anciano que está en condiciones de ir al banco, puede ser que no lo esté a la hora de recordar una contraseña o de marcarla, pero sí es capaz de ponerse delante de una cámara o colocar su dedo donde haya un dibujo que lo indica. Esto unido a que siempre haya un cajero con puertas para que el anciano se sienta más seguro durante su operación, podía remediar ya muchas situaciones, pues la principal operación que realiza una persona mayor es la de sacar el dinero de la pensión para cubrir sus necesidades. Con eso y con recobrar uno de los cajeros antiguos, menos complicados que los de ahora, asunto resuelto. Y el resto de las gestiones, que son pocas, con cita previa mediante teléfono, que hasta puede el banco contratarlo con una empresa de call center.
Quedan, sí, esas personas mayores que, incluso teniendo plena capacidad para adaptarse, se niegan en redondo a tener tarjeta y a utilizar hasta el sistema más simple de "una máquina". A esas, siento decirlo, habría que ponerles las cosas aún más difíciles para que no les quede otra que pasar por el aro. A no ser que se apunten a un curso de alfabetización digital, que sería otra opción muy válida.