Algunos recordaréis que he dicho muchas veces que no me gustan los grafitis. Y no estoy hablando de esas “firmas” que churretean hasta monumentos históricos, sino de grafitis realizados por artistas auténticos, que han elegido esa forma de arte callejero como medio de expresión. Pues ni aun así me gustan, pues lo mismo que mi padre decía que en una habitación le gustaba “ver pared”, o sea, que no hubiera aglomeración de cuadros, a mí en las calles me gusta ver espacios vacíos donde la vista descanse y pienso que, en ciertos sitios, donde esté una tapia encalada, que se quite el mejor de los grafitis.
Dicho esto, y como las personas estamos llenas de contradicciones, mira por donde hoy voy a hablar aquí de un grafiti en el barrio de Almanjáyar, que ya mencioné en otra ocasión. Un barrio donde se cultiva "maría" a toneladas, donde los apagones de luz están a la orden del día, en parte por el consumo excesivo de las “plantaciones” y los enganches ilegales a la red, y en parte también porque las instalaciones de Endesa quizá no sean lo que deberían ser. Un barrio en el que se oyen disparos a media noche por los ajustes de cuentas, donde se ven Mercedes y BMV en la puerta de chabolas y a donde van los yonquis del centro a buscar su dosis, ahora más de coca que de “caballo”.
Pero resulta que este barrio tan degradado, tan marginado, tan condenado por la gente de bien, es también un barrio lleno de gente honrada, de vecinos que trabajan (los que pueden) en negocios honrados y, sobre todo, de gente con corazón. Como nos cuenta Pilar García Trevijano en el periódico IDEAL y yo acompaño con fotos propias tomadas legalmente, para que la UE no se meta conmigo por lo del copyright.