28/11/17

¡Ay, el móvil!






     En la cola del super, una señora a otra, mostrando su smartphone último modelo:

     -No se para que me han dado mis hijos este móvil si no contestan nunca cuando los llamo. 

     Real como la vida misma…


18/11/17

La Querida



Las horas tristes. (Ramón Casas)


     En la posguerra, era una institución en mi ciudad. Era normalísimo que todo señor importante -y menos importante, pero con dinero- tuviese una Querida. Tuviese una esposa, señora de su casa y madre de sus hijos, pero además,  un piso en un barrio  donde albergaba a La Querida, con la que algunas veces tenía hijos también, aunque no era lo más corriente.

     La Querida solía ser, en un principio, una muchacha joven, guapa y pobre, venida de un pueblo a servir o hija de una prostituta de alguno de aquellos tristes burdeles de la calle Varela. Una chica sin más porvenir que sustituir a su madre en el prostíbulo cuando envejezca, pero a la que un día le toca el gordo cuando don Claudio, el mejor cliente, se encapricha de ella y le pone un piso calles más allá, en el Realejo.

     Entonces, todo el burdel tira cohetes porque la Paqui ya tiene el porvenir resuelto y va a vivir como una reina, ya no va a tener que acostarse con todo el que llega, sino que sus favores serán solo para un Señor Muy Respetable. Pero resulta que la misión de la Paqui es estar todo el día en su “jaula de oro”, como la llama la copla, arreglada, con su déshabillé igualito al que vio en una película americana del cine Regio, día tras día dispuesta por si al señor se le ocurre echar un polvo. Que puede ser por la mañana al salir del banco, por la tarde mientras la santa esposa va de visita o por la noche, al terminar la tertulia en el Liceo o el Centro Artístico

     La Paqui no trabaja, solo cuida su casa y su aspecto, y las vecinas que la critican, en el fondo la envidian. Pero la Paqui no tiene vida propia, sale un momento a comprar a una tienda de la calle Molinos y vuelve corriendo, no sea que el señor respetable se enfade si llega y no está. Y así van pasando los años, siempre con el miedo de que la cambie por otra más joven y tenga que volver al prostíbulo. O que, siendo mucho mayor que ella, muera y el resultado sea el mismo.

     La Paqui, La Querida de don Claudio. Una mujer.


8/11/17

Ancianos tecnológicos




     Hace poco, me contó un amigo que su hijo de 12 años dice de mí que soy una “anciana tecnológica” y esto me ha hecho pensar -una vez más- en lo mal que se está poniendo la vida para las personas de cierta edad, cómo la sociedad evoluciona de forma que las va excluyendo. Nos va excluyendo, diríamos mejor, pues tampoco yo me libro de eso por muy “tecnológica” que sea.

     Y me estoy refiriendo a que, en este momento, lo que importa es la mayoría, lo que la mayoría quiere y le va,  de ahí que, como los jóvenes son más consumidores, todo se hace pensando en ellos. Por ejemplo, en los bares y cafeterias se están imponiendo esos veladores altos con banquetas inestables, en las que a las personas mayores les cuesta subirse y se dan el morrazo día sí día no. Otro ejemplo podrían ser las tiendas de ropa. Cada vez que voy al centro veo que ha desaparecido una tienda en la que se podía comprar ropa de mayores y en su lugar hay otra de jóvenes. Y al decir de mayores no me refiero a “ropa de señora gorda en día de bautizo”, que esa tampoco me gusta a mí, pero sí a algo con lo que no hagamos el ridículo.

     Siguiendo con las compras, otro problema actual para las personas mayores son los envíos de las compras, pues rara es la tienda ahora que te las llevan a domicilio y, si te la llevan, te cobran cantidades estratosféricas por hacerlo, ya que se supone que todo el mundo tiene coche y puede cargar con artículos de peso. Probad a comprar una impresora y veréis lo que pasa. O cargas con una caja que te impide ver el suelo que pisas, o pagas más de lo que te cuesta la impresora… o te quedas sin ella.
  
     Pero el colmo de lo excluyente es la introducción cada vez mayor de la tecnología en todo. Cuando hay personas mayores que ni siquiera se aclaran con los pesos de los supermercados, ya nos podemos imaginar lo que ocurre en esas cajas rápidas sin cajera, donde yo me lo guiso yo me lo como, a base de teclas y pantalla. Y no digo nada de lo que pasa cuando llamas por teléfono a una operadora de telefonía y no hay forma de entenderse con un ser humano, solo máquinas y máquinas. Y al menos, las  “ancianas tecnológicas” más o menos nos manejamos con todas estas cosas, pero imaginaos una persona mayor, que no sea “tecnológica”, como se las arregla, seguramente tiene que recurrir a alguien, a un hijo o pariente que se lo solucione. O sea, nos hacen dependientes antes de tiempo, pues no hace tanto una persona mayor podía, por ejemplo, llamar a su compañía de teléfonos y explicarle de palabra lo que le pasaba, pero ahora ya tiene que depender de otra persona.
     
     Resumiendo. Que la sociedad está montada para mostrarnos a los mayores la puerta de salida.