28/5/18

La casita de papes





      Hoy, hablándole a un amigo joven de los juegos de mi infancia, inevitablemente he tenido que hacer mención a que en todos ellos se reflejaba la escasez y las penurias de la posguerra, en la que no solo no había dinero para comprar juguetes, sino que tampoco había juguetes y teníamos que inventarlos. Juguetes y juegos, como aquel tan inocente –y tan barato- de La casita de papes. Así, tal como lo escribo y sin que llegara nunca a saber que significaba esa palabra. Podría haber sido “papel”, ya que en eso estaba fundado el juego, pero no, era papes, papeh en granaíno.

      ¿En qué consistía aquello? En algo que sería muy fácil ahora, pero muy difícil entonces.

       Primeramente, tenías que contar con un libro grande, de cubiertas rígidas y páginas gruesas, nada de papel fino. El mío era privilegiado, ya que había conseguido un álbum de no recuerdo que coleccionable, pero vacío de cromos. Ideal para el juego, que consistía en crear con sus páginas una casa con todas las habitaciones que te permitiera según sus hojas y en ellas meter dibujos o fotografías recortadas de cosas que pudieran estar en esas “habitaciones”.  No se si queda claro. Si la primera habitación era la entrada o recibidor, había que conseguir unos muebles propios de ese sitio: un perchero, un paragüero, unas macetas de interior, unos cuadros… Cualquier cosa que encajara allí, hasta un gato se podía meter imaginando que estaba esperando la vuelta de su dueña. Y así con todo, dependiendo de las páginas que tuvieras. Mi “casita de papes” que, como he dicho, era excepcional, contaba hasta con roperos, patio, dormitorio del servicio, cuarto de trastos... ¿Os hacéis una idea? He olvidado decir que el libro había que ponerlo de lado para que los recortes se mantuvieran en el sitio donde los dejabas, colocaditos, formando el amueblamiento y la decoración de la casa.

      Bueno, pues el juego, la dificultad del asunto, consistía en que en aquella época era dificilísimo encontrar algo que recortar. ¿A que os resulta raro? Pero pensad que las revistas eran escasas -e intocables para nosotras- y los periódicos mal impresos y con pocas fotografías siempre en blanco y negro, muy poco apropiadas para formar una habitación que quedara aparente. Pensad también en que, si queríamos meter algo en la cocina o la despensa, lo más codiciado era la etiqueta de una lata, fuera de melocotón en almíbar o de mermelada, pero ¿quién la tenía? ¿Y cuando? Muy pocas veces, por lo que en la familia donde había varias niñas con sus respectivas “casitas”, la mayor recibía el recorte y la más pequeña crecía mientras le llegaba el turno de recibir la etiqueta con un precioso dibujo en colores de dos melocotones superpuestos. Mayores que la silla de la cocina, pero eso no importaba, bastante trabajo había costado encontrarlos como para reparar en esos detalles.

      Tengo que añadir que la casita se completaba con sus habitantes, una familia en la que abundaban las mujeres, ya que las muñecas de papel recortables eran casi siempre eso, muñecas, niñas con sus vestidos, que se guardaban en las páginas-roperos. Un mundo femenino en aquellas “Casitas de papes” de mi infancia.
    

17/5/18

Analizando






      Desde hace algún tiempo, Google Analytics me viene enviando unos largos correos, en inglés o en español, avisándome de no se que asunto relacionado con mis datos y con el 25 de mayo, pero como se da la circunstancia de que yo no he entrado ahí desde hace años, no le he hecho ni caso y ni siquiera he leído despacio lo que me dice. 

      Y es que el servicio que nos da Google Analytics podrá ser interesante para las empresas, para quien tiene publicidad en el blog o para muchas personas que buscan con su blog algo que yo no busco. A mí no me importa nada las visitas que tiene ni de donde son, me trae sin cuidado si tropecientas personas entran en mi blog sin que yo me de cuenta. Mi blog es mi casa y si alguien entra, mira los cuadros y se va sin decir nada… casi que me molesta. Así que prefiero no enterarme. Mi blog no es una web informativa, donde se pueden encontrar las últimas noticias, el horario de autobuses o la apertura de los museos. No. El Macasar es lo que se llamaba antes un blog personal, una bitácora, un diario de a bordo, donde está lo que pienso, lo que siento y lo que me pasa. Y lo que se, las cosas que he ido aprendiendo a lo largo de una vida ya larga, o que llegan a mi conocimiento ahora y me llaman la atención. Con todo esto, yo mantengo un sitio, una casa, con la puerta abierta para que entre quien quiera compartirlo conmigo. Pero que entre y salude. Y se siente un rato, y hable conmigo y con las demás personas que hayan entrado. Y en esto, Google Analytics no tiene nada que ver, nada que ofrecerme. 

      Añado de paso que, cansada de los avisos, he intentado entrar para cancelar la cuenta… y no me ha dejado. Usuario y contraseña correctos, pero no los reconoce. Pues muy bien. Ahí te quedas Google Analytics. Que te vaya bonito el 25 de mayo. Sea lo que sea ese día. Pase lo que pase. 

7/5/18

Rendir cuentas


Sala de exposiciones del Cuarto Real de Santo Domingo

      Hay personas que se quejan de que tienen que rendir cuentas a su entorno familiar –marido, mujer, padres, hijos-,  que tienen que contar lo que hacen, a donde van, a que dedican su tiempo libre. Piensan que eso va en menoscabo de su libertad y muchas veces se resisten a hacerlo.

      Sin embargo, yo les puedo decir que lo contrario es peor, que es peor pasar todo el día haciendo cosas, yendo a sitios, viendo algo que te gusta o te desagrada… y no poder comentarlo con nadie. Supongo que tiene algo que ver con lo que alguien llamó “la emoción de compartir”, pero también puede ser simplemente aquello que decía Luis Miguel Dominguín de que lo mejor de hacer el amor con Ava Gardner era contárselo a los amigos. O algo así.