27/2/15

De como me perdí un libro interesante





Imagen de Wikipedia

     Hace unos años, se me presenta una amiga con una biblia antigua, heredada de su madre, y diciendo que no encuentra el libro del Eclesiástico. Lo primero que pienso es que podía aparecer como Sirácida, su otro nombre, pero lo busco en donde se supone que está y ni rastro del Libro de la Sabiduría de Jesús ben Sirá. Ante esto, me voy a las primeras páginas y encuentro lo que ya sospechaba: que se trata de una biblia protestante, nada menos que una Reina-Valera, la versión llamada de 1909 y con fecha de edición de 1923. Me pongo tan contenta por el descubrimiento y se lo digo a la propietaria, que pone el grito en el cielo, escandalizada de que su madre, una señora muy católica y piadosa, tuviera algo así en su poder e, incluso, hasta podría ser que la hubiera leído. La tranquilizo diciendo que seguramente no sabía lo que tenía, que por aquella época era difícil encontrar biblias católicas en España y quizá se la vendieron sin decirle que era protestante. O que se la encargó a alguien, o que se la regalaron… Cualquier cosa que liberara a aquella piadosa señora de la enorme responsabilidad de tener “eso” en su poder.

     Añado ahora que esta amiga de la Biblia milita en un grupo religioso muy conservador, casi integrista, así que me dice que la va a llevar a su centro de reuniones y yo, tan inocente, se la doy pensando que es solo para que la vean sus compañeras, pero cuando pasados unos días le pregunto por la Biblia, me dice que la ha dejado allí “para que la destruyan a fin de que no le haga daño a nadie.” Entonces, la que pone el grito en el cielo soy yo y casi le pido de rodillas que vaya corriendo a por ella, que es un libro interesante para mí y que, si quiere, se la compro, pero ella sigue en sus trece con que ese libro tan peligroso debe ser quemado junto con otros que, al parecer, también han ido reuniendo. Insisto de nuevo, le digo que eso no le hace daño a nadie, que es una buena traducción muy antigua, pero ante su cerrazón, abandono.

     Me quedo imaginando el aquelarre de aquellas señoras quemando libros en la cocina de un piso céntrico y, en mi interior, siento la tentación de desear que se les extienda el fuego y les queme sus muebles de cocina de diseño italiano.  

* * *
Historia recordada por esta “conversación” reciente en un post interesante.


20/2/15

Odres nuevos



     No hace mucho, en el blog de unjubilado, hablábamos una vez más del problema de las copias por Internet, un problema que no se resuelve por más leyes que le echen porque yo creo que está mal enfocado.
     Días después, tirando revistas atrasadas, vuelvo a leer una entrevista con un señor del que no sabía nada (y sigo sin saber fuera de ese artículo) Este señor se llama Jeremy Rifkin, es un economista y dicen que asesora a Ángela Merkel, Matteo Renzi y al gobierno chino, dispares donde los haya. Y que ha publicado en España el libro La sociedad de coste marginal cero. 

     ¿Qué es esa sociedad que él defiende y que parece que está a la mano? Pues nada menos que la, antiguamente buscada en las encíclicas papales, “tercera vía”: un sistema económico intermedio entre el capitalismo y el socialismo. Él lo llama economía colaborativa y dice que coge lo mejor del capitalismo y el socialismo y deja fuera lo peor de cada uno. Y que es la Tercera Revolución Industrial, ni más ni menos.
     Me lo estoy tomando un poco a broma porque no lo entiendo del todo, solo lo atisbo, pero me parece que es interesante lo que dice y que habría que enfocar muchas cosas desde esa perspectiva. Él parte de la realidad que se ha impuesto de compartir cosas en Internet. El coche, por ejemplo. Uber se ha prohibido, pero a pesar de ello millones de jóvenes comparten sus coches en el mundo y eso seguirá creciendo, de forma que se necesitarán menos coches y habrá menos contaminación. Igualmente, viviendas, oficinas, etc.
     Pero, ¿qué tiene esto que ver con la copia de un disco por Internet? Pues mucho, ya que este economista no rechaza en absoluto el compartir las cosas, sino que parte de ello para imaginar esa economía colaborativa, esa sociedad donde menos cosas alcanzan a más personas. Por supuesto que ese coche compartido lo habrá tenido que comprar alguien y que su fabricante se habrá ganado lo que le corresponde, lo mismo que el compositor del disco, el intérprete y la discográfica deben tener su ganancia, pero a lo que me refiero es a que se tendrán que inventar nuevos métodos, nuevas formas de que un creador saque beneficio a su creación sin impedir que el que ha comprado uno de sus discos lo comparta con quien quiera. Puede ser que tenga que desaparecer el disco y que el artista se lucre solo con las actuaciones y con algún porcentaje sobre la descarga legal por Internet. Pueden ser muchas cosas que ni imaginamos, pero lo que está claro y demostrado es que no podemos seguir poniéndole puertas al campo, legislando sobre una realidad nueva con leyes antiguas creadas para una sociedad distinta. En resumen, que, como dice el Evangelio, no podemos meter el vino nuevo en odres viejos.   

12/2/15

Los almendros


     Hace ya tiempo, traje aquí la pequeña reseña de un libro de un amigo, que me había gustado mucho. Hoy, cuando la primavera todavía ni se adivina, quiero mostraros un artículo suyo –yo diría que relato- que describe el florecer de los almendros en la Alpujarra, la comarca que lo vio nacer.     
     Gracias, Paco, por tu generosidad al permitirme publicarlo. Y también todo mi agradecimiento para Landahlauts, que me ha cedido esta preciosa foto. 
 

                                         
                                                 
                                                                LOS ALMENDROS
                                                            Francisco Gil Craviotto


     Hace ya varios días que han comenzado a florecer los almendros. Febrero es el mes de los almendros y el almendro el rey de los secanos. Ni la vid, ni la higuera, ni el olivo ocupan su puesto ni tienen su belleza.
     El almendro es el amigo inseparable de este paisaje seco, adusto, salpicado de cerros imponentes, barranqueras y lomas interminables. ¡Qué hermoso en medio de los tajos el ramaje leve del almendro! Pequeño -a veces insignificante-, sin la ostentación de esos árboles enormes -el nogal, el tilo, el roble - es todo un símbolo de nuestra tierra. Nadie como él para recordar a ese hombre, humilde y austero, que lo plantó.
     En las faldas de los cerros, en las grietas de los tajos, en las pequeñas llanadas que quedan entre loma y loma, al borde de los riachuelos y barrancos, en alcores y altozanos, con su tronco negro y sus hojillas leves, allí, irremisiblemente, está el almendro, humilde señor de los secanos, inseparable compañero del tomillo y la retama.
     Lo he visto en invierno sin una hoja, negro como un fantasma en la noche, me ha inundado el corazón de gozo cuando, antes de que apareciera la primavera con su más precoz  florecilla en la más insignificante hierba del campo, estaba él, erguido en lo alto de su tajo, inundando de flores el paisaje.
     -Si este año no hay hielos en primavera tendremos una buena cosecha, -decían confiados los campesinos-.
     Y lo miraban como se mira a un niño pequeño, como si fuera de cristal, de aire o de humo y se pudiera deshacer. Hacía sol. Abejas y otros insectos pululaban en torno. Iban naciendo poco a poco las hojas nuevas, siempre de un verde tan fresco y brilloso que daba encanto verlas y tocarlas; al tiempo que, bajo el almendro, toda la tierra se iba cubriendo de blanco. Era una lluvia de pétalos que, hasta que caía el último, la brisa de la tarde movía a su antojo. Las allozas, con su leve pelusilla, crecían insensiblemente. También las tardes se hacían cada día más largas y soleadas.
     -Como no se asolen, vamos a tener una buena cosecha, -decían ahora los campesinos-. Y seguían mirando al almendro con la misma ternura con que se mira a un niño.
     Y la alloza, día a día, noche a noche, con esa maravillosa naturalidad y precisión con que la naturaleza hace las cosas, si antes alguna nevada no la helaba, si alguna solanera no la quemaba -era débil como todo lo hermoso-, se convertía en almendra. En almendra dulce, apetecible y deleitosa, que, con la caricia del sol, se iba abriendo, separándose más y más de la capota, hasta que un día:
     -Ya va a siendo tiempo de empezar a varear.
     -Sí, en cuanto pase San Roque.
     San Roque, con las fiestas del pueblo vecino -hoy sepultado bajo las aguas de un pantano-, era la fecha tope, el 'Rubicón' para decidirse a iniciar la faena. 
     ¡Días azules de la lejana infancia! ¡Qué jolgorio de muchachas, de risas, de coplas y acertijos, bajo los almendros vareados y los mondaderos de los porches cortijeros! Eran siempre los finales de verano. El sol no quemaba tanto como antes y, al final de la tarde, empezaba a ser tibio y consolador. Cuando ya se había terminado la faena había bailes en los cortijos y, a la tenue luz de los candiles, ellas lucían sus vestidos nuevos y a veces se dejaban amar. Eran los días que salían más novios.
     Después, otra vez los almendros sin hojas, ateridos por el frío del invierno, pero entre su ramaje seco, de nuevo brillaba, prometedor, el botón que sería flor en febrero y fruto en agosto.
     ¿Seguirá todo como antes? Cada año las mismas coplas al final de la monda, la misma ilusión de las mozas, la misma tierra eterna, madre incansable, que nutre plantas y hombres. Sobre ella, una vez más, florecen los almendros.


5/2/15

Los Superbancos






     Siguiendo con el tema de la modernización, recientemente he sostenido mi penúltima batallita con un banco, pero no con un banco cualquiera de esos de andar por casa, sino con un Superbanco, que tiene una Superlínea de Atención Personalizada  en su web para los que llama Superclientes, que, aquí entre nosotros, somos solo los maltratados clientes de toda la vida, a los que con eso trata de que nos sintamos importantes y estemos  más contentos que unas pascuas.

     Pues bien, resulta que desde hace tiempo vengo quejándome al Superbanco de un problema con la correspondencia, pero ese tipo de cosas que antes se arreglaban en un pis-pas hablando con el empleado que conocíamos en nuestra sucursal, ahora te remiten a la Superlínea o a un teléfono de tarifa especial en el que se te va a los baños el río de tus dineros, como en la copla de Rafael de León. Ante esto, me meto en la Superlínea con mi Supercontraseña, recibo un caluroso saludo y presento mi queja escribiendo en el formulario correspondiente, en el que se me pide un teléfono y el e-mail, cosa bastante normal hasta el momento. Poco después me llega el acuse de recibo con la promesa firme de que voy a ser atendida en mi demanda lo antes posible, pues para eso soy una Supercliente de categoría. Yo engordo de satisfacción, pero resulta que lo que me llega son las instrucciones para entrar en mi cuenta, como si no estuviera ya dentro y mi reclamación hubiera llegado de otro planeta. Pero como soy una luchadora nata, no me rindo, insisto en mi problema, recibiendo de nuevo el correo de acuse de recibo y después nuevas instrucciones contradictorias con las anteriores, pues en unas me dicen que entre por la Superlínea y en otras por la Línea Selecta. Empiezo a enfadarme, les digo que si creen que soy tonta, les repito la reclamación varias veces, me llegan similares correos e, incluso, cuando termino mandándolos a cierto sitio apestoso, me vuelve a llegar el acuse de recibo y las mismas instrucciones.

    En resumen. Me he tirado tres días discutiendo con una máquina, que emite correos independientemente de lo que le digas. Cuatro modelos de correos, de los cuales he recibido seis veces el modelo A y tres cada uno de los modelos B, C y D. Si esto es la Atención Personalizada, ¿cómo será la otra?