31/7/20

Fama




      Desde tiempo inmemorial, supongo que desde que teníamos solo dos cadenas, veo al medio día el Telediario de La 1. Con gobiernos de derechas y de izquierdas, con una tendencia o la otra. Y, más que nada, porque me coincide con la hora de almorzar y porque es lo que primero que sale en mi televisor cuando lo enciendo.

      Si habéis sintonizado alguna vez ese informativo, sabréis que antes hay un programa de los llamados del corazón y que se llama precisamente así: Corazón. Un programa que antes era diario, pero ahora solo los fines de semana. Bueno, pues el otro día estaba calentando mi comida y esperando al Telediario con el televisor en silencio para que no me diera la murga con bodas y entierros, cuando veo en la pantalla una pareja joven y debajo la noticia de que Fulanito y Menganita han roto su relación. Me pregunto entonces quienes serán estos dos, pues ni sus nombres ni sus caras me dicen nada, y me asoma en el horizonte una nube de preocupación por lo poco que estoy en la actualidad últimamente. Cojo el móvil y empiezo a buscar esos dos nombres… y nada. En ninguna parte me dice que hacen o que son. ¿Serán actores? ¿Serán cantantes? ¿Deportistas? ¿Modelos? Sigo investigando y por fin encuentro algo: Él fue pareja de Zutanita hace tiempo. Lo malo es que tampoco se quien es esa chica. Empiezo a deprimirme y sigo buscando ya a la desesperada. Hasta que tirando del hilo de ella… ¡bingo! TUVO UNA RELACIÓN EFÍMERA CON ZUTANITO. Y ese sí se que es el hijo de una cantante que ya ha muerto. Respiro aliviada. Por fin se quienes son estos “famosos”, de donde les viene la “fama”. Estoy actualizada.

Nota: Los personajes y hechos aquí retratados son ficticios. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. 

25/7/20

Apuntes y reflexiones en la ¿Nueva Normalidad?




      Quizá la pandemia va a dejar algo bueno. Con ella nos hemos dado cuenta de que las condiciones en que trabajan y viven los inmigrantes y temporeros en general nos pueden afectar a todos y, mira, a lo mejor así nos decidimos a vigilar ese asunto.
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      Años quejándonos del turismo de masas, de la saturación de turistas en cualquier monumento, de que los indígenas nos vemos desplazados en nuestra ciudad... ¿Y ahora estamos suspirando porque vuelvan los turistas?
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      La mascarilla es obligatoria en Andalucía, pero he observado varios trucos para evitarla por la calle. A saber:
-Ir fumando… aunque el cigarro vaya en la mano apagado.
-Ir comiendo pipas o cualquier otra cosa… de un paquete vacío. 
-Ser joven.
-Ser adolescente.
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      Estamos incorporando a nuestro vocabulario multitud de palabras que no conocíamos. Empezando por coronavirus, que fue la primera que aprendimos, siguiendo por Covid-19 y terminando por una serie de siglas, como PCR y EPI. Saldremos de esto -si salimos- con nuestro vocabulario sumamente enriquecido

      Epílogo:
      Cuando publiqué el primer post en pandemia, me dije que la situación era lo bastante grave como para no mencionarla y tratar cualquier otro asunto. Llevamos ya más de cuatro meses y diecisiete entradas, siempre relacionadas con lo que estábamos viviendo y, aunque lo seguimos viviendo y no sabemos hasta cuando, creo que es el momento de intentar cambiar de tema. No dudo que volveré a tocarlo inevitablemente, pero ya no como tema único. 
   

16/7/20

Los protocolos



      Cuando llevamos ya cuatro meses de pandemia, esta mañana he leído en el móvil este artículo, que no nos dice nada nuevo porque ya sabemos como han discurrido estas cosas, pero me ha llegado al corazón la forma de contarlo alguien que lo ha sufrido personalmente y que lo cuenta con dolor, pero sin resentimiento, sin acusar a nadie. 
      Yo tampoco voy a acusar a los gestores de la pandemia, ni a los políticos, ni a las autoridades sanitarias, pues pienso que todos han hecho lo que han podido. Han tomado decisiones de hoy para mañana y de esta hora para la siguiente, basándose muchas veces en informes contradictorios de los “expertos”, que tampoco sabían muy bien que hacer. Y se han equivocado, sí, es fácil equivocarse en esas condiciones. Se han equivocado, han rectificado… y se han vuelto a equivocar. Hoy, tras cuatro meses de pandemia, solo pienso que no quisiera estar en la piel de ninguno de ellos.
      Sin embargo, hay algo en lo que creo deberían reflexionar: los llamados “protocolos”.  Esas normas rígidas que se han establecido en los hospitales para que –se supone- todo funcione mejor. Normas que, en la mayoría de los casos, echan por tierra lo que debería ser esencial en la atención sanitaria: la humanidad, el trato humano, la compasión por el que sufre. 
      Y he podido comprobarlo de cerca hace unos días, cuando un amigo llevó a su padre a urgencias del hospital con desorientación, malestar general y unas décimas de fiebre. El anciano ingresa en el Área Covid-19 y al hijo lo dejan fuera, sin poder acompañarlo, cosa lógica, aunque dura para los dos. Pasan las horas y no hay la menor noticia, solo que le han hecho la prueba PCR y hay que esperar los resultados. Llega la noche y ni siquiera lo dejan quedarse allí. Váyase a su casa y espere que lo llamen. Y se va sin saber si su padre está igual, mejor… o muriéndose. Al día siguiente, las 8, las 9, las 10 y no llama nadie. Angustiado, va al hospital y tampoco allí resuelve nada. De nuevo: Espere en su casa a que lo llame el doctor.  Veinticuatro horas después del ingreso, por fin lo llaman para decir que la PCR es negativa, que a su padre le dan el alta y lo mandarán a su casa en una ambulancia. No puede ir a por él y verlo antes. Tiene que esperar. Son los protocolos.  
      Y yo me pregunto: ¿Es necesario que sea así? ¿Es necesario añadir dolor al dolor? ¿Se salvan más vidas con eso? ¿Cuesta tanto tener a la familia informada? No hace falta un sanitario para eso, solo una persona, una lista de ingresados en el ordenador y un teléfono.

7/7/20

Epidemias


Jonas Salk (Foto de Wikipedia)


      Hace meses, antes de la pandemia, vi algo por la calle que me impresionó. Delante de mí caminaba una inmigrante americana con una niña de unos 9 o 10 años, que en una de sus piernas mostraba las señales inequívocas de haber sufrido poliomielitis. Y digo que me impresionó, porque me pregunté donde habría crecido esa criatura para no tener acceso a la vacuna, que ha conseguido erradicar la enfermedad en la mayoría de los países.
      Recordé entonces mi infancia, cuando la polio afectaba a tantos niños, cuando era tan corriente verlos arrastrando aquellas piernas delgaditas y paralizadas. Y recordé el miedo que pasé cuando la niña de una vecina, a quien yo había tenido en brazos días antes, amaneció pataleando en su cuna con una sola pierna. Miedo que me lo pasé a solas, pues cuando mis padres me preguntaron alarmados si había estado con ella en esos días previos de la incubación, les dije que no para no asustarlos. Pero cómo me tocaba las piernas al despertarme para ver si las sentía, cómo comprobaba si podía moverlas… Y así hasta que fue pasando el tiempo y me tranquilicé. Hasta la próxima, claro, hasta que hubiera otro caso cerca. O muchos y se dijera que había epidemia de poliomielitis. 
      Pero es que llegaban los veranos y con ellos la tosferina. Menos grave que la polio, pero muy molesta y que también provocaba algunas muertes. Y volvían mis padres a decirme: "No te acerques a Fulanito, que tiene tosferina, no juegues con tus amigas de la calle tal, que hay allí varios casos". Y veías niños revolcándose con la tos, congestionados, rojos como un tomate, vomitando… A algunos los llevaban a la sierra porque se decía que con la altura mejoraban y se les quitaba antes, pero el caso es que seguían tosiendo todo el verano. Otra epidemia para la que no había vacuna ni tratamiento. 
      Y el sarampión, que pasé con 13 años, y las paperas con 17. Con novio y la cara hinchada… 
      Quiero decir con esto que en aquella época convivíamos con las epidemias, sabíamos que periódicamente llegaban y no se podía hacer nada, solo confiar en que no te tocara. 
      Como ahora, ni más ni menos.