Hace muchos años, cuando vivía en la otra casa, llegaron unos vecinos enfrente con los que pronto hicimos amistad. Eran un matrimonio con hijos y él tenía un cargo importante en un banco, por lo que en una época en que nadie nadaba en la abundancia, ellos demostraban estar en buena posición y gastar el dinero generosamente, con lo que se granjearon alguna que otra envidia entre los vecinos.
Hasta que un día se destapó en la prensa que en su banco se había producido un desfalco del que lo acusaron a él y a otro cargo que huyó al extranjero, suspendiéndolo de empleo y sueldo a la espera del juicio.
Los vecinos entonces sacaron a relucir su envidia, dijeron:
-Con razón gastaban tanto…
Y la mayoría dejaron de tratarlos e, incluso, les retiraron el saludo. Pero nosotros no. Mi padre dijo:
-No se puede condenar a nadie antes de que lo condene la Justicia.
Y seguimos como si no hubiera ocurrido nada. A mí también me resultaba imposible que aquel señor tan amable y con tanto sentido del humor hubiera hecho algo malo y me enfadaba cuando alguien hablaba mal de él.
El tiempo fue pasando, el juicio se demoró como se demoran todos los juicios y, mientras, vimos como aquella familia restringía gastos y se veía que lo estaba pasando mal. Ella siempre estaba triste, los hijos iban y venían al colegio sin jugar con los otros niños en la calle y él sufrió un infarto del que se recuperó quizá en contra de su deseo.
Hasta que por fin se celebró el juicio y aquella mañana la señora cruzó la calle corriendo, llegó a mi casa y nos abrazó a mi madre y a mí diciendo que a su marido lo habían absuelto totalmente y añadió:
-Habéis sido los únicos que no perdisteis la confianza en él.
Yo llamé a mi padre a la oficina y cuando se lo dije contestó con toda tranquilidad:
-Ya te advertí que no se puede condenar a nadie antes de tiempo.
Poco después lo contrató como director un banco más importante que el primero, con lo que se disipó la menor duda que pudiera haber quedado sobre su inocencia.
Y es que la confianza en las personas es indispensable, por lo que siento pena de aquellos que dejan anidar en su corazón la desconfianza, de forma que son capaces de condenar al primer indicio de sospecha. Ellos mismos pagan su pecado, ellos jamás podrán disfrutar de aquello que disfrutamos mis padres y yo hace tanto tiempo.
Hasta que un día se destapó en la prensa que en su banco se había producido un desfalco del que lo acusaron a él y a otro cargo que huyó al extranjero, suspendiéndolo de empleo y sueldo a la espera del juicio.
Los vecinos entonces sacaron a relucir su envidia, dijeron:
-Con razón gastaban tanto…
Y la mayoría dejaron de tratarlos e, incluso, les retiraron el saludo. Pero nosotros no. Mi padre dijo:
-No se puede condenar a nadie antes de que lo condene la Justicia.
Y seguimos como si no hubiera ocurrido nada. A mí también me resultaba imposible que aquel señor tan amable y con tanto sentido del humor hubiera hecho algo malo y me enfadaba cuando alguien hablaba mal de él.
El tiempo fue pasando, el juicio se demoró como se demoran todos los juicios y, mientras, vimos como aquella familia restringía gastos y se veía que lo estaba pasando mal. Ella siempre estaba triste, los hijos iban y venían al colegio sin jugar con los otros niños en la calle y él sufrió un infarto del que se recuperó quizá en contra de su deseo.
Hasta que por fin se celebró el juicio y aquella mañana la señora cruzó la calle corriendo, llegó a mi casa y nos abrazó a mi madre y a mí diciendo que a su marido lo habían absuelto totalmente y añadió:
-Habéis sido los únicos que no perdisteis la confianza en él.
Yo llamé a mi padre a la oficina y cuando se lo dije contestó con toda tranquilidad:
-Ya te advertí que no se puede condenar a nadie antes de tiempo.
Poco después lo contrató como director un banco más importante que el primero, con lo que se disipó la menor duda que pudiera haber quedado sobre su inocencia.
Y es que la confianza en las personas es indispensable, por lo que siento pena de aquellos que dejan anidar en su corazón la desconfianza, de forma que son capaces de condenar al primer indicio de sospecha. Ellos mismos pagan su pecado, ellos jamás podrán disfrutar de aquello que disfrutamos mis padres y yo hace tanto tiempo.
Uno de los mayores defectos del género humano es precisamente ese, el juzgar a los demás con rapidez y contundencia sin pararnos a pensar que lo hacemos a la ligera y sobre todo sin pensar en el daño irreparable que podemos hacer y el caso que nos expones es un claro ejemplo de ello.
ResponderEliminarQuizá tenemos muy metido el dicho aquel de "Piensa mal y acertarás".
ResponderEliminarBonita reflexión la que nos propones hoy. Lamentablemente en estos aciagos días, con tanto malandra por un sitio y otro, algunos que nunca lo hubiéramos creído, otros que lo parecían desde siempre, es muy difícil guardar ese atisbo de confianza. Pero desde luego que el tenerla te convierte en más humano.
ResponderEliminarPD: Efectivamente los enlaces no salen, he guardado las hermosísimas fotos que me has mandado y algún día te pediré permiso para usar alguna. Besos
Hay veces que, efectivamente, caemos en el pozo negro de la desconfianza, pero tarde o temprano nos arrepentimos porque confiar es siempre más sano que desconfiar.
ResponderEliminarY de las fotos en Flickr, están a tu disposición para lo que quieras usarlas.
Cuanto más rincones oscuros tenemos, más nos sale el juicio hacia los demás. Tu padre ha sido un ejemplo de cordura y sensatez. Saludos.
ResponderEliminarMi padre fue un ejemplo en muchas cosas.La pena es que yo no lo siga siempre.
ResponderEliminarAy y cuántas veces pasa eso y no tan sólo en temas de juicios! Con qué facilidad erigimos impresiones falsas de la gente, loq ue con justas palabras se llama pre-juicios.
ResponderEliminarUn abrazo.
Como ha dicho Francisco Espada, muchas veces los prejuicios salen de esos sitios a los que preferimos no mirar.
ResponderEliminarDe casta le viene al galgo..., dicen. O, de lo que se mama...
ResponderEliminarUna apuesta por la confianza que casi nadie otorga y tu familia sí. No sé en que otras muchas cosas fue ejemplo tu padre, pero si todas las demás eran de este tipo, estoy de acuerdo contigo en que es una pena que no las hayas seguido siempre, aunque no te creo totalmente; seguro que hay mucho de él en ti.
Siempre dijeron que me parecía a él, pero no le llego ni a la suela de los zapatos.
ResponderEliminarTú lo has dicho, en el pecado está la penitencia. Qué facil es para algunos perder la confianza y qué complicado les resulta recuperarla.
ResponderEliminarEn cuestión de sentimientos, la sensatez es un grado.
Yo creo que en este caso hubo personas que no recobraron nunca la confianza, por más que los hechos les quitaran la razón.
ResponderEliminarEn ocasiones pensamos "Cuando el río suena, agua lleva" y nos atrevemos a juzgar a los demás.
ResponderEliminarDe esto saben mucho los medios de comunicación y los comentaristas, mientras unos alaban a determinadas personas otros los injurian sin esperar a un juicio justo.
Me alegra que tu padre pensara como lo hizo y además tuviera razón.
A veces nos ocurre también todo lo contrario: que confiamos en alguien y nos sale "rana". Pero hay que procurar que eso no nos influya a la hora de confiar en los demás.
ResponderEliminarCon los medios de comunicación actuales, y nuestra falta de criterio... en numerosas ocasiones juzgamos y condenamos simplemente por lo que vemos o nos quieren enseñar.
ResponderEliminarA mi me ocurrió en una ocasión. Fue con la muerte de una niña Rocío Wanninkhof, hubo una primera sospechosa (Dolores Vázquez). Muchos juzgamos y condenamos a aquella mujer ... y la Justicia la acabó declarando inocente después de mucho tiempo de cárcel...
Muy triste.
Sí, pero en ese caso podían quedar dudas como ocurre a veces. Sin embargo en este no quedó ninguna al contratarlo el otro banco, ya que estaría bien informado.
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