Hace ya tiempo, casi al principio del blog, hablábamos aquí sobre las agendas que se nos llenan de personas que se han ido, sobre esa soledad que nos invade cuando pasamos sus páginas y, en muchas de ellas, ya no hay ningún teléfono que marcar.
Pero hoy, en infoLibre -ese periódico digital que está intentando que nos acostumbremos a pagar por los periódicos digitales- leo un artículo de Luis Garcia Montero, que dice lo mismo que yo, pero infinitamente mejor. A pesar de que el poeta es mucho más joven, a pesar de que podría ser mi hijo, dado que un verano, allá por la prehistoria, nadé con su madre en el puerto de Motril, entre marrajos que acudían a los desperdicios de los barcos.
Es cierto, a la vuelta de un cierto tiempo, la agenda es un camposanto de muertos y desaparecidos, no precisamente en combate. Pero así es la vida y fundamentalmente esta virtualidad que nos convoca: casi a diario aparecen nuevas personas y con pasmosa facilidad desaparecen de tu vida sin dejar huella ni certificado de defunción. Muchos llegan esperando recibir las flores que no merecen o simplemente engrosar su lista de seguidores como si se tratara de una competición cuantitativa. Al que Dios se la de, san Pedro se la bendiga.
ResponderEliminarUn abrazo.
No me estaba refiriendo yo -y creo que García Montero tampoco- a las personas que aparecen y desaparecen en poco tiempo, tanto en esta virtualidad como en el mundo real donde habitamos, sino a las personas que han caminado con nosotros a lo largo de muchos años, que han sido parte de nuestra vida y que van desapareciendo, dejando un hueco irrellenable, simbolizado por los que duermen sin voz en las agendas.
EliminarLo expresa muy bien, pero no hace falta hacerse mayor para que los números se diluyan en el olvido. Los que hemos vivido en varios sitios, los que trabajamos en este mundo cambiante de hoy día tenemos las páginas de las agendas huérfanas de nombres. O no. Basta con añadir dos nombres por cada uno que desaparezca.
ResponderEliminarA cierta edad ya no es tan fácil añadir amistades nuevas, aparte de que hay personas irreemplazables cuando se van del todo. Decía Manuel Alcántara que hay personas que se mueren y otras que se nos mueren.
EliminarDesgraciadamente no sólo empezamos a morir en las agendas, es ley de vida y poco a poco se ausentan los que van viajando con nosotros, los que se bajan antes de tiempo, los que pese a estar en el mismo vagón en "El tren de la vida" desaparecen por motivos imprevistos.
ResponderEliminarEs ley de vida, pero no por eso duele menos. Y tú has podido comprobarlo recientemente.
EliminarY ocurre en todas las agendas: en la del teléfono, en la del blog, en esa que guardamos de aquellos tiempos pretéritos en los que no existían las dos cosas anteriores, y anotábamos nombres y teléfonos de las personas que entraban en nuestras vidas... Cuando uno las repasa se queda con el sabor nostálgico del superviviente y la sensación de que algún llegaremos a ser uno de ellos. Aprovechemos el momento.
ResponderEliminarSuperviviente, tú lo has dicho. Llega un momento en que nos sentimos así.
EliminarPor navidades, mi mujer llamó a la casa donde se alojó cuando estudiaba. No contestaron. Ha vuelto a llamar algunas veces ya ahora sale un mensaje de telefónica de linea de baja.
ResponderEliminarLloró.
Tu mujer es muy joven, pero cuando pasen los años se le irán acumulando las casas vacías.
Eliminar¡Por fin! Parece que ya puedo comentar. Me resultaba extraño asomarme aquí y no decir nada.¿Será el cruce de camnos entre usted y García Montero?
ResponderEliminarTomás Martín
Un poco extraño me resulta ese nick, pero vale con tal de recuperar tan antiguo y apreciado visitante.
EliminarEs cierto, cada vez hay mas huecos en las agendas, números silenciosos que no pueden ser reemplazados pues la voz no sería la misma, sería otra, importante también, pero no la misma y así caminamos por la vida hasta que un día será nuestra voz la que calle y serán otros los que sentirán ese vacío.
ResponderEliminarQuizá nos podemos conformar con que cuando calle nuestra voz haya alguien que sienta el vacío.
EliminarMuy buen artículo. Es cierto. Hay muchas personas que han desaparecido pero aún así los conservo en mi agenda. Me niego a quitarlos de mi vida aunque se que nunca más contestarán al teléfono, pero yo llevo sus voces en el alma.
ResponderEliminarUn abrazo
Yo tampoco los borro ya porque son demasiados y se quedaría la agenda vacía. Alguno tengo tachado, pero son los menos y los que desaparecieron hace más tiempo.
EliminarComentábamos el otro día en una reunión el gran número de personas maravillosas y esenciales -referentes de nuestro entorno y que tanta "culpa" han tenido de que seamos como somos- que marchaban para siempre de nuestro lado. Alguien dijo: "Nosotros nos hacemos mayores; ellos, envejecen". Y mueren... Y cuánta añoranza de esas manos, de esas voces, de esas niñeces nuestras que ellas, esas persoans, hicieron tan felices; cuántos recuerdos de esas adolescencias impulsivas, de las reconvenciones y las réplicas rebeldes... Y cuánto aprendizaje, cuánto desvelo, cuánto amor, cuánta generosidad.
ResponderEliminarPersonas cercanas y personas lejanas, referentes queridos o solo admirados, pero todos han sido parte de nuestra vida y, cuando desaparecen, parte de nosotros se va con ellos.
EliminarComentario literario (Como todo hoy de mi parte):
ResponderEliminarTodos han muerto.
Murió doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.
Murió el cura Santiago, a quien placía le saludasen los jóvenes y las mozas, respondiéndoles a todos, indistintamente: «¡Buenos días, ]osé! ¡Buenos días, María!».
Murió aquella joven rubia, Carlota, dejando un hijito de meses, que luego también murió, a los ocho días de la madre.
Murió mi tía Albina, que solía cantar tiempos y modos de heredad, en tanto cosía en los corredores, para Isidora, la criada de oficio, la honrosísima mujer.
Murió un viejo tuerto, su nombre no recuerdo, pero dormía al sol de la mañana, sentado ante la puerta del hojalatero de la esquina.
Murió Rayo, el perro de mi altura, herido de un balazo de no se sabe quién.
Murió Lucas, mi cuñado en la paz de las cinturas, de quien me acuerdo cuando llueve y no hay nadie en mi experiencia.
Murió en mi revólver mi madre, en mi puño mi hermana y mi hermano en mi víscera sangrienta, los tres ligados por un género triste de tristeza, en el mes de agosto de años sucesivos.
Murió el músico Méndez, alto y muy borracho, que solfeaba en su clarinete tocatas melancólicas, a cuyo articulado se dormían las gallinas de mi barrio, mucho antes de que el sol se fuese.
Murió mi eternidad y estoy velándola.
César Vallejo
Sigamos literarios y un pelín esperanzados.
EliminarMASA
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando: "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: "¡Quédate hermano!"
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon: les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar...
César Vallejo
El problema es que si seguimos tachando amigos de nuestra agenda nadie asistirá a nuestro entierro.
ResponderEliminarYo asistí hace tres años a un entierro con media docena de personas y no he visto nada más triste (Si es que algún entierro puede ser alegre)
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