29/4/23

Edadismo




      Se habla ahora mucho del Edadismo, o sea, la discriminación de los viejos por el hecho de serlo. Pero no creo que se toque el tema más de lo que yo lo he tocado, porque, seamos claros, aquí venimos a hablar de nuestro libro, lo que, al fin y al cabo, es la esencia de un blog, de una bitácora, de un diario de a bordo. Y como yo soy vieja, lo más lógico y natural es que hable o escriba de los viejos.

      Terminada está introducción (que era totalmente innecesaria) pasemos a lo sucedido hoy.

      Hace unos días, tuve que resetear el móvil por un fallo de software y, a continuación, volver a instalar las aplicaciones no predeterminadas, entre ellas, las del banco, que son tres para más inri y que fue bastante lioso debido a las medidas de seguridad, supongo. Una app sirve de confirmación de las otras, mandan al correo una clave, y mientras llega el correo y la copias, el banco te cancela la sesión por inactividad... y vuelta a empezar. Vamos, que habría que hacerlo a cuatro manos. Por fin, consigo instalarlo todo, incluida la vinculación de las tarjetas para poder pagar con el móvil y canto victoria. 

      Pero la alegría me dura poco, solo hasta el día siguiente cuando intento pagar en el super y el móvil dice que no, que no suelta un euro. Pago en efectivo y al volver a mi casa reviso las aplicaciones en busca de la causa del fallo y todo parece estar en orden, excepto que la tarjeta virtual que se genera se ha duplicado. 

      En los días siguientes, pruebo de nuevo a pagar, con el mismo resultado. Y ya no me atrevo a seguir probando. ¿Por qué? Pues por lo que le he contestado hoy al farmacéutico cuando me ha dicho que a él también le fallaba algunas veces la aplicación de su banco. 

      -Sí, pero si a ti te falla, falla el móvil, mientras que, en mi caso, soy yo la que está fallando. He tenido que pasar por que la cajera me coja el móvil para ver lo que hago, un señor de la cola me ha dado instrucciones a voces y he visto sonrisitas de conmiseración y adivinado pensamientos de: ¿Para qué se meterá esta vieja en cosas que no sabe?

 

18/4/23

Los gatos


Captura tomada en la web de Shein

      

       Varias veces he dicho que mi relación con los animales empieza y termina en los gusanicos de seda, pero es una verdad a medias, más bien habría que añadir amigable a la relación, pues con otros animales no me fue nada bien. Estaba claro que lo de las “mascotas” no era lo mío, pues nunca quise tener perros ni gatos, a pesar de lo cual me vi criando cuatro gatitos recién nacidos, como ya apunté en el blog de Una mirada

      Tendría 6 o 7 años, cuando jugando con las amigas en un solar frente a mi casa, oímos maullidos entre unos matorrales, nos acercamos… y allí estaban: cuatro gatitos, que a mí me parecieron feísimos y que alguien había tirado para deshacerse de ellos, pues no tardarían en morir a la intemperie y sin alimento ni agua. Teníamos que volver a nuestras casas y yo volví a la mía, pero no estaba tranquila, no paraba de acordarme de los gatos muriéndose de frío y de hambre, así que cogí una caja de zapatos, fui a por ellos y los escondí en la carbonera, imaginando lo que diría mi madre cuando los viera. Que fue pronto, pues los dichosos gatos seguían maullando sin parar. Y allí empezó mi calvario. Buscar el biberón de los muñecos, conseguir que mi madre me diera un poco de leche y tratar de que los gatos bebieran de aquel biberón. Algo beberían, pues al final se callaron y se durmieron entre los trapos que yo había colocado a modo de cama.

      Pero al día siguiente otra vez lo mismo, los gatos maullando y yo con el biberón, esta vez de unos polvos que se llamaban Pelargón y que me dio una vecina, pues, según decía, era mejor que la leche para los recién nacidos. Tuve que cambiarles la cama porque olía a rayos y aquellos animalitos sin pelo y con los ojos cerrados me daban cada vez más asco. Pero ¿qué podía hacer? No podía tirarlos donde los encontré porque morirían y seguir con ellos se me hacía insoportable a medida que pasaban los días. Supongo que mis padres adivinaron mi dilema y como, además, estarían también hartos de gatos, decidieron que había que darlos en adopción. Y ahí me tenéis de casa en casa preguntando a los vecinos si querían un gato. Pero no, nadie los quería, estábamos en plena posguerra y dedicar la leche a un gato era quitársela a sus hijos. Y seguí con ellos cada vez más angustiada. Hasta que un día, mi padre volvió de la oficina muy contento porque un compañero que vivía en el campo le había dicho que cuatro gatitos le vendrían muy bien para ahuyentar a los ratones y que leche tenía de sobra con las cabras, así que mi padre metió los gatos en una caja al día siguiente y se los llevó. A mí me resultó aquello un poco sospechoso, pero como me sentía tan aliviada, preferí no pensar en ello y pasar página. Y jamás le pregunté a mi padre que destino tuvieron los gatos.

7/4/23

Crónicas semanasanteras

 



      Viernes Santo. Me acerco a la capilla de un convento de mi barrio, con la intención de pasar un rato ante el Sagrario, como tengo por costumbre llegado este día. Es una iglesia pequeña, de los años 40, sin interés artístico, pero que conserva en su interior tallas importantes procedentes del antiguo convento que se trasladó ahí, la principal y la que más me gusta, un Crucificado de Jacobo Torni, también llamado Jacobo Florentino, el Indaco.

      Como digo, mi intención es tener un rato de meditación, oración y reflexión, en paz y tranquilidad. Error, inmenso error. Había olvidado que en esa capilla radica una cofradía cuyas imágenes procesionaron el pasado lunes, por lo que nada más entrar, me tropiezo con un pelotón de personas haciendo fotos al paso de la Virgen, que está incómodamente aparcado a la izquierda. Giro a mi derecha y avanzo, porque el resto de la iglesia se encuentra más despejado. Aún así, me sitúo en un lateral, huyendo del pasillo central por si acaso. A mi derecha, en el otro lateral, descubro una imagen de un Cristo con la cruz a cuestas que no he visto nunca y que no debe ser de allí porque no cabe en esa capilla, amenazando una esquina de la cruz con darle un "viaje" en plena frente a quien pase sin cuidado. Frente a mí, en el altar mayor, un aparatoso Monumento de Jueves Santo, que ha debido montar la cofradía, pues deslumbra de plata recién limpiada.

      Me acomodo en un banco, me dispongo a rezar... y empieza a entrar gente que se sitúa delante o enfrente de ese Cristo desconocido, cuyo valor artístico me resulta muy dudoso. Ignoran el Sagrario, casi se ponen de espaldas, disparan y se van. Me dan ganas de decirles que el Señor que se supone que buscan, está en ese Sagrario, no en la talla de madera, que las tallas de madera son para admirarlas y esa no tiene nada que admirar, pero una familia completa, con dos carritos de bebé y otros niños mayores, se sientan a mi lado y atraen toda mi atención con sus idas y venidas. Decido irme, frustrado mi objetivo de rezo y meditación, pero esta familia me impide salir del banco. Pronto se van con el mismo barullo que llegaron y, como coincide con que la iglesia ha quedado más tranquila, rezo un poco, hago las fotos y me voy justo antes de que entre un pelotón de reemplazo.

      Al llegar a mi casa, busco en el periódico del martes la reseña de la salida de esa cofradía y leo:

      Cortejo silente abierto por la capilla Jesús Nazareno de las Penas delante de la Cruz de Guía de carey y plata con ostensorio acogiendo una reliquia de San Pedro en el centro. Tres tramos de hermanos con la mirada al frente y el cirio al cuadril con las insignias penitenciales y el lábaro eucarístico entre ellas, daban lugar a la ante presidencia y la presidencia de la hermandad en la que estaba la representación municipal del Ayuntamiento granadino. El silencio solo lo rompía en ese instante el oboe, el fagot y el clarinete de la capilla Cristo de San Agustín. Maniobra compleja de salida por la angosta puerta del monasterio y saeta al Crucificado de Jacobo Torni para iniciar el cadencioso camino de la cuadrilla de Javier Pérez. La imagen del Cristo se elevaba unos veinte centímetros más por la recuperación de un nuevo paño de la cruz argéntea, realizada por Alberto Quirós y estrenaba tonelete con bordados del siglo XIX.

      Después, otros tres tramos de hermanos de negro y cola recogida para dar paso a la capilla Santo Ángel Custodio y la coral Ciudad de Granada con la interpretación de sus cantos litúrgicos y motetes para acompañar la Sacra Conversación de Nuestra Señora de la Consolación con San Juan Evangelista y Santa María Magdalena. El paso iba a las órdenes de José Carvajal.

      ¿Mande? Decía doña Rogelia....