28/4/18

Lorca, Ian Gibson y yo




      Llevamos ya más de una semana de Feria del Libro y esta noche, en el Parque García Lorca, delante de la casa del poeta, se ha celebrado un acto titulado: “Lorca, muerte de un poeta”. Episodio final y mesa redonda con Ian Gibson, Nickolas Grace y Alberto Conejero. Por si alguien no lo recuerda, se trata de la serie dirigida por Juan Antonio Barden y estrenada por TVE en 1987, y cuyo protagonista fue el mencionado Nickolas Grace, que estaba hoy presente. El acto prometía, me venía cerca y, sobre todo, me hacía ilusión fotografiar a Gibson delante de la casa de Lorca, delante de esa puerta que he fotografiado tantas veces. También, si había ocasión, podría decirle que leí su primer libro sobre el asesinato de García Lorca cuando la censura de Franco lo tenía prohibido, cuando, publicado por Ruedo Ibérico en Francia, nos lo trajo J.A. y nos lo pasamos de mano en mano, forrado para que no se viera la portada.

       Así que, con bastante anticipación y aunque la tarde estaba un poco revuelta y se levantaba viento frío, me voy al parque con mi cámara. Pero cuando llego me encuentro a Ian Gibson tal como lo podéis ver en la foto: dedicando libros y rodeado de jóvenes que se hacen selfies con él uno detrás de otro. Gibson que se sienta a escribir, Gibson que se levanta para hacerse la foto… y se sienta de nuevo. Y yo, que no encuentro el momento de cumplir mi plan porque, quizá por primera vez en un acto de estos, me siento fuera de lugar, fuera de tiempo, fuera de todo. No encajo allí. Una mujer de mi edad allí sola, anocheciendo en el parque, con su cámara en la mano, solo con estar dando vueltas entre la gente ya llama la atención. Noto que me miran con curiosidad, dudando quizá de que esté en mis cabales, y me siento en una silla a esperar que Gibson cambie de lugar y su corte de jóvenes se disperse. Pero no, pasa el tiempo, llega la hora de comienzo del acto, avanza hacia la mesa presidencial, yo hago con el móvil la última foto del recinto lleno de público… y me vengo a mi casa. Me ducho y me pongo a cenar en pijama y bata. Lo que me corresponde, lo que es propio de una anciana a las diez y media de la noche. De una fría noche de primavera, en la que no muy lejos, en el parque que he convertido en el jardín de mi casa, se habla de un poeta que terminó sus días cuando yo iniciaba los míos.


19/4/18

A su amor






     El otro día y no se por qué –o sí- me vino a la memoria una frase que decía mi madre con frecuencia y que yo tenía olvidada: Dejarlo a su amor. Una frase que podía aplicarse tanto a personas como a cosas, pues se podía “dejar a su amor” a alguien que se había enfadado para que se le pasara el enfado, o también a una planta recién sembrada que no terminaba de arraigar. Déjala a su amor, no intervengas, no la fuerces, que ella sola borre de su corazón el rencor  o vaya introduciendo sus raíces en la tierra. 

     Recordando ahora esto, pienso lo bien colocada que estaba ahí la palabra amor cuando se refería a las personas, pues es el amor, el cariño, los afectos, los que, a fin de cuentas, lo mueven todo, lo resuelven todo. Y su antagónico, el odio, el que lo enturbia todo, lo destroza todo. 


11/4/18

A mi juicio



Foto de EFE en El Correo.com

     Hace muchos años, al inicio de la Democracia, en una conferencia y sin que viniera muy a pelo, el conferenciante dijo de paso: “Y entonces, el enano Carrillo”… La conferencia estuvo bien, era un catedrático de la UGR y aunque no recuerdo el tema concreto, supongo que trataría de la asignatura que impartía: Literatura. Al final, en el coloquio, me atreví a decirle que su conferencia me había gustado, pero me había dejado un mal sabor de boca la mención a Carrillo, porque “se empieza llamando enano a un hombre bajito y se termina quemando judíos”. Y es que yo pienso que se puede descalificar a una persona por lo que hace, por lo que dice y hasta por lo que piensa, pero nunca por lo que le viene dado y de lo que no es responsable. Y a Santiago Carrillo se le podían criticar cosas de su pasado y su presente, pero nunca su estatura.  

     Esto viene a que, desde hace tiempo, vengo viendo en las redes sociales y en los memes que nos llegan al móvil, menciones risibles y despreciativas a una de las hijas del rey Juan Carlos, poniendo en duda sus dotes intelectuales, mientras –curiosamente- se menciona mucho menos a la otra hija y su “No se”, “No me enteré”, “No recuerdo”.  O sea, se critica y se ridiculiza lo involuntario más que lo voluntario. Y eso no. A mi juicio, claro.

3/4/18

Un mundo tecnológico







     Jueves Santo a las cinco de la tarde. Me dispongo a programar la grabación de una película en el disco duro de mi DVD, para no confiar en que la memoria me avise a tiempo de darle al REC en el momento justo.  Enciendo el televisor y me encuentro con que no hay señal de TV. Nada. Ninguna cadena. Solo el clásico “empedrado” blanco y negro.  Lo primero que pienso es que el televisor ha palmado, nada extraño dados los años que tiene, pero no, compruebo que reproduce lo grabado en el disco duro y en un disco. O sea, que toca preguntar a los vecinos si ellos también tienen el mismo problema y, como ahora nos ampara la tecnología, no es necesario ir de puerta en puerta ni telefonear, que es más inoportuno, sino que envío una circular a los que tengo en mis contactos de Whatsapp, que son, como es lógico, los que más trato.
  
     De principio, excluyo al 5ºC porque se que está ausente.

     El 5ºB me responde casi inmediatamente diciendo que no se encuentra en Granada y se interesa por el tipo de avería que detecto.
  
     El 3ºA debe tener el móvil apagado o estar en un lugar donde no pueda usar el programa, ya que no le llega el mensaje. Solo una “palomita” en gris oscuro.

     El 4ºA me dice que está en la calle y volverá tarde. O sea, que está de procesiones.

     El 2ºB no contesta ni ve el mensaje. Dos “palomitas” en gris.
  
     Desisto entonces, por el momento, de programar la película y apago el televisor.

     Un rato después me llega la respuesta del 2ºB diciendo que también está fuera de la ciudad.

      Hora y media más tarde vuelvo a encender el televisor y ha vuelto la señal. Programo la película. La tecnología responde. Viva la tecnología.
  
     Pero en ese tiempo he comprobado que estoy sola.