El reciente post de Una mirada… me ha recordado que hace años hice un recorrido turístico “Granada la nuit” de lo más divertido, pues visitar la propia ciudad como un turista puede resultar toda una experiencia. Como un turista y, además, totalmente convencional, de los de “very typical”.
Ocurrió que vino una parienta del norte acompañada de varias amigas que no conocían Granada y, aunque las visitas a monumentos las hicieron con el grupo en el que venían, ciertas cosas eran opcionales, entre ellas esta visita nocturna, a la que me sumé por pura curiosidad pagando mi billete correspondiente. Y ahí empezó la aventura.
La primera parada del autobús que nos conducía fue en Los Mártires, en donde nos esperaba un concierto de guitarra, pero resulta que desde la entrada a ese palacete se divisan estas vistas que, de noche, son todo un espectáculo y, sin embargo, el guía pretendía que pasáramos directos del autobús al salón del concierto, así que agarré a las forasteras y me las llevé hacia el mirador con gran alboroto del guía que nos gritaba: Señoras, no se separen que se van a perder. Yo le aseguré que no me perdía, que soy de aquí y conozco ese sitio como la palma de mi mano, pero a pesar de ello volvimos a la manada antes de que a aquel señor le diera un ataque.
Termina el concierto, subimos al autobús, pero al parecer el conductor se había ido a dar una vuelta, cosa que yo aprovecho para decirle al guía que, mientras, me llevo a mis forasteras a admirar las vistas del Albaicín desde la Plaza de los Aljibes. Vuelta el guía a armar la escandalera y a imaginarnos perdidas sin remedio en el bosque de la Alhambra, pero yo que no, que mire usted que son dos carreras y es pecado mortal salir de la colina sin ver eso. Lástima que con tanta discusión vuelve el conductor y bajamos al centro para volver a subir a la otra colina camino de una zambra en una cueva del Sacromonte. Palmas, taconeos, remolinos de volantes, calor… y a nosotras que nos apetece ya tomar algo, por lo que me acuerdo de que un poco más allá hay una cueva convertida en bar y, aprovechando la apoteosis del último baile, me escabullo discretamente con una de mis amigas en busca de una bebida fresquita. Pero que va, ese guía parece tener ojos en la espalda, sale detrás de nosotras y nos hace volver al redil mirándome con ojos asesinos.
Bajamos de nuevo al centro de la ciudad, esta vez para quedarnos, puesto que el siguiente espectáculo está en unos jardines cercanos a mi casa, en donde ya aguanto el tirón sin decir ni pío porque esta parada incluye una copa y el espectáculo es aceptable, pero al salir y pretender el guía que nos subamos de nuevo al autobús para llevarnos al hotel, mi grupo privado de turistas ya le hace frente, se nos unen una pareja de ingleses y un italiano, me hago cargo de todos ellos y nos vamos caminando y disfrutando de una hermosa noche de verano, mientras el autobús arranca con un guía a quien, desde aquí y pasados los años, pido perdón sinceramente por la noche que le di.