23/7/23

23J (J de julio)

 


      De nuevo votando con esta creencia ingenua de que mi voto es decisivo, de que mis papeletas son absolutamente necesarias. Un voto meditado, reflexionado como se reflexiona aquello que puede cambiar nuestra vida y la de los demás. Un voto que, desde que nos dejaron hacerlo, no ha faltado nunca. Y que no faltará mientras pueda llegar al colegio electoral y mientras sea capaz de saber lo que estoy haciendo.

      Buen domingo y que ustedes voten bien.


19/7/23

Costumbre de silencio

 



      ¿Por qué ha tenido que correr la vida?

      ¿Por qué ha tenido que pasar el tiempo?

      Pudimos quedarnos quietos

      en aquel minuto eterno,

      en el dulce segundo, amanecido

      de luz y sombra sobre el sentimiento. 


      Pienso en tu voz. Ya va marcando una

      terrible y dura costumbre de silencio.


Granada 1955 


13/7/23

Palabras, palabras, palabras...

 


      En el mostrador de admisión de la clínica.

      Yo: Mire, ahí está mal mi apellido.

      Recepcionista: Escríbamelo porque no la escucho.

      Levanto un poco la voz y lo repito, pero lo indicado hubiera sido decirle: Pues debería hacerlo...

      Y es que llevamos ya bastantes años confundiendo oír con escuchar. Tanto de palabra como por escrito, continuamente vemos cómo se dice o se escribe escuchar en lugar de oír, siendo dos verbos distintos con distinto significado. 

      Oír es, según la primera acepción de la RAE, Percibir con el oído los sonidos. 

       Y Escuchar: Prestar atención a lo que se oye

      Por tanto, la recepcionista iba bastante descaminada diciéndome que no me prestaba atención.


Dedicado a bisílaba, especialista en palabras, a quien estas cosas le deben chocar aun más que a mí.

 

1/7/23

El gorrión

 



      Esta historia de Una mirada me ha recordado que, hace ya bastantes años, encontré en una de mis terrazas un gorrión de esos “volantones” que hay en primavera, de esos que apenas saben volar todavía. Esa terraza es estrecha y con un pretil alto de ladrillo soportando la baranda, por lo que se veía que el pajarillo se había posado en la baranda, había caído dentro y no sabía salir de allí. Curiosamente, la madre o el padre (no se distinguir el sexo de un pájaro) se posaba de vez en cuando en la baranda y le piaba como animándolo a remontar el vuelo, pero el bebé-pájaro lo intentaba y no conseguía coger el impulso como para superar la altura de la baranda. Entonces, lo agarré con cuidado con intención de dejarlo en la baranda, pero cuando vi como temblaba, temí que no acertara a volar y se estrellara en el suelo, por lo que volví a dejarlo donde estaba.  Pasaba el tiempo y, viendo que no se iba, le puse agua y unas migas de pan, pero siguieron pasando las horas y yo ya no sabía que hacer con aquello, mientras los dos gorriones piaban y piaban. Hasta que se me ocurrió poner algo para que el pajarillo pudiera acercarse a la baranda y de ahí echar a volar, así que busqué por toda la casa y encontré una tabla que coloqué de forma que le sirviera de escalón intermedio y esperé a ver que ocurría. Pasado un rato, me asomé y nada, allí seguía el huésped en mi terraza y su progenitor revoloteando por los alrededores. Pasó otro rato… y lo mismo. Hasta que, cuando ya perdía la esperanza de que el invento funcionara, me asomé y los dos gorriones habían desaparecido. Respiré aliviada, limpié la terraza y, como en aquello de los gatitos, pedí al cielo que no se le volviera a ocurrir a ningún pájaro acercarse por mis terrazas, pues me habían dado el día.