28/2/14

Andaluces, levantaos.


     En aquellos eternos años de la transición cuando parecía que la democracia no llegaba nunca, empezó a circular por los grupos políticos y las comunidades de base un himno desconocido para todos: el himno de Andalucía, escrito por Blas Infante y con la música de un canto popular de siega, adaptada por José del Castillo. 
     No era oficial, ya que Andalucía aun no existía como comunidad autónoma y, por tanto, no estaba permitido interpretarlo o cantarlo. Pero, precisamente por eso, lo tomamos como otra canción reivindicativa más de las que habían circulado en los últimos años del franquismo y que eran algo así como himnos de guerra en la oposición a la dictadura. Y así empezamos a terminar nuestras misas clandestinas, celebradas en oscuros sótanos y trastiendas de parroquias marginales, con este himno que no nos gustaba a nadie y que nadie sabía cantarlo bien. Porque esa es otra. No había una grabación donde agarrarse ni una partitura, solo el boca a boca, alguien que lo había oído en un grupo o comunidad y lo enseñaba en otra. Y cada uno lo cantábamos como podíamos o como nos parecía mejor, por lo que el dichoso himno terminó que no lo reconocería ni su padre Blas Infante que levantara la cabeza. Porque es que, además, el puñetero himno era un rato difícil y triste como él solo, lánguido como el tipo que luego presidió el escudo, apoyando en los leones su cansina figura. Después no se si es que lo han arreglado o que nos hemos acostumbrado a él, pero la verdad es que ya no nos suena tan mal y hasta tiene sus versiones adaptadas a distintos ritmos. Y como hoy es el Día de Andalucía, oigamos una de esas versiones, la del grupo Jarcha, aquellos que también cantaron el himno no oficial de las primeras elecciones en democracia.


 
Última hora. Una nueva versión del himno a cargo de Estrella Morente, en el acto de entrega de las medallas de Andalucía y del nombramiento de Hijo Predilecto de Miguel Ríos, celebrado en el Teatro de La Maestranza de Sevilla. Medalla para Estrella, nombramiento para Miguel, dos granadinos y un recuerdo para Paco de Lucía al final del himno.

22/2/14

Poesía con poder



     En Navidad conocimos aquí los alimentos con poder, poder de enseñar a  leer o de prevenir enfermedades. Ahora llega a mis manos un libro de poesía que podríamos considerar también con poder, con el poder de ayudar a un barrio que lo necesita. Está editado por la Asociación Socio Cultural Adultos Cartuja, a la que su autor ha cedido todos los derechos con el fin de contribuir a los programas que esta Asociación realiza en tres de los barrios más marginados y necesitados de Granada: Cartuja, La Paz y Almajáyar.
     Y este autor es José Ganivet Zarcos, que no es, ni mucho menos, desconocido, ya que cuenta  con numerosas publicaciones y otros ocho libros de poemas, formando también parte del equipo de redacción de la prestigiosa revista literaria Entre ríos.
     En las primeras páginas del libro aparece esta dedicatoria:
Este poemario flamenco ha sido escrito, verso a verso pensado, para mi gran amigo y grandísimo “Cantaor” Alfredo Arrebola.
     Porque de eso se trata, de un poemario flamenco, de una serie de poemas/coplas para ser cantadas como “palos” flamencos. Seguiriyas, carceleras, polos, tangos, tarantas, guajiras, fandangos, peteneras, martinetes, tonás, granaínas, malagueñas… Todos los cantes están ahí y por ello el libro va acompañado de un CD en el que Julio Fajardo y Alfredo Arrebola, Premio Nacional de Flamenco y Flamencología y director del Aula de Flamencología de la Universidad de Málaga, interpretan estos poemas acompañados a la guitarra por Ángel Alonso y José Fajardo.
     Sin embargo y para quien no sea aficionado al flamenco, también la poesía de José Ganivet Zarcos puede ser leída y disfrutada, como podréis ver a continuación con algunas muestras que os traigo aquí.


En mi vida mando yo
(granaínas)

En mi vida mando yo:
en  mi miedo, en mis creencias,
en mi odio, en mi perdón...
Que solo le rindo cuentas
a mi conciencia y a Dios

Si mi tiempo solo es mío,
a ningún otro le importa
la forma como lo vivo...
Prefiero libre una hora
que veinte siglos cautivo.

Dejadme morir tranquilo
mirándola frente a frente,
que para eso he nacido:
para encajar a la muerte
de frente, sin un quejido.
   

A la vida y a la muerte
(guajiras)

Me gustan por la mañana
el despertar de los pájaros,
el canto de las sirenas
y el crujir de tus zapatos;

sentir que choca mi frente
con la lluvia, con el frío;
que se me empañan las gafas
de vapor, que sigo vivo...

A la vida y a la muerte
me gusta vivir cantando,
que son la cara y la cruz,
y el perfil de un mismo canto.

Recuerda que este nogal
dorado que nos cobija
antes de ser árbol fue
semilla casi podrida.


Que tendrá la vida
(polo)

El querer, Dios y la muerte.
El querer que viene y va;
Dios que en la noche nos hiere
por dentro de soledad;

el tiempo que siempre encuentra
portillos para escapar;
y la muerte, siempre atenta,
que llega sin avisar.

Madre, que tendrá la vida
que aunque sea un rebullir
de penas y fatiguitas
nadie se quiere morir.

Mientras no me faltes tú,
que salga por Antequera
el sol, si quiere salir;
y si no, que no aparezca.

16/2/14

La violencia





     Hace años, en un momento muy duro de mi vida y al hacer unas gestiones importantes, tropecé con un director de un banco que, abusando de las prerrogativas de su cargo, intentó hacerme pasar por el aro en lo que a él le convenía, saltándose a la torera todas las leyes habidas y por haber. Le envié un abogado y ante él reconoció sin arrugarse que yo tenía razón y que lo que estaba haciendo era ilegal, pero que esta señora se me ha subido a las barbas y a mí no me hace eso una mujer. Así, con un par. Y lo invitó a presentar una denuncia en el Juzgado, sabiendo que eso no me convenía pues el problema se alargaría durante años.

     Estando en estas, mi abogado se accidentó y yo quedé sola ante el peligro. Un día, durante una tensa discusión en su aparatoso despacho de director, miré por debajo de la mesa que nos separaba y calculé la trayectoria que tenía que dar a mi pie para alcanzar el sensible objetivo que tenía enfrente. Pero no lo hice, sino que me informé por una amiga de una amiga de una amiga, de la dirección personal del Director General del banco y le escribí exponiéndole el caso y amenazándole con una denuncia al Banco de España.

     Días después todo se había solucionado e, incluso, estuvo en mi casa el director de zona, al que solo le faltó ponerse de rodillas. No ejercí la violencia física, pero si lo hubiera hecho, ¿estaría justificada?

     Esto viene a propósito de que muchas veces nos indignamos por la violencia que se ejerce a las primeras de cambio, pero habría que preguntarse si no se pone a las personas o a los colectivos en un disparadero donde no hay otra opción.
  

Nota: La imagen de arriba corresponde al despacho de un director de banco del s.XIX. Cualquier parecido con el que menciono es pura coincidencia.

    

10/2/14

Los detergentes




     ¿Alguien se acuerda del principio de los detergentes? Yo sí porque soy más vieja y me acuerdo perfectamente de cómo empezamos a usarlos en mi casa.

     Desde siempre se había lavado con jabón en pastillas, que se compraba o se hacía con los posos del aceite de oliva que quedaban en el fondo del recipiente donde se guardaba para todo el año o parte de él. Y así recuerdo un barreño grande de zinc en mitad de la cocina o en el patio, según época, donde se echaba la sosa cáustica disuelta en agua (momento en el que mi madre me hacía alejarme de allí) y el aceite, para empezar a dar vueltas y vueltas con una madera larga hasta que aquello iba espesando y se dejaba secar antes de cortarlo en trozos. Con estos trozos, el sistema de lavado era poner la ropa sobre la tabla de lavar de la pila, que para entonces ya no era de madera sino de la propia pila, y allí frotar con el jabón hasta que estuviera bien impregnada y libre de suciedad, para pasar luego a extenderla al sol en el patio o dejarla en remojo hasta el día siguiente si estaba nublado. Entonces, se volvía a restregar y se aclaraba –dos aclarados como mínimo- para proceder a tenderla a secar, si era posible también al sol. Esta tarea la llevaba a cabo la propia “chica para todo”, pero también había lavanderas especializadas que iban de casa en casa solo para eso.
  
     Hasta que un día alguien habló de unos polvos, que llamaban espumilla, en una traducción libérrima del catalán Pubilla, la marca del detergente, y que según decían servían para lo mismo pero con menos esfuerzo, cosa que no terminábamos de entender puesto que no se adaptaba al sistema tradicional de lavado y que las lavanderas profesionales rechazaron rotundamente porque, según ellas, la ropa no quedaba igual de limpia.

     Pero ¡oh, progreso de la técnica! llegaron las lavadoras eléctricas, que no eran automáticas todavía, aunque tenían un chisme que daba vueltas en el fondo o en un lateral y hasta una goma para llenarlas y otra para vaciarlas. Y entonces llegó el momento de la llamada espumilla porque allí ya no se podía restregar, sino que se echaban los polvos en la lavadora, se cargaba de agua y se ponía a funcionar con la ropa dentro. Con lo que se implantó el lavado mixto, lavado en la lavadora, luego reposo en un barreño hasta que al día siguiente la aclaraba la chica o la lavandera, un tanto enfadada porque su trabajo se había reducido de dos días a uno. Época que no duró mucho porque pronto aparecieron las lavadoras automáticas y, con ellas, los detergentes en envases tipo tambor que lavaban más blanco. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
         

3/2/14

Las agendas


      Hace ya tiempo, casi al principio del blog, hablábamos aquí sobre las agendas que se nos llenan de personas que se han ido, sobre esa soledad que nos invade cuando pasamos sus páginas y, en muchas de ellas, ya no hay ningún teléfono que marcar.

     Pero hoy, en infoLibre -ese periódico digital que está intentando que nos acostumbremos a pagar por los periódicos digitales- leo un artículo de Luis Garcia Montero, que dice lo mismo que yo, pero infinitamente mejor. A pesar de que el poeta es mucho más joven, a pesar de que podría ser mi hijo, dado que un verano, allá por la prehistoria, nadé con su madre en el puerto de Motril, entre marrajos que acudían a los desperdicios de los barcos.