26/11/21

MUFACE de nuevo

 



      Desde hace muchos años, periódicamente y cada vez que cambia el gobierno, el correspondiente ministro de Sanidad expone, como un descubrimiento, que hay que terminar con las mutualidades MUFACE, ISFAS y MUGEJU, o sea, la de los funcionarios civiles del Estado, la de los militares y la de los funcionarios de Justicia. Acabar con ese “privilegio de unos pocos, que están en la Sanidad Privada”. Pero cuando alguien de su gabinete le advierte de que se integrarán en la Seguridad Social varios millones de personas, cae en la cuenta de que la Seguridad Social se colapsará más aun de lo que está, que harán falta más hospitales, más centros de salud, mucho más personal sanitario, etc. Y el luminoso proyecto se guarda en un cajón hasta que el gobierno siguiente lo saca de nuevo, echa cuentas… y lo vuelve a guardar.

      Meditando sobre esto últimamente, he llegado a la conclusión de que este gobierno, ayudado por los gobiernos autonómicos, ha optado por acabar con las mutualidades acabando con los mutualistas. Sí, habéis leído bien: acabando con los mutualistas.

      En abril del 2020, escribí indignada sobre el problemazo que se nos había presentado al cerrar los médicos sus consultas y, no teniendo tarjeta electrónica para las recetas, nos encontramos con que no podíamos acceder a los medicamentos de nuestros tratamientos médicos. Esto duró bastante tiempo y cada cual se las arregló como pudo para conseguirlos, pero muchos tuvieron que racionarlos y otros prescindir de ellos, por lo que no me parece nada extraño que esos muertos que están “sobrando” en las estadísticas y que no se contabilizan entre los fallecidos por Covid, sean los viejos y viejas que dejaron de tomar su pastilla de la tensión, la del azúcar o el colesterol, o los que se desnutrieron porque les faltó el antiinflamatorio que les permitía ir al super. No fueron víctimas de la pandemia directamente, pero sí víctimas colaterales.

      Pero es que, en febrero del 21, llega por fin la vacuna, y entonces, tengo que volver a escribir sobre lo que significa para una persona muy mayor desplazarse varios kilómetros a un lugar que no conoce. Incapacidad, ansiedad, preocupación… y otros cuantos viejos que se van al otro mundo antes o después de recibir la vacuna.

      Y llegamos al momento presente, a la tercera dosis. En las dos anteriores, todos los andaluces mayores de 80 años recibimos un aviso, telefónico o postal, de la Seguridad Social citándonos muy lejos, pero citándonos. Esta vez no, esta vez han optado por lo que llaman “autocita”, es decir, que tienes que ser tú quien se busque la vida si quieres vacunarte y disponen que cada cual la pida en su Centro de Salud, como es lógico. Muy lógico y natural, pero ¿qué ocurre con los mutualistas que no pertenecen a ningún Centro de Salud de la Seguridad Social?  Pues que no son admitidos, que se entra, mediante certificado electrónico, en ClicSalud o se llama a Salud Responde, los servicios de la Junta de Andalucía, y te dicen que a los centros de salud no acudas porque allí no hay vacuna para ti, que debes acudir a los Centros de Vacunación Masiva, cerrados desde hace tiempo, ilocalizables y desconocidos hasta por el que contesta en Salud Responde. Un señor o señora, que se limita a decirte a modo de disculpa que esto te pasa porque tú estás “en la Sanidad Privada”, lo que, a fuerza de oírlo, le hizo saltar a esta mutualista que escribe y levantar la voz algo más de lo correcto para decir: Perdone, pero yo no estoy en la Sanidad Privada, sino en el SISTEMA NACIONAL DE SALUD, que es lo que encabeza mis recetas, y tengo el mismo derecho que cualquier otro ciudadano a ser vacunada en las mismas condiciones que los demás. Lo que, por supuesto, no le sirvió a esta que escribe más que para aumentar su tensión arterial y tener que tomarse una tila antes de ir a la cama.

Nota: Puedo añadir que, mediante un recurso que no voy a mencionar, tengo mi cita en un Centro de Salud próximo, pero aun no se si me inyectarán la vacuna anti-Covid, la de la gripe (que ya he recibido en mi entidad sanitaria)… o la del sarampión y las paperas, pues de todo eso habla en el resguardo que me dieron y así aparece en mi ficha de ClicSalud, junto con las anteriores dosis que recibí. Si en diciembre sigo escribiendo aquí, es que todo ha salido bien, a pesar de los intentos de la Junta de acabar con la bestia parda de MUFACE acabando, poco a poco, con los mutualistas más vulnerables.

* * *

Actualización: 1 de diciembre, día de la cita. Paso el día nerviosa esperando la vacuna. Llegado el momento, me visto con el “equipo de las vacunas”, una camiseta sin mangas bajo el anorak, para facilitarle el trabajo a la enfermera, que da agobio verlas en la televisión a tirones con las mangas para descubrir el sitio donde inyectar. Salgo de mi casa ya de noche y hace frío con tan poca ropa, pero no me importa porque voy a recibir –por fin- la vacuna tan esperada y peleada. Ya en el Centro de Salud, espero bastante rato mientras van llamando a las personas que están antes que yo. Por fin oigo mi nombre y entro en la consulta, me quito el anorak y miro a la enfermera que sostiene en su mano MI DOSIS. Pero el médico me dice que yo recibí una determinada marca y esa se les ha terminado, que si acepto que me pongan otra. Le digo que sí, que me pongan la que sea, pero que me vacunen de una vez. Desnudo completamente mi brazo esperando el pinchazo, pero la enfermera y el médico hablan en voz baja, miran el listado que tienen delante y el médico me dice que lo han pensado mejor y la dosis que iban a ponerme será para un paciente que recibió esa vacuna en las anteriores dosis, y que yo tengo que esperar a que reciban de la mía. Enfundo mi brazo, me voy y, en la entrada, me cruzo con un señor, al que miro con envidia porque va a recibir MI DOSIS. Aparenta poco más de 60 años y buena salud, yo tengo, como mínimo, 20 más que él y los achaques propios de esa edad; si él coge el bicho, será leve, para mí puede ser mortal, pero la vacuna es suya, no mía. Vuelvo a mi casa tiritando y con la duda de si esto habrá ocurrido por pertenecer “a la Privada”.


15/11/21

Una larga guerra

 



      Allá por el año 1809, durante la Guerra de la Independencia, a España se le ocurrió declarar la guerra a Dinamarca, no por una agresión, sino porque apoyaba a Napoleón, con el que andábamos de gresca.  Cuando el despacho de esta declaración de guerra llega a Huéscar, en el noreste de la provincia de Granada, su Alcalde o Corregidor, don Juan de Murcia y Montero, se lo toma muy en serio, reúne al Cabildo y acuerdan poner bandos en las calles para que todo el pueblo se entere y puedan atacar a las fuerzas danesas en cualquier lugar donde se hallen…. hasta que, previo un mutuo convenio de Corte a Corte y un tratado, estipule las condiciones de Paz.

      Llega 1814, se firma la paz entre los gobiernos, pero los vecinos de Huéscar no se enteran o se han olvidado del asunto y el acuerdo de 1809 sigue en vigor.

      Y así pasan 172 años, nada menos. En Granada está de Delegado de Cultura don Vicente González Barberán, investigador e historiador, que un día mete la nariz en el Archivo Histórico de Huéscar y se encuentra con la sorpresa de que La Muy Noble Y Leal Ciudad De Huéscar sigue en guerra con el Reino de Dinamarca. Y, claro, corresponde acabar con aquella situación, para que los turistas daneses puedan venir tranquilos a visitar la Comarca de Huéscar y el Antiplano, que son dignos de verse y vivirse, así que el día 11 de noviembre de 1981 se firma formalmente la Paz, actuando de representante de Huéscar su alcalde, don José Pablo Serrano y, por Dinamarca, el embajador don Mongens Waldel-Petersen. Firman en el Libro de Oro de la ciudad, ondean las banderas de los respectivos países, y, a los acordes de los himnos nacionales, queda definitivamente sellada la paz entre Huéscar y Dinamarca. Se lanzan las campanas al vuelo, rubios niños vestidos de wikingos y preciosas niñas con el traje regional de la comarca adornan la fiesta, a la que ha acudido la prensa mundial, corre el vino Picoso, se huelen las buenas carnes a la brasa y el día termina como ya podemos imaginar. 

      Pero no acaba ahí la cosa. Los oscenses vuelven a tener ganas de fiesta después de las amarguras de la pandemia y, como ahora se cumplen los cuarenta años de aquella firma de la Paz, lo han celebrado de nuevo el pasado día 11 con el mismo jolgorio de entonces, siendo ahora sus impulsores el actual Alcalde, don Ramón Martínez y la cónsul del país nórdico en Andalucía, Marisa Moreno Se ha inaugurado un monumento, han programado diversos actos, entre ellos el estreno del documental La Guerra más larga, dirigido por Jorge Rivera y producido por Jaime Noguera, y, por supuesto, ha vuelto a correr el Picoso, responsable en la sombra de la buena relación entre daneses y oscenses aquel recordado 11 de noviembre de 1981.


5/11/21

Qué cómodos son los muertos...

 


      Hoy he estado en el cementerio y me ha dado por pensar en lo cómodos que son los muertos. Me refiero a que son cómodos para nosotros. Les damos lo que queremos y ellos se conforman, se callan, no nos reclaman más. Les damos nuestras flores (quien las lleve), nuestras oraciones (quien rece), nuestras lágrimas, nuestro recuerdo… Y nos quedamos en paz, con el deber cumplido. Otra cosa son los vivos. Una pejiguera los vivos, un fastidio. Los vivos piden, exigen lo que no queremos dar, perturban nuestra vida, la amargan algunas veces. Reconozcámoslo: No son nada cómodos los vivos.

      También es muy cómoda la Humanidad. ¿Qué es la Humanidad? Pues según el DLE, el género humano o conjunto de los seres humanos. Por tanto, si yo me preocupo en las Redes por los palestinos o los sirios, si levanto mi voz lamentando los inmigrantes que mueren en el Estrecho, si me indigno por las injusticias de la Justicia o el robo de los bancos, estoy preocupándome, lamentando, indignándome por la Humanidad. Hasta puedo llegar a salir en manifestación defendiendo una pensión “digna” o más puestos de trabajo. El no va más, vamos. Pero que cómodo es todo eso. Porque, mientras, puede ser que en nuestro propio bloque, en la puerta de al lado sin ir más lejos, un día huela mal y resulte que el viejo que vivía ahí lleva días –o semanas- muerto en el suelo de su cocina sin que nadie lo eche de menos. Pero no sentimos remordimientos, porque ese viejo no era nada nuestro, llevaba ahí al lado 30 años, pero no era nada nuestro. Era parte de la Humanidad… pero nada nuestro. El pobre no era palestino, ni sirio, ni inmigrante, ni los bancos le habían robado más de lo normal… No había por qué ocuparse de él. ¿No será, más bien, que era incómodo ocuparse de él? Esa maldita incomodidad de los vivos…