Una amiga que ya no está, decía que cuando se miraba al espejo se preguntaba:
- ¿Qué hago yo ahí con la cara de mi padre?
Pues eso es lo que nos ocurre cuando pasan los años y no nos reconocemos en los espejos ni en las fotos. En nuestro interior somos las mismas (o los mismos), pensamos igual, sentimos igual, sufrimos de la misma forma que hemos sufrido siempre y nos alegramos con las mismas cosas, pero sin embargo, todo en nuestro exterior ha cambiado.
En una ocasión, volví a ver a un antiguo amigo después de muchos años. Nos habíamos separado muy jóvenes y el reencuentro fue casi por sorpresa. Estábamos en una habitación grande, separados por muchas personas y yo lo reconocí inmediatamente porque no había dejado de ver fotos suyas en periódicos y televisión, pero él no había vuelto a verme a mí. Nos miramos fijamente a través de la gente y supe que me había reconocido. Cuando, un poco más tarde, ya pudimos hablar, le pregunté cómo había podido reconocerme después de tanto tiempo y tantos cambios y me contestó:
- Por la mirada. Sigues mirando de la misma inconfundible forma.
Yo, en un principio, me sentí halagada por sus palabras, pero después pensé: ¿Eso es todo lo que queda?