26/6/18

En tirantes





      ¿Qué veis en esa foto tomada en las pruebas de Selectividad? Yo veo que varias de las chicas van muy veraniegas como corresponde a la época. Y lo primero que he pensado al verla, es en un catedrático de Farmacia de cuyo nombre me acuerdo, pero no menciono por respeto a su familia. Este señor (por llamarlo de alguna manera) formaba parte todos los años del tribunal de aquella terrorífica reválida que culminaba los siete cursos de Bachillerato y, en el examen oral, se dedicaba a piropear a las chicas de tal forma que les era difícil pasar esa prueba de lo nerviosas que se ponían. Y, claro, a la hora de enfrentarse a la Reválida, el mayor temor que sentíamos no era al examen en sí, sino al catedrático, y nos preparábamos desde años antes para hacerle frente y que sus comentarios jocosos sobre nuestro físico o indumentaria no afectaran a la exposición de nuestros conocimientos.  O sea, a pasar de él, hablando claro. Curiosamente, no se contaba nada de que hiciera lo mismo con sus alumnas en Farmacia, quizá porque, ya más mayores y seguras de sí mismas, podían contestarle lo que se merecía.

      Afortunadamente, en el siguiente plan de estudios esta reválida desapareció y aquel tipo no pudo ya ejercer su machismo año tras año. Hace ya un tiempo, una visitante de este blog, me “acusó” de feminismo y yo le contesté que tenía el que se derivaba de lo que había vivido. Y este es un ejemplo claro de lo que digo.


18/6/18

Esto





      Cuando me despierto por la mañana, me digo:

      -Tengo que hacer esto, esto y esto.

      Algunas veces llego a esto y esto, pero casi siempre me quedo en esto.

      Frustrante.

  

7/6/18

Antonia





      Antonia (nombre ficticio) enviudó a los 70 años, pero le quedó una pensión decente de su marido, que le permitía vivir sin problemas económicos en el piso de su propiedad. Un solo hijo, Agustín (nombre también ficticio) casado y con una niña, que vivía de alquiler porque nunca le apeteció comprar, sabiendo que con los años el piso de sus padres sería suyo. El piso alquilado era céntrico, caro, pero lo pagaban con el sueldo de su mujer y con el suyo bastaba para mantenerlos a los tres con holgura. Pero llega la crisis, la mujer pierde su empleo y el sueldo de él no alcanza para pagar el alquiler y mantener el nivel de vida al que están acostumbrados. ¿Solución? Irse a vivir a casa de su madre. A Antonia esto no le hace mucha gracia, pero es su hijo y no va a dejar que pase apuros y no tenga donde vivir, así que se mudan todos… y empiezan los problemas. Diferencias de horarios en las comidas y sueño, pérdida de libertad por ambas partes, mal entendimiento entre suegra y nuera (cosa que ocurre hasta en las mejores familias) Y entonces Agustín (Tinín para su madre) empieza a convencerla de que estaría mejor atendida en una residencia, que ellos pasan mucho tiempo en la calle, que algunos fines de semana se van y se queda sola, que pasan los años y llegan los achaques... A Antonia esto le gusta todavía menos, se resiste a salir de su casa, pero termina por ceder y marcha a la residencia resignada. Al principio lo pasa muy mal, echa de menos su casa, sus vecinos y su barrio, pero con el tiempo se va acomodando, hace amistades en la residencia, las cuidadoras son agradables y cariñosas, y llega un momento en que se siente a gusto.

      La crisis aumenta, a Agustín le reducen las horas y el sueldo, su mujer sigue sin trabajo y el dinero no alcanza. Alumbran una idea luminosa: la pensión de la abuela. Si vuelve a vivir con ellos, esa pensión ayudaría, ya que la abuela tiene pocos gastos. Y aquí tenemos a Antonia volviendo a su casa cuando ya se ha acomodado a la residencia. Sin ganas, sabiendo que empezarán de nuevo los problemas y sintiéndose en casa ajena, pues aquel piso ya está distinto, ya no es el que ella dejó. Sus muebles no están, ni sus cosas, ni sus recuerdos. No es su casa.
  
      Ha pasado el tiempo, al parecer la crisis está disminuyendo, Agustín ha recobrado el horario y el sueldo, su mujer está en vías de tener trabajo. Ya no hace tanta falta la pensión de la abuela. O sea, que Antonia se ve de nuevo camino de la residencia, pero no de aquella en la que estaba tan bien, ya que su querido Tinín no ha perdido el tiempo en estos años y la tiene en lista de espera para una de la Seguridad Social, “donde te atenderán mejor de tus achaques, que ya es mucha edad la que tienes y esto irá de mal en peor”.

      Antonia, nombre ficticio, mujer real.