26/11/16

Fidel




     Hace un par de años, en uno de mis paseos por el parque García Lorca, me encontraba frente a la Casa Museo del poeta haciéndole fotos a las flores del macasar, cuando vi que llegaba una familia de cuatro personas: un señor mayor, dos mujeres más jóvenes y un hombre más o menos de la misma edad que las mujeres. El señor mayor y las mujeres se sentaron en un banco y el otro hombre empezó a pasear con una cámara de vídeo tomando lo que podía: la casa, los gatos, los árboles, etc. Cuando pasó a mi lado se quedó mirando como yo me acercaba a las flores, me saludó muy educadamente y me preguntó que planta era esa. Total, que empecé a hablar del macasar, pasamos a Lorca y el señor mayor se levantó del banco y se sumó a la conversación. Me dijeron que eran cubanos que vivían en Miami desde hacía 50 años, que eran admiradores de Lorca y que habían representado obras suyas en un grupo de aficionados. Y entonces pasaron a un interrogatorio en toda regla o un examen sobre mis conocimientos sobre el poeta. Sabían bastante sobre él, pero querían saber más y, sobre todo, querían ver sobre el terreno lo que habían leído, así que me preguntaron sobre la casa, si estaba igual que entonces, hasta donde llegaba el terreno de la huerta antigua… La pena es que ese día estaba cerrada y se habían quedado sin verla por dentro, pero cuando yo les hablé de la verbena que hacen en verano se les iluminaron los ojos y dijeron que tenían que venir. Mientras tanto, se habían sumado también al grupo las dos mujeres y tuve que repetir algunas de las cosas que había dicho antes, pues ellas también preguntaban y una de ellas decía que era la tercera vez que venía a Granada. Parecían personas de dinero, pues el hotel donde me dijeron que estaban es uno de los más caros de Granada. Además, llevaban ropa muy buena, la cámara de vídeo era superior y  un iPhone el móvil en el que el más joven buscó este blog cuando le hablé del post Cómo canta una ciudad.

     Como ya se hacía tarde, salimos del parque juntos, me preguntaron por un buen restaurante cercano y nos despedimos. Mientras volvía a mi casa, pensaba en aquellas personas y su historia, en que, por la edad de algunas de ellas, habrían nacido ya en Miami o llegarían muy niños, me resultó triste que se decían cubanos pero nunca habían visto su país y me di cuenta de que había conocido otra cara de aquella revolución cubana, que tanto nos ilusionó al principio y tanto nos desilusionó después. Como todas las revoluciones, por supuesto.

     Hoy, con la muerte de Fidel Castro, he estado recordando tanto aquellos días en que el Comandante y el Che bajaron de Sierra Maestra, como también a esta familia que conocí frente a la casa de donde García Lorca salió un verano para no volver.


20/11/16

Cuán gritan esos malditos...





     En la anterior entrada, a un comentario de Anarkasis en el que hablaba de los cantantes que se han cansado de susurrarnos, yo contesté:

     -Y nos dejan a los gritones.

     Y así es. Los cantantes ahora no cantan, gritan, se desgañitan y lo ponen de relieve con sus gestos, demostrándonos que si no estallan en mil pedazos del esfuerzo es porque están muy entrenados. Probad a quitarle el sonido al televisor cuando ellos –y ellas- están en un escenario o plató y veréis como se encoge el estómago de ver lo mal que lo están pasando, como destrozan sus cuerdas vocales, sus pulmones revientan y sus caras van a llenarse de arrugas en dos días por la gesticulación. Y yo me pregunto: ¿Eso es cantar?

     Estamos ahora llorando a Leonard Cohen, que susurraba, y hace poco hemos hablado de Bob Dylan, que tampoco es que fuerce mucho su voz, pero ambos cantaban, sí, cantaban y nos llegaron al alma con sus canciones. Los cantantes actuales los admiran, los veneran… pero no los imitan.


12/11/16

Leonard Cohen



Hay días que tendríamos que borrar del calendario.

Gana Trump y se nos muere Leonard Cohen. 


6/11/16

Alfonsina



     Este verano, ordenando unos papeles, encontré un folio con la letra de la canción Alfonsina y el mar, de Ariel Ramírez y Félix Luna. Está escrita por mí, a mano, con la caligrafía apresurada de copiar avanzando y retrocediendo la cinta en el cassete, pero con el “oficio” de muchas horas de transcripciones de clases y conferencias. Por entonces, ya sabía que esa Alfonsina de la canción era Alfonsina Storni, la poeta que se suicidó en Mar del Plata, pero no teníamos entonces la facilidad de Internet y fue mucho tiempo después cuando pude leer el poema que dio origen a esta canción, el poema que Alfonsina escribe en la soledad de la habitación de un hotel y que envía por correo al periódico La Nación antes de encaminar sus pasos, en la oscuridad de la noche, hacia el mar donde sepulta el sinsentido de toda una vida. Una vida de tan solo 46 años, pero que le venía pesando desde su inicio.     

              Dientes de flores, cofia de rocío,
              manos de hierbas, tú, nodriza fina,
              tenme puestas las sábanas terrosas
              y el edredón de musgos escardados.

              Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
              Ponme una lámpara a la cabecera,
              una constelación, la que te guste,
              todas son buenas; bájala un poquito.

              Déjame sola: oyes romper los brotes,
              te acuna un pie celeste desde arriba
              y un pájaro te traza unos compases

              para que olvides. Gracias... Ah, un encargo,
              si él llama nuevamente por teléfono
              le dices que no insista, que he salido...  

     Puntos suspensivos.