28/4/21

Los semáforos




      Seguro que muchos de vosotros odiáis los semáforos. Os retrasan, os impacientan y algún “taco” habréis soltado ante ellos, tanto cuando vais en coche como andando. ¿A que sí?

      Sin embargo yo, como peatona, los adoro, estoy enamorada de los semáforos. ¿Por qué? Os preguntaréis, con comprensible extrañeza. Pues por algo muy simple: porque me sirven de pretexto para detenerme y así descanso, recobro el aliento y puedo seguir tirando de este cuerpo que cada día pesa más. Y no porque esté más gorda, que conste, todo lo contrario, me mantengo –más o menos- en mi peso.

      Para este menester, también sirven los escaparates, pero donde esté un semáforo de minuto y medio en rojo, que se quite el escaparate de un estanco. Ni punto de comparación…


20/4/21

Veinte años

        Siempre hablamos aquí de las pérdidas y no hace mucho también de los sueños, por lo que he recordado una de las canciones más nostálgicas que he oído en los últimos años. Se trata de una canción muy antigua, una habanera cubana de 1935, que ha tenido muchas versiones desde entonces, hasta que cruzó el charco y aterrizó en uno de esos grupos de habaneras que abundan en el Levante español, concretamente en el que cantaba y componía Cástor Pérez Diz, el padre de Silvia Pérez Cruz, a quien tuvimos el gustazo de oír interpretando la canción de Leonard Cohen con letra de García Lorca, Pequeño vals vienés.

      Y es ella, Silvia, la que canta ahora con su padre esta habanera. Una Silvia muy joven con un padre que ya no está.

 

 

      Pero resulta que hay una versión de un trío muy especial, que “se ha hecho viral en la Red”, pero que, a pesar de eso, a mí me gusta mucho y no me resisto a subirlo por si alguno de los que venís por aquí no lo conocéis. Con vosotros, Isaac y Nora (y su padre también)

 

12/4/21

Mejor sin nosotros




      Me encuentro a la hija de un antiguo amigo, le pregunto por su padre y me cuenta, con un punto de contrariedad en la voz, que desde que murió su madre está muy desanimado, que no quiere salir y que, si lo sacan a comer un sábado, está deseando volver a su casa. Luego, aumenta la irritación en su voz cuando me dice que nada le interesa, que la televisión no le gusta, no quiere ordenador y ni siquiera toca el móvil que le regalaron, por lo que pasa el día sentado en su sillón, sin hacer nada y mirando no se sabe donde. Y concluye diciendo: Creo que lo único que quiere es morirse…

      Entonces, yo le contesto:

      -Probablemente. Él sabe que vosotros, sus hijos, no lo necesitáis ya, que tenéis vuestras vidas plenas, tenéis pareja, hijos, una profesión… Trabajó mucho para que eso fuera así, pero ahora ve que ya no os hace falta para nada y que solo es un engorro, alguien que hay que acompañar al médico y hacer equilibrios con el horario para llevarlo a vacunar. En su lucidez, sabe que cuando muera lo lloraréis porque es vuestro padre y lo queréis, pero es consciente de que, en el fondo, estaréis mejor sin él. Por eso quiere morirse, porque su vida ya ha perdido sentido, ya no tiene razón de ser.

      Por la noche, hablo con una compañera del colegio que vive en otra ciudad y me cuenta lo inútil que se siente desde que empezó la pandemia. Antes, reunía a sus nietos en su casa los fines de semana, era una paliza cuidar de todos y darles de comer, pero le gustaba ver como sus hijos disfrutaban de un poco de libertad para ir a un espectáculo o un museo y, por otra parte, los nietos trataban unos con otros, hacían una piña entre ellos y estaban deseando que llegara el finde para jugar con los primos en casa de la abuela. El domingo por la tarde, cuando los recogían sus padres, estaba reventada, pero satisfecha de haber sido útil a sus hijos y sus nietos.

      Pero llega la pandemia, ella es anciana, de mucho riesgo por las enfermedades que ha padecido y padece, y como es lógico, los hijos la protegen no apareciendo por su casa más que para hacerle algún recado o llevarle la compra. Y los nietos… nada, pues es difícil controlar que no abracen a la abuela. Pasa un mes, otro, un año, ve que sus hijos han resuelto sus salidas de otra forma y que los nietos están distanciándose entre ellos, que ya los primos no son tan amigos y otros ocupan su lugar. Y ella se siente inútil, vacía, su vida ha perdido también su razón de ser. ¿Desea la muerte? No lo se, pero la veo abatida como nunca la vi e insinúa algo parecido a lo de antes: que se siente una carga para sus hijos y que estarían mejor sin ella.

4/4/21

Oración al Creador

 



      Hoy los cristianos celebramos el Domingo de Resurrección, pero pienso que no hay que ser creyente para estar de acuerdo con estas palabras, con las que el Papa Francisco termina su encíclica FRATELLI TUTTI y que veo muy apropiadas para el día.

 

Señor y Padre de la Humanidad,

que creaste a todos los seres humanos con la misma dignidad,

infunde en nuestros corazones un espíritu fraternal.

Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo, de justicia y de paz.

Impúlsanos a crear sociedades más sanas

y un mundo más digno,

sin hambre, sin pobreza, sin violencia, sin guerras.

Que nuestro corazón se abra

a todos los pueblos y naciones de la tierra,

para reconocer el bien y la belleza

que sembraste en cada uno,

para estrechar lazos de unidad, de proyectos comunes,

de esperanzas compartidas.

Amén.