1/1/25

La Navidad de los viejos

 



      31 de diciembre a media mañana. En la puerta del supermercado charlan dos mujeres mayores.

      -¿Donde vas a cenar esta noche?

      -En mi casa.

      -¿Sola?

      -Sí, mis hijos cenan en las suyas.

      -¿No te vas con alguno de ellos?

      -Pues no, porque lo celebran con los amigos y yo no pinto nada en eso.

      La miro y veo brillar en sus ojos las lágrimas contenidas. Se despide de la amiga y se va apresurada, como si quisiera llegar pronto a su casa para dar rienda suelta al dolor que lleva dentro.

      Más tarde, ya en mi casa, oigo en el móvil el largo mensaje de voz en el que una amiga muy distante me cuenta, una vez más, que "va a morirse" sin ver en Navidad a uno de sus hijos que, desde que se casó hace muchos años, pasa siempre la Navidad con la familia de su mujer. Y repite: "No hay turnos, siempre es lo mismo, y yo me voy a morir sin verlo un año sentado en mi mesa en Navidad".

      La llamo porque a mí se me dan mal los mensajes de voz, pero no me coge el teléfono, no sé si porque no lo ha oído o porque no tiene ganas de hablar. Le escribo entonces un mensaje y evito desearle una noche feliz. 

      Aún más tarde, ya cerca de la cena, felicito por WhatsApp a otra amiga, suponiendo que está en casa de su hermano como todos los años, pero me contesta, también con un mensaje de voz, diciendo que no está con su familia, que su hermano ya no conduce y ella no se atreve a depender de los taxis en una noche así para ir a su casa. Y se despide advirtiéndome de que ya ha cenado y se está acostando. O sea, que no la llame. 

      Mientras voy a la cocina a por mi cena, pienso si los sobrinos que se reúnen en casa de su hermano tampoco conducen. Y pienso también que ella tampoco ha pronunciado la palabra feliz.

      31 de diciembre, 12 de la noche. Empieza un nuevo año y yo os deseo, más que nada, que jamás conozcáis la soledad de estas viejas, la soledad de tantas personas mayores que ni siquiera pueden volcar su tristeza en un blog.