30/9/24

Legítimas y acreditadas

 



      Ahora que tanto se habla de la comida sana, de los alimentos procesados, de que un producto no lleve más de cinco ingredientes, yo he recuperado por casualidad algo que he tomado desde niña, pero que había dejado de comprar quizá por no verlo en los supermercados que frecuentaba.
      Hablo de las tortas de aceite, que antes llamábamos "sevillanas" o simplemente de Inés Rosales, por ser esta la marca más conocida. Aunque no era esa la única, pues estas tortas son tradicionales en toda Andalucía Occidental, digamos que son "de toda la vida", ya que se hacían en las casas siglos antes de que a una señora de Castilleja de la Cuesta, provincia de Sevilla, se le ocurriera vender en la carretera y la estación las tortas que le enseñó a hacer su madre y esta aprendió de la suya. Tortas tan simples que no tienen más que tres ingredientes: harina, aceite de oliva y azúcar. Y unos granos de matalahuva, que le dan el ligero sabor a anís. Solo eso. Ni conservantes, ni acidulantes, ni espesantes, ni edulcorantes... ni nada. Más sano, imposible. Ni más bueno. Y quien no las haya probado, que se compre un paquete y verá como no miento.
Nota: Que conste que no tengo nada que ver con ninguna empresa fabricante de tortas sevillanas (aunque un pariente de mi madre las fabricaba en Córdoba hace muchísimos años) y que conste también que ese paquete de arriba lo he pagado religiosamente en el supermercado donde ahora me las ponen delante en exposición cada vez que entro.

17/9/24

Visitas turísticas

 


      En el Patronato de la Alhambra se está estudiando lo que llaman un Plan Director, que replantee las visitas al monumento y establezca nuevos itinerarios, pues tal como está y a pesar de restringirse el número de visitantes, hay momentos en que está masificada y eso daña un monumento tan delicado e, incluso, perjudica a los visitantes, que ven gente en lugar de belleza.

       Ante esto, lo primero que me viene a la memoria es la cantidad de veces que he pensado lo bueno que sería poder distinguir las personas que van porque disfrutan con ello de las que solo buscan la foto ante la Fuente de los Leones para decir: he estado ahí. Y, de esta forma, facilitarlo a los primeros y ponérselo difícil a estos últimos. Difícil y caro, si es preciso.

      Una amiga, cuando se jubiló de una profesión relacionada con las Artes y las Letras, se afilió de voluntaria en la cárcel y su misión era acompañar como guía a grupos de reclusos en visitas a monumentos y museos de la ciudad, dándoles unas sencillas explicaciones sobre lo que estaban viendo. Me contaba entonces que encontró en estos grupos personas nacidas y vividas aquí que no solo no conocían la Alhambra, sino que ni siquiera habían entrado nunca en la Catedral, Capilla Real, Casa de los Tiros, Corral del Carbón...y demás etcéteras. Vio también que había algunos que se habían apuntado a esas visitas para salir unas horas de su encierro, pero que otros se quedaban extasiados ante lo que estaban viendo y costaba arrancarlos de allí. Recuerdo que me emocionó aquello y pensé que estas personas de vidas complicadas merecerían estar en libertad y entrar gratis a todos esos monumentos.

      Curiosamente, unos días después, coincidí con esta amiga y su grupito de reclusos en un museo, me sumé al grupo y disfruté lo más grande compartiendo con ellos la visita y ayudando a la guía en sus explicaciones.

 

3/9/24

Una chica de El Ejido

Imagen tomada del periódico IDEAL

       Hace muchos años, cuando ya empezaba a hablarse de la inmigración subsahariana, asistí a una mesa redonda o conferencia, no recuerdo bien, que se celebraba en el salón de una iglesia cercana. Como ya dije en esa ocasión, esa iglesia está situada en un barrio acomodado y conservador y, en el coloquio del final, una señora muy elegante dijo que sí, que muy bien, que pobrecitos africanos, pero que "esa gente" venía a quitarle el trabajo a los de aquí y ella tenía dos hijos en paro que... Creo que no llegó a terminar su perorata, pues en las últimas filas se levantó una chica muy joven que la interrumpió indignada diciendo: ¿Sabe lo que le digo, señora? Pues que usted no comería tomates y pimientos en invierno si no fuera por ellos. Yo soy de El Ejido, mi familia tiene invernaderos y puedo decirle que el trabajo en invernadero es un infierno, que la atmósfera es irrespirable en verano. ¿Y sabe lo que pasa? Pues que un español se marea, lo sacan, se va a su casa y ya no vuelve, mientras un senegalés se marea, lo sacan, se airea un poco, se bebe un vaso de agua... y vuelve a entrar. Y al día siguiente y al otro y al otro, hasta que se le acaba el contrato. Así que si sus hijos buscan trabajo, que vayan a los invernaderos y lo encontrarán.

      No sé si fui yo la primera en aplaudir, pero el aplauso fue unánime y la chica ejidense se sentó un tanto abochornada, mientras la señora de los hijos en paro supongo que deseó meterse bajo su asiento

 

26/8/24

No pensar nunca en la muerte


      Como, en la anterior entrada, hemos hablado abundantemente del tema, he recordado este poema de Manuel Alcántara, que podemos oír de su propia voz y en la de Mayte Martín, autora también de la música.

 

11/8/24

Los sanitarios tienen corazón

 


      En esta semana que ahora termina, se han cumplido 30 años de la muerte de mi madre. Muchos años, mucho tiempo, pero no el suficiente como para que dejara de pasar por mi cabeza "la película" de aquellos días, los flash back que se te quedan fijos en la memoria para siempre. Y recordé cuando, un par de días antes de morir, tuvieron que cambiarle el suero de sitio y la enfermera le pinchó repetidamente sin encontrar la vena, como suele ocurrir con las personas en su situación. La enfermera tiró la toalla y dijo: Voy a llamar a uno del quirófano. Un rato después, llegó un chico vestido de verde que dio con la vena a la primera. Mi madre musitó un débil "gracias” y el chico vestido de verde me miró con los ojos llenos de lágrimas. Se había emocionado porque una mujer anciana, moribunda pero consciente, le había dado las gracias por acertar con su vena al primer pinchazo.

 

2/8/24

La siesta




      Cuando era niña, la siesta en el verano era sagrada para nosotras. No era obligatorio dormir, pero sí estar en reposo, pues nos decían que beneficiaba nuestra salud y nuestro crecimiento y estaban muy mal miradas las familias que dejaban a sus hijos jugando en la calle o en el patio. Nuestra sospecha era siempre que, detrás de esa preocupación por nuestra salud, estaba el deseo de los mayores de echarse una siestecita tranquila, pero era comprensible si ellos trabajaban y habían madrugado, así que una niña buena como yo comprendía la situación y se tumbaba en la cama turca un par de horas. Y como no tenía ningún sueño, en ese par de horas leía todo lo que tenía a mi alcance, empezando por los cuentos o los libros de Celia y variando mis lecturas conforme aumentaba mi edad.

      En uno de esos veranos me tragué la colección completa de Salgari, en otro la de Verne, en otro le metí mano a la biblioteca de mi abuelo recién llegada a mi casa tras su muerte, incluidos los libros que mi padre me señaló como "no apropiados para mi edad", y en otro me leí las obras completas de García Lorca. Recuerdo que cuando llegué al teatro, cada tarde era una obra. Amor, amor, amor y eternas soledades decía Marianita poco antes de que mi madre se levantara a poner la merienda.

      Pienso ahora lo que contribuyeron a mi cultura aquellas pesadas tardes del verano, aquellas no-siestas de mi infancia y adolescencia. Mi estatura física no se desarrolló tanto como nos decían, pero aquellas lecturas fueron conformando la mujer adulta que luego fui.

 

19/7/24

Carolyn Richmond


Foto tomada de Wikipedia


      Desde que abrieron al público el Alcázar del Genil y se estableció allí la Fundación Francisco Ayala, me gustó visitarlo y no solo por la belleza de su parte árabe, sino por el ambiente de los alrededores, del pequeño jardín, del patio de los naranjos. La tranquilidad, la paz que allí encontraba, la ausencia casi total de visitantes me atraía y me empujaba a ir con frecuencia. Está relativamente cerca de mi casa y solo un poco más allá del super donde compraba, así que dejaba el carro de la compra en el super y allí que me iba a pasar un rato hasta que se me echaba el tiempo encima y tenía que volver.
      Un día, leí en la prensa que habían traído las cenizas de Francisco Ayala para enterrarlas bajo un limonero y, como yo no distingo entre un limonero y un naranjo si son pequeños y no tienen fruto, la siguiente vez que fui entré en la oficina a preguntar donde estaba y también a enterarme si permitían hacer fotos. Me preguntaron ellos para que quería las fotos y les dije la verdad: para tenerlo localizado, para subirlas a Flickr y quizá publicar una entrada en mi blog. Entonces, me dieron una tarjeta con la dirección de correo del centro y me pidieron que les enviara las fotos y el enlace al blog, cosa hice pasados unos días.
      Entré en el patio de los naranjos, hice mis fotos, pero luego me detuve un rato ante el arbolito que tenía bajo sus raíces las cenizas de Ayala sin la menor lápida ni referencia. Estando allí, sola ante el limonero, vi que se asomaba al patio Carolyn Richmond, la viuda del escritor, y se quedaba mirándome. Me volví y nuestras miradas se cruzaron. Me sonrió y en sus ojos vi agrado, complicidad y me atrevería a decir que agradecimiento. Le sonreí yo también, se fue sin decir nada y un poco después me fui yo también.
      Pasó un tiempo, hubo una exposición no recuerdo de que, fui a verla y proveché para hacer mi recorrido de siempre y mi visita al limonero. Antes de irme descansé un poco en un banco de la entrada y entonces apareció de nuevo Carolyn, que cruzaba desde la casa a la oficina. Me vio, creo que me reconoció, se detuvo y volvió a sonreírme como la primera vez, le devolví el gesto y nos despedimos con la mano.
      Hace tiempo que no voy por allí, pues lo que antes estaba cerca, ahora está lejos, pero al parecer ella tampoco ha ido, ya que hace unos días se supo que había muerto en Madrid tras una enfermedad de años.

      Pienso ahora que pude hablar con ella, que incluso pudimos llegar a ser amigas, que podría tener ahora fotos de las dos juntas, pero nada de eso ocurrió. Y no me importa, porque aquellas miradas cómplices que cruzamos son suficiente como para que ahora pueda decir: Descansa en paz, Carolyn, y ahora que tus cenizas han venido a unirse a las del hombre que amaste y acompañaste, ten por seguro que haré lo imposible para visitaros a los dos en el limonero que ya debe haber crecido y dar sombra.

10/7/24

MUFACE y las “fake new”

 


      Últimamente se está hablando mucho de MUFACE, tanto en la prensa escrita como en los periódicos digitales, debido a que este año termina el concierto con las entidades aseguradoras, que están ejerciendo presión para que el Gobierno haga una mayor aportación económica, ya que según ellas, con la actual están perdiendo dinero y no pueden continuar así.

      No voy a entrar en la controversia sanidad pública/sanidad privada, tema que ya hemos tratado aquí en otras ocasiones, sino que me voy a limitar a poner de relieve la cantidad de información falsa que estamos recibiendo, de lo que es un magnífico ejemplo lo que estoy leyendo día sí y día no sobre MUFACE. Y digo información falsa por ser benévola, pues lo que se lee son auténticos disparates. Como que MUFACE paga a los funcionarios mejores pensiones que la Seguridad Social, cuando sabemos que las pensiones no las paga MUFACE sino el propio Estado mediante el Régimen de Clases Pasivas del Estado, al cual cotizaron esos funcionarios durante toda su vida laboral.

      Esto pone en evidencia el desconocimiento del tema, pero hay algo mucho más sangrante. He leído también en varios sitios que los mutualistas tienen "mejores tratamientos y mejores medicamentos, con lo que se benefician económicamente"  (Véase aquí el "emoji" de los ojos muy abiertos) 

      Y lo grave es que la gente se traga estas cosas, incluso los que deberían conocer el tema, pues en la farmacia donde compro, cuando, finalizando la pandemia, comentaba lo difícil que me estaba resultando que el SAS me vacunara de COVID, uno de los chicos que trabajan allí y que es farmacéutico, me dijo: Pero con MUFACE tenéis otras ventajas, tenéis mejores medicamentos. Yo abrí los ojos como el "emoji" y le contesté: Dime algún medicamento que me hayas dado a mí y no se lo des a un pensionista de la Seguridad Social. Con la diferencia de que yo te pago el 30% sin tope alguno y el de la Seguridad Social se lo lleva gratis o por un mínimo precio". Y no pudo contestarme.

      Cómo veis, esa imagen de arriba es de hoy, un día cualquiera y solamente con parte de la medicación que tomo. Decidme si hay muchos pensionistas de la Seguridad Social que paguen esto, porque yo lo que veo en esa farmacia es que la mayoría se van de ella con sus medicamentos y sin tocar el monedero.

 

25/6/24

El blanqueo

 


      Con motivo de las recientes elecciones europeas, mantuve una conversación con un amigo, que sostenía que la Transición "blanqueó" el franquismo, haciendo que, para los jóvenes de ahora, Franco fue solo un señor que hizo muchos pantanos. Pero yo le decía que no, que el franquismo estaba ya blanqueado cuando murió el dictador. A la dictadura la sostuvo, cuando se estaba viniendo abajo, el desarrollismo de los años 60, los "gobiernos tecnócratas" del Opus, que pusieron a los españoles a firmar letras para pagar el piso, el coche o el apartamento de la playa. Y se encargaron de blanquearla José Solís, "la sonrisa del Régimen" y Fraga Iribarne con su bien calibrada "apertura". A partir de ahí, los pequeños grupos de la oposición solo encontraban indiferencia hasta en los barrios más pobres y era muy difícil movilizar a la gente, que solo quería tranquilidad y trabajo para pagar sus letras. En medio de todo, la dictadura no era tan mala si permitía vivir bien y progresar. La libertad y la ideología habían pasado a un segundo plano y se miraba para otro lado cuando se hablaba de encarcelamientos y ejecuciones.
      Y a los que habíamos vivido la posguerra, aquello nos la recordaba, pues entonces lo único que quería la gente era olvidar el infierno vivido, llorar a sus muertos y poder alimentar a sus hijos. Nada más...o nada menos.
      Tanto lo uno como lo otro, es humano y comprensible, pero con ello nos ganamos cuarenta años de dictadura. Ni uno menos de lo que duró el dictador.

2/6/24

Soledad

García Montero con Gioconda Belli en la Huerta de San Vicente  

      Pongo en Google la palabra soledad y me sale de todo. Empezando por la Wikipedia y la definición de la RAE, me sale de todo. Desde consejos/anuncios de psicólogos, a una funeraria o un negocio de venta de neumáticos. Canciones, nombres de mujeres más o menos conocidas, libros, muuuchos psicólogos que nos aconsejan como convivir con la soledad y hasta la Cruz Roja y el Teléfono de la Esperanza.

      Pero sigo con el dedo hacia abajo y me salta a la vista algo sorprendente: Luis García Montero mencionando un poema de José María Pemán, titulado precisamente Soledad y que creo recordar traje aquí hace años.

      El artículo de García Montero es de la pasada Navidad y habla de lo que muchos hablamos por esas fechas: de las ausencias, de las pérdidas. La suya bien grande, ya lo sabemos. Curiosamente, no había leído ese artículo y es raro, pues suelo seguir lo que escribe el paisano. Mi primera intención al leerlo, ha sido guardarlo para una entrada de la próxima Navidad, pero como resulta que a mi edad eso está demasiado lejos y no sé si para entonces estaré yo o estará el blog, mejor lo enlazo ahora, pues lo creo válido en cualquier época del año. Y añado lo que le hubiera contestado si no me diera pereza tener que suscribirme. Algo que escribí hace mucho tiempo.


Porque decir "nosotros"
es nombrar un sueño.


23/5/24

Otro adiós

 


      No hace ni un mes que escribí aquí la despedida a un amigo de muchos años y ahora tengo de nuevo que despedir a otro, a un amigo que empezó siendo virtual, pero que luego hablamos con frecuencia y terminó una tarde sentado en este sillón desde el que ahora escribo. Y me estoy refiriendo a Unjubilado, el amigo Jubi, que se nos ha ido sin pedir permiso, sabiendo que no se lo íbamos a dar.

      Nos queda su última entrada, ese “beso volador” que ahora parece un presagio. Un beso de despedida, que nos envía desde lejos y al que respondemos los que aun seguimos aquí... por el momento.

      Descansa en paz, Emilio. Nos vemos...

 

3/5/24

El papel de un traje


Cartel. Autora: Belén Ortega

      Granada, primeros años 40, plena posguerra. Llega el Día de la Cruz y ni mis amigas ni yo tendremos traje de gitana para ir a las pocas cruces que hay en los patios. Así que nos conformaremos con montar nuestra pequeña cruz de celindas, vestidas como todos los días. Sabemos que hay niñas que sí tienen preciosos trajes de gitana, son niñas de las familias que se enriquecieron cuando el boom de las azucareras, construyeron la Gran Vía, alquilaron los pisos y ahora viven de las rentas, pero nuestro barrio es de clase media, no hay hambre como en otros, pero tampoco lujos. Y un traje de gitana es un lujo asiático en aquel momento, pues, además, con las cartillas de racionamiento solo dan últimamente tela de sábanas y "vichí" de cuadritos para hacer delantales. Ni de lejos un percal rojo con lunares, que era nuestro sueño.

      Pero como la imaginación llega al poder, a alguien se le ocurre hacer un traje de papel. Así como lo digo. De un papel fino que venden en la tienda Costales de Puerta Real, que no es caro y lo hay de todos los colores. Pero, claro, el papel no se puede coser, hay que pegarlo, y la confección del traje no es posible encomendarla a modistas ni costureras, que de papeles y pegamentos no saben nada, así que es la persona más habilidosa de cada familia la que se encarga de confeccionarlo. Y ahí está mi padre, con su arte para todo, dispuesto a que su niña fuera la mejor vestida. Y lo fue. Con la ayuda de los patrones de mi madre, tuve el traje de papel más bonito de todas las amigas. Rojo y con lunares blancos, también pegados. Y volantes, muchos volantes, que disimulaban mi delgadez.
      A estas alturas, tengo que reconocer que mi amiga Quica me hizo la competencia con el traje confeccionado por su hermano Antonio. Sí, aquel Antonio que, muchos años después, se hizo un nombre adornando pasos en Semana Santa. Y el Día de la Cruz allí estábamos todas, unas mejor vestidas que otras, pero tan contentas... y sin movernos demasiado porque el papel no aguantaba mucho.
      Años 40, lutos, escasez, tristeza y trajes de gitana de papel.

Nota.Tengo que advertir que cuando hablo de trajes de gitana me estoy refiriendo a los que luego se han venido a llamar de flamenca y en Sevilla se les llama de faralaes. Sin embargo, en Granada siempre se les llamó de gitana, pues procedían de los que llevaban las mujeres en el Sacromonte.