24/2/21

Por fin, la vacuna



      Hay muchas personas mayores, muchísimas, que son independientes, a pesar de su edad, porque se desenvuelven en un círculo muy pequeño, un espacio de barrio muy reducido, pero que cubre sus necesidades. Supermercado, centro de salud, farmacia, iglesia y banco para cobrar la pensión a final de mes. Eso es todo. Todo lo tienen cerca de su casa y no necesitan nada más. Saben que hay vida más allá de su barrio, pero esa vida ya no es la suya, a ellas les basta con poder seguir viviendo sin depender de nadie, sabiéndose personas con una vida propia. Limitada, sí, pero la suya. Son independientes, siguen siendo personas. Están vivas.
      Pero ahora llega la vacunación de la Covid, les dicen que tienen que ir a las 20:30, ya de noche, a un Centro de Salud que está a 6 km de su casa… y el mundo se les cae encima. Si tienen hijos, se encargarán de resolverles el problema, pero ¿y si no los tienen o están lejos? No saben donde está ese Centro, no saben siquiera los medios de transporte que pueden utilizar, tienen miedo hasta de subir a ellos y también al contagio y, si recurren a un taxi como mal menor, la pensión se les quedará tiritando este mes.
      Me pregunto, entonces, si la vacunación no se podría haber organizado de otra forma y me dicen que esta, la de todos los mayores de 80 en el mismo centro, es más "operativa". ¿Operativa para quién? Que se lo pregunten a la persona de 87 años, que se ve obligada a salir del pequeño círculo en que se desarrolla su vida desde hace mucho, mucho tiempo. Y que no sabe siquiera como lo va a hacer. Casi prefiere quedarse sin vacunar… y que sea lo que Dios quiera.
      Se me dice también que se trata de vacunar la mayor cantidad de personas en el menor tiempo posible, porque una semana de retraso puede significar vidas que se pierden, pero yo digo que también pueden estar en juego las vidas de esas personas, que se van a quedar descolgadas quizá por algo tan simple como no poder -o no saber- cómo desplazarse hasta donde las han citado.


18/2/21

Los almendros ausentes




      Hace seis años, como escribí en los comentarios de esta entrada, los almendros eran los grandes ausentes en mi vida. En Granada no los hay y cuando pasaba por el Valle de Lecrín era siempre verano y ya estarían las almendras para cogerlas, así que el esplendor de los almendros floridos me era desconocido, hasta el punto de que tuve que pedir prestada la foto de la cabecera.

      Por fin, unos años después y gracias al amigo que me llevó, pude conocerlos “en persona”. De cerca, en Salobreña, con ese derroche de la foto de arriba y, de lejos, me extasié ante las distintas tonalidades de sus flores, que pintan de blanco y rosa el Valle. Todo un espectáculo, os lo aseguro.

      Pero este año, de nuevo los almendros estarán ausentes por los confinamientos. En la costa tienen que estar floridos hace tiempo y me han dicho que el Valle de Lecrín es ya ese espectáculo que este año nos perderemos todos.


11/2/21

El sello (Continuación)





      Esta mañana, le he oído esta conversación a dos señores de pelo blanco, que estaban parados en una esquina.

 

-Si es que a los mayores nos tienen en el punto de mira y, a las primeras de cambio… fuera. Ni medicinas, ni UCI… Nada.

-Como que, si pudieran, nos quitaban las pensiones.

-Calla, calla, no les des ideas.

 

      Esto es lo que está matando a los viejos. No la falta de medicinas ni de UCI, sino la desesperanza, el miedo...   



4/2/21

El sello

 



      A mí -como a cualquiera de vosotros, supongo- me han llamado de todo.  Desde lo mejor, las personas que me miran bien, hasta lo peor aquellas con las que he tenido algún encontronazo, que de todo hay en la viña del Señor.

      Pero lo que nunca habían dicho de mí es que no soy VIABLE. Y lo dicen los directores de UCI, unos señores a los que no tengo el gusto de conocer, que nunca nos hemos encontrado en el portal ni hemos discutido en una reunión de vecinos. Miran en mi tarjeta sanitaria la fecha de nacimiento y me colocan en la frente el sello de NO VIABLE. Ahí, bien visible, en la mismísima frente, sin poder ocultarlo con una mascarilla de las buenas. Y ahí lo llevo, simplemente porque cometí el error de no morirme antes de cumplir los 80. Igual que los judíos del holocausto llevaban un número tatuado en el brazo, yo llevo ese sello en la frente. En mi amplia frente de ser humano, que aun es capaz de pensar. Y de sentir.