Recientemente, la Academia de Buenas Letras de Granada le ha rendido homenaje al poeta Juan Gutiérrez Padial por haberse cumplido el pasado Febrero 100 años de su nacimiento en el pueblo granadino de Lanjarón.
Juan Gutiérrez Padial pertenece al grupo de poetas que por los años 50 y 60 animaron en Granada la gris vida cultural de la época. Fue profesor en la abadía del Sacromonte y por entonces se integró en el grupo Veleta al Sur. Publicó su primer libro –Salterio gitano- en 1948, y no volvió a publicar hasta diez años después cuando aparece A contratierra, escrito en prosa. Le sigue luego Debajo del silencio (1966) terminando sus publicaciones con Sombra penúltima (1980) y Bajo la sombra del estro (1983)
De él dijo Carlos Muñiz en su libro 6 poetas granadinos posteriores a García Lorca:
Es cura, sí, no os asustéis. Lo encontraréis en el huerto plantando unos tomates. Por la mañana ha cantado en el coro de la catedral. Ahora, a la caída de la tarde, sigue con la salmodia de los surcos, riega, planta, recoge…../ No es raro, pues, que entre col y col, antífona y antífona, salten los otros versos, los suyos, la voz rajada y grave de quien sabe de dolores y bajamares parturientas. Pertenece a esa larga lista de clérigos trovadores, tan incomprendidos en vida, tan rumiados tras la muerte.
Y más recientemente, Antonio Sánchez Trigueros en IDEAL:
Poeta dominador de la técnica y materialidad del verso, poeta del romance luminoso, de magistrales sonetos, del verso libre y del poema en prosa, del poema breve y del poema de largo aliento…
Pero mejor veamos unos poemas suyos.
SOLEDAD
El mar y yo. ¡Siempre solos!
Tierra, atrás. Cielo, delante.
Diez caracolas de espuma
por la frente. Por la sangre
la ausencia… ¡siempre la ausencia!
Se me deshoja la tarde
entre los dedos. No hay rosas
ni esperanzas. Llama el aire
una, dos, tres….¡cuantas veces!
Nadie le responde, nadie.
El mar y yo. Siempre solos.
Me abrasa la voz. Me arden
las horas. Todo me quema
la soledad de la tarde.
El mar y yo. Siempre el mar
y yo para adivinarte.
DEBAJO DEL SILENCIO
Hablar contigo. De mí,
Contigo, callar… ¡Silencio!
Dejar tiempo a la palabra.
Por el agua –claro espejo-
las voces suenan -¿a qué?
a olvido y polvo.
Silencio
de mí, contigo, hecho carne.
Repique de nada. Viento
de nada. En el corazón
dolor de nada. Mis dedos
de nada, llenos de sangre.
Yo, de ti –de nada- ciego.
¿Me encontrarás por encima
o por debajo del tiempo?
Se va… ¿Quién sabe por donde!
Para salir a tu encuentro
hablar contigo, de ti.
Contigo, de mí, silencio.
DEL AMOR Y LA PALABRA
Hablo porque me escuece la palabra
y la certeza de saberme hermano.
Agria tengo la voz, rota, la mano
de santiguar preguntas: ¿No hay quien abra
una estela de tierra en la macabra
sonrisa de los muertos? ¿Será en vano
gritar a lo divino por lo humano?
Mi lengua es una gubia que me labra
palabras de dolor, de amor, de huida,
de silencios, de lágrimas, de lodo…
Busco a tientas en mí, nombres y nombres
hasta llenar el libro de la Vida
y en mis brazos pretendo atarlo todo
por la hermandad de Dios y de los hombres.