Tal día como hoy, hace 21 años, se me fue del todo una persona que escribía muchas cartas. Eran cartas largas, de muchas cuartillas escritas por ambas caras y con una letra que me hizo decirle cuando recibí la primera que un hombre con dos cosas bonitas –la letra y la voz- podía llegar lejos. Frase memorable donde las haya, que no dice mucho, pero que consiguió que el propietario de la letra y la voz siguiera escribiendo hasta su último aliento y yo recuerde aun su voz cuando las leo.
Hoy, 21 años después de que faltaran definitivamente aquellas cartas, me llega una muy distinta y en unas circunstancias muy distintas. No es un abultado sobre lleno de cuartillas, sino un “christmas” de felicitación, y no viene de muy lejos, sino de ahí al lado, como quien dice. Pero también, como aquellas cartas perdidas en el tiempo, ha iluminado de esperanza una Navidad triste como todas las navidades habidas y por haber. Y con ella, además, he pensado que, con tantos medios informáticos, hemos perdido la emoción de sacar de nuestro buzón del portal un sobre con una dirección y un sello, abrirlo sin saber lo que contiene y experimentar el milagro de que una presencia virtual se haga física y real en forma de papel y firma.