Ahora que ya empiezan a trabajar las peluquerías, me he acordado de que, cuando llevábamos casi un mes de confinamiento, hablé por teléfono con una amiga, que me contó su “tremendo” problema: No puede ir a la peluquería y ella no sabe hacerse nada, por lo que su pelo ya no aguanta más. Ni el peinado ni el tinte. Yo pienso que ya no es solo cuestión de estética, sino de higiene, pues esa cabeza sin lavar tanto tiempo debe ser algo así como una selva habitada. Pero no se lo digo, por supuesto, y sigo oyendo sus quejas. Que ella siempre había pensado que, si se ponía enferma, la peluquera iría a su casa o, en el peor de los casos, su hija o la limpiadora podrían hacerle un apaño. Pero ahora ni peluquera, ni hija, ni limpiadora…
Una vez terminada la conversación, me vino a la memoria el momento en que decidí no tintarme el pelo para cubrir las canas. Durante años, fueron apareciendo, pero como mi pelo era de color claro, no se notaban demasiado e, incluso, quedaban bien. Hasta que ya había más pelo blanco que de mi color y la peluquera empezó a decir que debía tintarme o, al menos, ponerme unas “mechas”. Pero yo no me decidía, pues ¿de que color me teñía? Castaño no, ya que nunca lo había tenido así y me iba a ver rara. ¿Rubio? Ahora hay mejores tintes, más naturales, pero entonces no había más que ese “color tortilla de patatas” que veía en otras y no me gustaba nada. Y en esas estaba cuando la hermana de una amiga enfermó gravemente y fue ingresada en un hospital bastante tiempo. Tenía un tinte en el pelo de un color rojizo muy llamativo y, cuando fueron pasando las semanas y el pelo fue creciendo, le aparecieron las raíces blancas, una franja de varios centímetros que hacía un enorme contraste con lo rojo. Y allí estaba, con la mala cara de quien se está muriendo y aquella cabeza en dos colores, como una bandera. Y, entonces, mirándola en la cama del hospital, tomé la decisión de no tintarme, pues, aunque yo me manejo bien para arreglarme el pelo y no voy a la peluquería más que a cortarlo, el tinte sería obligatorio con más frecuencia y me podría ocurrir lo que a la hermana de mi amiga.
Y no podéis imaginar la de veces que me he alegrado de aquella decisión. Ese día, sin ir más lejos, hablando con esa amiga, y todo el tiempo que ha pasado desde entonces. Me he alegrado de no tintarme y de saber arreglarme el pelo desde niña., pues malo es que terminemos dependientes para otras cuestiones, pero ¿para eso?