Virginia Woolf sostiene en Una habitación propia (1929) que la mujer siempre ha sido menos “productiva” intelectualmente y menos creativa en las Artes y las Letras porque no ha podido disponer de una habitación propia, un espacio privado en el que desarrollar su trabajo y creatividad. Su vida trascurre en las zonas comunes familiares, compartiéndolas con los hijos, los mayores y el servicio, mientras el hombre dispone de un despacho, estudio o taller, reservado e inexpugnable.Años después, Concha Lagos, una poetisa de Córdoba (España), escribe en Los obstáculos (1955)
Cuantos libros ansiando ser leídos
que nunca sostendrán mis manos:¡tienen ya que acudir a tantas cosas!Para vosotros, libros, faltan ocios;
está el jabón, el agua, el plumero, la agujay preparar la cena.El hombre no comprende –ignora tantas cosas…-Podría rebelarme, pero el grito sofoca
un filo de esperanza.
Y sigue el implacable cabalgar de los días:
al campo, los domingos; para amar, una hora.Si la pereza venzo y a tientas me apoderodel papel y la pluma,
vivo una madrugada feliz entre palabras.
¡Ya se escribir a oscuras!
Y lentamente dejo en torcidos renglones
estrofas de un poema, un breve pensamiento,
y acaricio los libros siempre sobre la mesa.
Dos ejemplos que podría parecer que pertenecen al pasado, que ya no son aplicables al momento presente, en el que la mujer desempeña un trabajo en la calle, una profesión que le da la independencia que no tenía antes. Sin embargo, no estoy muy segura de que haya podido conquistar ese espacio que reivindicaba Virginia Woolf, esa habitación propia, íntima y personal, en donde desarrollar su creación sin interferencias familiares.