Se habla ahora mucho del Edadismo, o sea, la discriminación de los viejos por el hecho de serlo. Pero no creo que se toque el tema más de lo que yo lo he tocado, porque, seamos claros, aquí venimos a hablar de nuestro libro, lo que, al fin y al cabo, es la esencia de un blog, de una bitácora, de un diario de a bordo. Y como yo soy vieja, lo más lógico y natural es que hable o escriba de los viejos.
Terminada está introducción (que era totalmente innecesaria) pasemos a lo sucedido hoy.
Hace unos días, tuve que resetear el móvil por un fallo de software y, a continuación, volver a instalar las aplicaciones no predeterminadas, entre ellas, las del banco, que son tres para más inri y que fue bastante lioso debido a las medidas de seguridad, supongo. Una app sirve de confirmación de las otras, mandan al correo una clave, y mientras llega el correo y la copias, el banco te cancela la sesión por inactividad... y vuelta a empezar. Vamos, que habría que hacerlo a cuatro manos. Por fin, consigo instalarlo todo, incluida la vinculación de las tarjetas para poder pagar con el móvil y canto victoria.
Pero la alegría me dura poco, solo hasta el día siguiente cuando intento pagar en el super y el móvil dice que no, que no suelta un euro. Pago en efectivo y al volver a mi casa reviso las aplicaciones en busca de la causa del fallo y todo parece estar en orden, excepto que la tarjeta virtual que se genera se ha duplicado.
En los días siguientes, pruebo de nuevo a pagar, con el mismo resultado. Y ya no me atrevo a seguir probando. ¿Por qué? Pues por lo que le he contestado hoy al farmacéutico cuando me ha dicho que a él también le fallaba algunas veces la aplicación de su banco.
-Sí, pero si a ti te falla, falla el móvil, mientras que, en mi caso, soy yo la que está fallando. He tenido que pasar por que la cajera me coja el móvil para ver lo que hago, un señor de la cola me ha dado instrucciones a voces y he visto sonrisitas de conmiseración y adivinado pensamientos de: ¿Para qué se meterá esta vieja en cosas que no sabe?