Con motivo de la muerte de Adolfo Suárez, creo que todos hemos vuelto la vista atrás, unos a su infancia y otros, los que lo vivimos, a los recuerdos que tenemos de esos años, que para nosotros no son tan lejanos. Y como era de esperar, las conversaciones han girado sobre eso, cada uno a su “yo estuve allí” o “que hacía yo en aquel momento”, con resultados algunas veces sorprendentes. Por ejemplo, hablando con unas amigas, les comento lo mismo que en el post anterior, que Suárez merece todo mi respeto y agradecimiento, pero que nunca lo voté porque no era de mi cuerda. Y entonces, a una de ellas se le escapa: Pues yo sí lo voté. Y digo que se le escapa porque esta amiga ahora es más de izquierdas que nadie, de los de izquierdas de toda la vida, que dan lecciones de izquierdismo a todos y disparan contra cualquier sombra derechista que se mueva. Pero es que otra, tan de izquierdas de toda la vida como ella, contesta ufana: Yo tampoco lo voté. Pues claro que no lo votaste, capullito de alhelí, como que por entonces tú eras seguidora acérrima de Fraga y demás compañeros de la vieja guardia.
¿Qué digo con esto? Pues que estoy hasta el moño de que los que convivieron sin problemas con la dictadura, los que cooperaron a que durara ni un día menos que el dictador, nos den ahora lecciones a todos de izquierdismo y democracia. Presente estaba en esta conversación otra amiga que sintió en su espalda las porras de los grises, pero ella guardó silencio, me miró a través de la mesa y creo que ambas nos pusimos tristes.