Hoy, Día de la Cruz en mi ciudad, me ha venido a la memoria algo
que le ocurrió hace años a un amigo por estas fechas.
Vivía en una urbanización de esas que tienen varios
edificios y espacios ajardinados entre ellos y, al llegar el Día de la Cruz,
los vecinos montaban la suya justo debajo de donde él vivía, con lo cual tenía
que soportar dos o tres días de sevillanas a toda potencia y el ruido de la
gente bailando y tomando copas debajo de sus balcones. Durante años lo soportó
con resignación por aquello de la buena armonía vecinal, pero llegó un año en
que estaba con él su madre, una anciana desahuciada por los médicos del
hospital, que la habían enviado a su casa porque ya no podían hacer nada por
ella. Entonces mi amigo, les pidió a los vecinos que, haciendo una excepción,
ese año la cruz estuviera en otro sitio para que su madre –en sus últimos días
pero perfectamente consciente- no tuviera que soportar aquel ruido y pudiera
descansar. Pero los vecinos dijeron que ni hablar, que aquel era el lugar
indicado para montar la cruz y no pensaban cambiarla. Y que si a su madre le
molestaba que la llevara a un hospital. Cosa que no podía hacer porque de allí
había llegado.
Se montó la cruz, empezaron las sevillanas y, como todas las
cruces, se pasaron de los horarios establecidos por el Ayuntamiento y de los
decibelios permitidos. Y mi amigo lo denunció. Llegaron los guardias y clausuraron
la cruz con toda su parafernalia.
A partir de entonces, los vecinos les declararon la guerra.
No les saludaban, incluso algún insulto oyó al pasar, sus hijos no podían bajar
a jugar porque los otros niños les hacían el vacío y les pegaban, su buzón
aparecía un día si y otro no con la cerradura atascada por palillos de dientes,
su coche en el garaje sufrió más de un arañazo… Hasta que cansado de esta
situación terminó por mudarse.
Y hay un refrán que dice: ¿Quién es tu hermano? Tu vecino
más cercano.