Se habla mucho estos días del golpe que le ha arreado Will Smith a Chris Rock en plena celebración de los Oscar, a causa de una fea broma que hizo, en la presentación de la ceremonia, sobre la calvicie de su pareja. Y, claro, unos comentarios van a favor y otros en contra, más en contra que a favor. Que si violencia, que si machismo, que si las mujeres no necesitamos que los hombres nos defiendan…
Pues miren ustedes que casualidad. Allá por la prehistoria, en el mismísimo patio de la Facultad de Derecho, bajo la atenta mirada del Padre Suárez, un chico (de cuyo nombre no puedo acordarme) recibió un golpe semejante de un antiguo novio de esta que escribe, porque el muy osado había criticado unas cosillas mías que, al parecer, le resultaban censurables. Y no fue una torta con la mano abierta como la de Will Smith, que eso casi parece propio de una mujer, sino un soberano directo a la mandíbula, a pesar de que el atacante era bastante más bajo de estatura que el atacado. ¿Y saben que pasó? Pues que esta que escribe, que siempre fue feminista, tiene que reconocer que se sintió muy orgullosa de aquello, pues que se peleen por ti dos hombres y en semejante sitio, arriesgándose a la expulsión de la Universidad, era algo que te hacía subir puntos en el baremo.
Pasemos un discreto velo sobre la escapada que ambos contendientes iniciaron ipso facto, para que un profesor no los identificara, y también que más tarde arreglaron las cosas entre ellos y se fueron de tapas. Pero el glorioso hecho ahí quedó para la Historia de la UGR. Y para la de esta que escribe, que aun recuerda el tímido beso con que agradeció su caballerosidad al antiguo novio. Beso que, por cierto, fue objeto de otra crítica, esta vez de una amiga, pues “a santo de qué besas a quien ya no es tu novio”. Que tiempos...