Hoy hace 122 años que murió Ángel Ganivet en Riga, en las frías aguas del río Dviná, y en marzo hizo 95 de que lo enterraran en esa tumba que veis ahí arriba y por la que se pasa nada más entrar al cementerio. Al cementerio de San José, en Granada.
Viendo su biografía en Wikipedia, se podría decir que fue un hombre que se suicidó dos veces y lo enterraron dos veces, pero leyendo la más completa de la Real Academia de la Historia, podemos conocer mejor al escritor, poeta, ensayista, filósofo, diplomático… y muchas cosas más. Una de ellas, quizá la más profunda: granadino. Nunca dejó de pensar en su tierra, en “Granada, la bella”, nunca dejó de dolerle lo que no le gustaba de ella ni dejó de imaginar una Granada distinta de la que iba naciendo al paso de los años. En Granada está su cuna, un molino, y en la Colina de la Sabika, su tumba, casi siempre con flores. ¿De quien? No se sabe. Al morir mi abuelo paterno, allá por los años 50, llegó a mi casa su biblioteca con casi toda la obra de Ganivet y un par de libros sobre él. En uno de ellos, se habla de su fatalismo como origen remoto del suicidio, pero también de que poco antes le habían diagnosticado una parálisis progresiva y de que ese mismo día llegaba a Riga la mujer con quien había tenido dos hijos, una niña que había muerto con dos meses y Tristán, que acompañaba a su madre. Pero Ángel Ganivet no los esperó, se fue antes de verlos. ¿Por qué? Solo él lo supo.