Mis padres me contaban que fui una niña muy buena, que no lloraba nunca. Solo, a poco de nacer, cogí una otitis y berreé durante varios días (y noches, que es peor). Ahora, por los mismos días pero muchas décadas después, vuelve la otitis y compadezco a aquella criaturica y aquellos jóvenes recién estrenados como padres.
Y como, en estas condiciones, una no da para mucho, me limito a copiar un artículo que he leído hoy en IDEAL y que me ha gustado. Lo firma Alejandro Pedregosa y se titula
MACHADO VS TRUMP
Me ocurrió el martes pasado. Iba yo paseando mis pensamientos por la calle cuando de pronto me encontré rodeado por un grupo de niños con uniforme escolar. Me estaba echando mano al bolsillo para comprar la papeleta de turno cuando una niña, algo ruborizada, tomó la iniciativa y me tendió un papel enrollado. “Queremos regalarle un poema”, me dijo. Quedé atónito. “Es por San Valentín”, me aclaró. Les agradecí mucho el regalo y les propuse que leyéramos juntos el poema. Hubo revuelo de risas y achuchones, hasta que finalmente nos sentamos en un banco de la Carrera de la Virgen. Supuse que se trataría de un acceso juvenil de romanticismo (y estaba dispuesto a alabarlo fuera cual fuera su calidad), pero para mi asombro los chavales se descolgaron con un delicado poema de Antonio Machado, concretamente aquel que empieza: Soñé que tú me llevabas/ por una blanca vereda… Estuvimos un rato hablando de Machado y les recité algunos poemas que llevaba en la memoria: Era un niño que soñaba/ un caballo de cartón… Cuando nos despedimos todos estábamos de acuerdo en que habíamos compartido algo importante. Algo parecido a una emoción.
Ese mismo día, muy lejos de la Carrera de la Virgen (en una ciudad pequeña del estado de Florida), un chaval llamado Nikolas Cruz entró, escopeta en mano, en su antiguo colegio y celebró su particular San Valentín asesinando a diecisiete personas y dejando malheridas a otra decena larga. Sabemos sin género de dudas (mientras los familiares entierran a sus muertos), que no va a ser el último caso y que en los próximos meses más gente va a morir en los colegios americanos por arma de fuego. A lo mejor a usted (como a mí) le parece aterrador que un adolescente de diecinueve años guarde en su casa un arsenal, pero es que ni usted ni yo entendemos de esto un carajo. Lo inteligente, lo adecuado, es precisamente lo contrario, que todos los chavales acudan al instituto con sus propias armas, para así poder defenderse en caso de asalto. Y es que para muchos estadounidenses la libertad se cifra precisamente en la posibilidad de tener un arma de autodefensa que, según te haya sentado el batido o la hamburguesa, se puede convertir en arma de ataque, porque total, también hay algo libérrimo y personalísimo en saltarle los plomos al vecino de enfrente.
Dice Trump que la cosa no es para tanto. A lo mejor si el asesino hubiera sido negro sí ponía el grito en el cielo (en su cielo de rubios, lechosos y cristianos, claro está) Los problemas del mundo son complicados, pero la vida por lo general es muy simple. Se trata de darle a los chavales un poema o un arma. Elegir entre Antonio Machado o Trump. A lo mejor usted y yo lo tenemos claro, pero ¿sabe cual es nuestro problema? Que usted y yo en el mundo que se avecina, empezamos a ser minoría.