Esta tarde, en un correo titulado Tragedia, me ha llegado el dolor de una amiga virtual. No nos hemos visto nunca y ni siquiera conocemos nuestras voces, pero sabemos más la una de la otra de lo que sabremos nunca de muchas personas a las que vemos todos los días. Hay quien dice que estas amistades virtuales no son auténticas, que son necesarios los ojos que se miran y las manos que se tocan, pero lo que yo se es que ya son muchas las veces que mis lágrimas han caído sobre el teclado, unas veces por la pérdida de amigos virtuales y otras, como en este caso, por el dolor que aflige a una de ellas. Por eso esta noche, mientras mi pensamiento vuela hacia un brumoso norte, desde este sur caliente yo le digo -yo os digo a todos- que el corazón no sabe de distancias. Y que somos más, mucho más, que cuerpos.
Departir
Hace 1 semana
Hay veces, no siempre, en que "la virtualidad" crea un particular lazo con personas que serían extraños en la vida real.
ResponderEliminarSaludos, y ánimo.
O que jamás se hubieran conocido porque sus circunstancias no son las mismas. Siempre he dicho que en la Red nos encontramos las personas, mientras en la vida real muchas veces las que se encuentran son las circunstancias.
EliminarCompletamente de acuerdo contigo, en ocasiones conocemos a una persona de manera virtual y sin embargo la amistad que tenemos con ella es mayor que la que podamos tener con un pariente con el que casi no tratamos.
ResponderEliminar¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!
Feroz de tierra el débil muro escalas,
en quien lozana juventud se fía;
mas ya mi corazón del postrer día
atiende el vuelo, sin mirar las alas.
Fragmento de ¡Cómo de entre mis manos te resbalas! (Francisco de Quevedo)
Yo creo, incluso, que nos abrimos más a los amigos virtuales que a las personas de nuestro entorno, por aquello que he dicho también muchas veces: que no nos importa mostrarnos desnudos ante de quien no nos conoce vestidos.
EliminarSólo puedo decir una cosa en estos momentos tan difíciles, gracias.
ResponderEliminarY ya es mucho. Gracias a ti por venir a estas pobres palabras que nacieron con el impacto del primer momento.
EliminarEn cierta manera somos poco dueños de nuestros afectos, y por ello estos pueden repartirse allá por donde menos se podría esperar. Para mi que ese afecto, tiene que ver con la afinidad, y eso es lo que nos acerca a otras personas vistas o no vistas, cercanas o lejanas... Comparto lo que dices al respecto, y en cuanto a tu querida amigo, no puedo si no desearle que recupere su ánimo y, para ello, que descubra que no está tan sola en estos momentos. Un abrazo a las dos.
ResponderEliminarYo creo que no somos poco dueños de nuestros afectos, sino que no lo somos en absoluto y, lo mismo que El viento sopla donde quiere (Jn. 3,8), nuestro afecto puede recaer incluso en personas con las que no tenemos ningún punto de contacto. No es este el caso, por supuesto, ya que con esta amiga sí me unen -a distancia- muchas afinidades y muchas cosas en común, pero también puede no darse y, a pesar de eso, el afecto estar presente.
EliminarEn momentos tan tristemente emotivos desaparecen el litio, los USB y las antenas de telefonía, desaparecen las barreras y se siente el dolor y la ternura del abrazo. Así has hecho tú.
ResponderEliminarMis condolencias para Calandra.
Eso es lo que se intenta, aunque nunca se sabe si se consigue del todo.
EliminarIgual que a los amigos no hay que mirarles el color de la piel, ni la altura ni el peso, tampoco importa que sean virtuales o no. El único requisito es que sean buenos amigos y estén cuando se les necesita.
ResponderEliminarY estar nosotros cuando nos necesitan ellos.
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