Antonia (nombre ficticio) enviudó a los 70 años, pero le quedó una pensión decente de su marido, que le permitía vivir sin problemas económicos en el piso de su propiedad. Un solo hijo, Agustín (nombre también ficticio) casado y con una niña, que vivía de alquiler porque nunca le apeteció comprar, sabiendo que con los años el piso de sus padres sería suyo. El piso alquilado era céntrico, caro, pero lo pagaban con el sueldo de su mujer y con el suyo bastaba para mantenerlos a los tres con holgura. Pero llega la crisis, la mujer pierde su empleo y el sueldo de él no alcanza para pagar el alquiler y mantener el nivel de vida al que están acostumbrados. ¿Solución? Irse a vivir a casa de su madre. A Antonia esto no le hace mucha gracia, pero es su hijo y no va a dejar que pase apuros y no tenga donde vivir, así que se mudan todos… y empiezan los problemas. Diferencias de horarios en las comidas y sueño, pérdida de libertad por ambas partes, mal entendimiento entre suegra y nuera (cosa que ocurre hasta en las mejores familias) Y entonces Agustín (Tinín para su madre) empieza a convencerla de que estaría mejor atendida en una residencia, que ellos pasan mucho tiempo en la calle, que algunos fines de semana se van y se queda sola, que pasan los años y llegan los achaques... A Antonia esto le gusta todavía menos, se resiste a salir de su casa, pero termina por ceder y marcha a la residencia resignada. Al principio lo pasa muy mal, echa de menos su casa, sus vecinos y su barrio, pero con el tiempo se va acomodando, hace amistades en la residencia, las cuidadoras son agradables y cariñosas, y llega un momento en que se siente a gusto.
La crisis aumenta, a Agustín le reducen las horas y el sueldo, su mujer sigue sin trabajo y el dinero no alcanza. Alumbran una idea luminosa: la pensión de la abuela. Si vuelve a vivir con ellos, esa pensión ayudaría, ya que la abuela tiene pocos gastos. Y aquí tenemos a Antonia volviendo a su casa cuando ya se ha acomodado a la residencia. Sin ganas, sabiendo que empezarán de nuevo los problemas y sintiéndose en casa ajena, pues aquel piso ya está distinto, ya no es el que ella dejó. Sus muebles no están, ni sus cosas, ni sus recuerdos. No es su casa.
Ha pasado el tiempo, al parecer la crisis está disminuyendo, Agustín ha recobrado el horario y el sueldo, su mujer está en vías de tener trabajo. Ya no hace tanta falta la pensión de la abuela. O sea, que Antonia se ve de nuevo camino de la residencia, pero no de aquella en la que estaba tan bien, ya que su querido Tinín no ha perdido el tiempo en estos años y la tiene en lista de espera para una de la Seguridad Social, “donde te atenderán mejor de tus achaques, que ya es mucha edad la que tienes y esto irá de mal en peor”.
Antonia, nombre ficticio, mujer real.
Y tan real, como que es un caso demasiado común, por mucho que yo conozca de hijos que cuidan de sus padres con achaques y pérdidas de memoria al salir de sus trabajos. El caso que relatas es demasiado real, me temo, y debería servirnos de llamada de atención, para estar prevenidos ante manejos tan descarados e interesados.
ResponderEliminarDeberíamos adaptar las leyes para que con la mayoría de edad, cada uno sea responsable de su propio bienestar. A partir de ahí, si los padres quieren ayudar en la manutención, perfecto, que lo hagan, pero de forma voluntaria, no obligada (he leído de alguna sentencia a favor de que los padres mantengan a hijos que no quieren trabajar)
Me parece que los mayores están demasiado indefensos, bien sea por su instinto natural de proteger a la prole, bien por unas leyes que siempre favorecen demasiado al que se aprovecha.
Desgraciadamente, he conocido muchos casos como este en los últimos años, cuando las residencias se quedaron vacías de personas que salieron para parchear la economía de los hijos con su pensión, pero no se de ninguna que lo hiciera voluntariamente, pues la mayoría no sabían siquiera a donde iban ni para que.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con lo que comentas, aunque no es exactamente igual, conozco un caso que unos hijos que vinieron desde Florida (EEUU) hasta Zaragoza, para meter a su padre en una residencia, el hombre mayor, 80 años, era totalmente válido vivía en un piso propio, lo conocí personalmente e incluso me preguntó en varias ocasiones que es lo que tenía que hacer para entrar en la residencia que estaba mi madre, ya que tenía un hermano que lo iba a visitar casi todos los días y le gustaba mucho esa residencia. Cuando dejó de acudir a verle, pregunté por el a una sobrina suya y me dijo que dos de sus hijos habían venido a llevárselo a otra residencia, pero antes le habían vendido el piso con los muebles y lo echaron de casa, una vez que lo hicieron se largaron y si te he visto no me acuerdo.
ResponderEliminarA los que no tenemos hijos, estas cosas deberían servirnos de consuelo, pues, al parecer, teniendo hijos se está igual de solo. La única diferencia es que, si no tienes hijos, nadie puede mandar en tí ni quitarte lo que es tuyo, pero ya sabemos que el mal de muchos no es consuelo.
EliminarMete usted por en medio la puta crisis, pero me parece que no es la causa principal de ese caso, como usted bien escribe, nos apunta, ese acémila ya tenía en mente quedarse con la casa de su madre si o si. Yo que ella me hubiera vuelto a casar aunque fuera con otra vecina en parecidas circunstancias para joderles el negocio.
ResponderEliminarUn saludo
Los menos acémilas, esperan a que se mueran los padres. Que tampoco es tanto, digo yo...
EliminarLa maternidad y la paternidad están sobrevaloradas...
ResponderEliminarAhí sí te doy la razón, no todos los padres y madres merecen serlo.
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