26/8/24

No pensar nunca en la muerte


      Como, en la anterior entrada, hemos hablado abundantemente del tema, he recordado este poema de Manuel Alcántara, que podemos oír de su propia voz y en la de Mayte Martín, autora también de la música.

 

11/8/24

Los sanitarios tienen corazón

 


      En esta semana que ahora termina, se han cumplido 30 años de la muerte de mi madre. Muchos años, mucho tiempo, pero no el suficiente como para que dejara de pasar por mi cabeza "la película" de aquellos días, los flash back que se te quedan fijos en la memoria para siempre. Y recordé cuando, un par de días antes de morir, tuvieron que cambiarle el suero de sitio y la enfermera le pinchó repetidamente sin encontrar la vena, como suele ocurrir con las personas en su situación. La enfermera tiró la toalla y dijo: Voy a llamar a uno del quirófano. Un rato después, llegó un chico vestido de verde que dio con la vena a la primera. Mi madre musitó un débil "gracias” y el chico vestido de verde me miró con los ojos llenos de lágrimas. Se había emocionado porque una mujer anciana, moribunda pero consciente, le había dado las gracias por acertar con su vena al primer pinchazo.

 

2/8/24

La siesta




      Cuando era niña, la siesta en el verano era sagrada para nosotras. No era obligatorio dormir, pero sí estar en reposo, pues nos decían que beneficiaba nuestra salud y nuestro crecimiento y estaban muy mal miradas las familias que dejaban a sus hijos jugando en la calle o en el patio. Nuestra sospecha era siempre que, detrás de esa preocupación por nuestra salud, estaba el deseo de los mayores de echarse una siestecita tranquila, pero era comprensible si ellos trabajaban y habían madrugado, así que una niña buena como yo comprendía la situación y se tumbaba en la cama turca un par de horas. Y como no tenía ningún sueño, en ese par de horas leía todo lo que tenía a mi alcance, empezando por los cuentos o los libros de Celia y variando mis lecturas conforme aumentaba mi edad.

      En uno de esos veranos me tragué la colección completa de Salgari, en otro la de Verne, en otro le metí mano a la biblioteca de mi abuelo recién llegada a mi casa tras su muerte, incluidos los libros que mi padre me señaló como "no apropiados para mi edad", y en otro me leí las obras completas de García Lorca. Recuerdo que cuando llegué al teatro, cada tarde era una obra. Amor, amor, amor y eternas soledades decía Marianita poco antes de que mi madre se levantara a poner la merienda.

      Pienso ahora lo que contribuyeron a mi cultura aquellas pesadas tardes del verano, aquellas no-siestas de mi infancia y adolescencia. Mi estatura física no se desarrolló tanto como nos decían, pero aquellas lecturas fueron conformando la mujer adulta que luego fui.