Cuando era muy niña, mis padres me llevaban a visitar a los abuelos, tíos abuelos y demás parientes mayores. Unas veces eran visitas espontáneas, de volver de la calle y “vamos a pasar a ver al abuelo”, pero otras eran establecidas, como los domingos por la mañana al tío de mi padre que le prestó dinero para comprar la casa y, si yo me resistía por algún motivo, ya sabía la lección: "Debes ir porque gracias a él tienes casa donde vivir".
No sabía yo entonces que, con estas visitas, mis padres me estaban enseñando a querer, me estaban inculcando no solo el respeto hacia mis mayores, sino también y -esto es mucho más importante- me estaban abriendo a los demás, sacándome de mi pequeña familia para abrirme a un mundo mayor de afectos, pues cuando fui creciendo ya lo hacía por mí misma, ya era yo la que pasaba por casa de mi abuelo y subía a estar un rato con él. Porque sí, sin obligación, solo porque era mi abuelo y yo lo quería. O la que me escapaba en una corrida a ver al primo de mi padre, en silla de ruedas por la polio, y estaba con él hasta que mi madre llegaba alarmada de que no me encontraba. Y también porque sí, porque lo quería y puse lazos negros en mis trenzas cuando murió. Los quería, mis padres me habían enseñado a quererlos.
Ahora ha pasado el tiempo, todos los mayores de mi familia ya no están y soy yo la que necesitaría de esas visitas, pero las generaciones que han venido ya no visitan a los viejos, sus padres no los enseñaron a visitarlos. Sus padres no los han enseñado a querer.
En mi caso no creo que de forma directa me hayan enseñado a querer a nadie, seguramente sería de forma subliminal. Abuelos según me contaban mis padres, solamente conocí a uno de ellos pero yo era tan pequeño que no lo recuerdo. Mi poca familia ha estado muy desperdigada, por lo que no ha sido posible verlos con asiduidad. Huesca, Madrid, Cáceres, Segovia, Alicante...
ResponderEliminarSin embargo acudía casi diariamente a visitar a personas familiares de tercer o cuarto orden de mi padre a una clínica donde al venir de fuera, en concreto de Huesca las visitas de sus allegados eran por aquella época casi inexistentes, yo salía del colegio y me acercaba a charrar un ratos con ellos.
Solamente espero que mis hijos me traten la mitad de bien que yo creo que he tratado a mis padres los últimos años de sus vidas.
Pues ve haciéndote el cuerpo a que no va a ser así. En una residencia de ancianos en la que visitaba a una amiga, un día se me acercó una señora que me enseñó un frasco de colonia “que le habían llevado sus hijos”, pero cuando se fue, las compañeras me contaron que era mentira, que se lo había comprado ella en el super porque sus hijos no iban nunca. ¿No es triste?
EliminarSenior Citizen Lo he vivido en la residencia que se encontraba mi madre los últimos años de su vida.
EliminarY no se porqué será, pero muchos residentes (15 ó 20) me contaban sus desavenencias con sus hijos para que les aconsejara como los tenían que tratar cuando esporádicamente iban a visitarles. Piensa que yo iba a ver a mi madre todos los días y había personas que me cogían mucho cariño.
Arreglé el conector de una silla de ruedas eléctrica que nadie era capaz de arreglarle, un par de móviles ya que de vez en cuando y en medio de una conversación se les cortaba, era la batería que no hacía buen contacto. Ponía orden en el juego del bingo que se solía hacer casi todos los días y respetaban mis decisiones. En eventos en los que había que utilizar el salón de actos, incluso las auxiliares de la residencia, me pedían ayuda para que organizara un poco la colocación de los residentes.
O sea, que los tenías adoptados... En la residencia donde yo iba a ver a mi amiga, muy pocas veces vi un familiar con ellas, pues era solo de mujeres. Sin embargo, mi amiga sí las tenía, pues sus hermanos se turnaban conmigo para ir en distintos días de la semana y que así estuviera más acompañada.
EliminarTiene razón Jubilado; a querer no se puede enseñar. Pero sí a respetar y a valorar a las personas mayores. Y la mejor enseñanza es con el ejemplo.
ResponderEliminarHay una copla aragonesa que dice:
«El castigo que nerece
quien con su madre (o su padre) se ensaña
es que cuando tenga hijos
le salgan de su calaña.»
Yo creo que sí se puede enseñar a querer y que también se enseña con el ejemplo. Yo recuerdo a mi padre que me llevaba siendo muy, muy pequeña, a visitar a un tío suyo que estaba en una prisión militar por “rojo”, aun sabiendo que se le podía señalar por esto y que ese no era sitio para una niña. Pero él le tenía cariño a este pariente, sabía que recibía pocas visitas por vivir su familia lejos y que le gustaba verme ¿No era eso enseñarme a mí hasta donde debe llegar el cariño por una persona?
EliminarYo no sé si se puede enseñar a querer, pero si al menos se puede intentar, pero existe una barrera tremenda que impide que ese amor se demuestre o incluso que exista, el egoísmo. Mucha gente dice que quiere a sus familiares, a sus amigos, a sus vecinos, pero eso siempre y cuando ese amor no les reste libertad ni les suponga el más mínimo sacrificio, y entonces yo me pregunto si eso es amor realmente o solo palabrería.
ResponderEliminarAcuérdate del refrán: Obras son amores, y no buenas razones. O de aquella descripción tan buena del amor que le hace el apóstol Pablo a los corintios:
EliminarEl amor es paciente, es afable; el amor no tiene envidia, no se jacta ni se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no se exaspera ni lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, simpatiza con la verdad. Disculpa siempre, se fía siempre, espera siempre, aguanta siempre
Y antes de eso había dicho: Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo que, si no tengo amor, de nada me sirve
Yo creo que sabemos querer, lo que nos hace falta (y es lo que hacían tus padres) es entrenamiento.
ResponderEliminarEn eso tienes muchísima razón y en manos de los padres de ahora está el que vuestros hijos lleguen a mayores entrenados.
Eliminar.... pueeeee me he estado mirando el libro de ética de mis sobrinas y no viene naica de eso
ResponderEliminarAsí que no hay que examinarse. Y aprender sin que las puedan suspender... va estar difícil.
Yo les digo a los abuelos que les suelten la propina, si , pero solo cuando vayan por su cuenta, no cuando las llevo yo.
¡Eso es entrenamiento!
Un saludo.
¿Propina? Ya empezamos mal... A mí no me daban nada.
EliminarAdemás de todo lo que apuntáis, los tiempos han cambiado, y eso también afecta. Somos como niños con juguetes nuevos, deslumbrados por el nuevo coche, televisión, ordenador o red social. Antes se daba más importancia a las personas, quizás porque había más tiempo y menos cosas materiales.
ResponderEliminarPoco a poco, los hijos han tenido más cosas que sus padres, y, sin darse cuenta, han ido sustituyendo las relaciones personales, la charla y las visitas, por el skype mientras respondemos un email o echamos un vistazo al periódico por Internet.
Quizás un día volvamos a relacionarnos como en el pasado. Somos muchos los que ya intentamos usar la tecnología en nuestro beneficio, no como esclavos de ella. La cuestión es si para entonces recordaremos cómo era eso de sentarse junto a la mesa camilla.
Somos como niños con juguetes nuevos. Y los niños tienen demasiados juguetes, demasiados sitios donde ir, demasiadas cosas que hacer… Su mundo es mucho mayor que lo era el nuestro y tiene mucho más atractivo, por lo que pierden de vista el pequeño mundo familiar. La mesa camilla de su abuelo no puede competir con lo que les ofrece el mundo que les rodea.
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