Ayer, mientras veía desolada el incendio de Notre Dame, me fijé en las lágrimas que derramaban algunos franceses. Recordé entonces otras lágrimas, las de mi padre el 31 de enero de 1994, cuando en el hospital, paralizado por un ictus y sin habla, vimos correr las lágrimas por su cara al oírnos comentar que había ardido el Liceo de Barcelona.
Él no conocía Barcelona y, por tanto, tampoco el Liceo. Siempre quiso ir, era su proyecto, pero Barcelona está lejos de Granada y los viajes no eran entonces tan fáciles como ahora, así que el viaje se fue demorando hasta que envejeció demasiado para hacerlo.
No se lo que pasaría por su mente aquel 31 de enero, si lloró por el sueño perdido o, simplemente, por su sensibilidad ante todo lo artístico. Yo sequé sus lágrimas y le dije: No te preocupes, papá. Verás como los barceloneses lo restauran y, entonces, iremos a verlo. Los barceloneses reconstruyeron su Teatro en tiempo récord, pero él murió seis días después de aquel incendio.
La vida rara vez da segundas oportunidades y, a veces, ni las primeras. Aunque al Liceu y a Notre Dame sí parece que se la va a dar.
ResponderEliminarA mi me dolió más el fuego de Notre Dame que el del Liceu, a pesar de que sentí pena por los dos. Quizás porque Notre Dame la conozco, y me impresionó mucho (más por dentro que por fuera).
Saludos, Senior Citizen.
Yo creo que, en estos casos, no se puede calibrar el más y el menos, porque todo depende del sentimiento que hay detrás. Si aquel día hubiera ardido Notre Dame, San Pedro… o la Alhambra, ¿hubiera llorado también mi padre? Supongo que sí, pero no lo se. Porque, como digo, no pude saber si lloraba por la pérdida del Liceo o la de su sueño de conocer Barcelona.
EliminarAños antes, ardieron aquí la Curia y el Palacio Arzobispal y no recuerdo que mi padre llorara. (Aunque sí que se indignó contra el equipo de gobierno del Ayuntamiento, por haber permitido lo que causó aquel incendio) De lo que estoy segura es de que, si hubiera sido más joven, habría ido allí corriendo para ayudar a rescatar obras de arte y documentos, como hicieron mis amigos Manuel Montoya y Domingo Sánchez Mesa.
Trabajo con varios franceses y estaban en shock, pero no más que los de otras nacionalidades, quizás porque esta catedral era un poquito de todos. Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad, ya haya visitado o no, debe sentir un profunda pena ante una pérdida semejante. Quizás por eso lloraba t padre, porque no hace falta conocer los sitios para empatizar con ellos. La historia que cuentas refuerza mi idea de que no hay que dejar las cosas para mañana, para la jubilación, etc. Porque cada momento tiene lo suyo. Espero que tu padre esté viendo el nuevo Liceo desde el cielo, y sonría al ver que le recuerdas.
ResponderEliminarYo estoy segura de que sí, de que ve el Liceo... y Notre Dame reconstruida.
EliminarImagino que a la sensibilidad innata de tu padre se le unirían las circunstancias que estaba atravesando... La destrucción artística es siempre una visión dolorosa,incluso si existen posibilidades de reconstrucción. El simbolismo de Notre Dame se mantiene incólume, pese a la majestuosa aguja derrotada y a la cbierta destruida. Renacerá de nuevo, como tantas edificaciones descalabradas en la última guerra europea, que han tenido una segunda vida imposible para los millones de víctimas humanas. Y hablando de seres humanos...ya querrían los cientos, miles, millones de seres humanos que malviven en este planeta nuestro, ser objeto de la misma querencia por parte de los grandes fortunones: Más de mil millones de euros dicen que se han donado ya para la inmortal Notre Dame. Y, como humano, me marea la vergüenza.
ResponderEliminarBuueno... En eso de los donativos para estas cosas, ya sabes que se mete sigilosamente por medio la palabra "impuestos".
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