Foto tomada del artículo ROMERO Y TÚ. Carta de Jon Sobrino a Ignacio Ellacuría.
Ayer se publicó en IDEAL de Granada un artículo que me gustaría haberos enlazado, para no tener que copiar palabra a palabra, pero no he conseguido encontrarlo en la Web, a pesar de que, aunque este periódico no tiene digitalmente en abierto la sección de Opinión, otros de esa misma cadena sí la tienen y hay veces que ofrecen el mismo contenido. Pero como no aparece por el momento… a copiar tocan.
SAN ROMERO DE AMÉRICA
José Mª Castillo
El próximo domingo, 28 de octubre, a las 6 de la tarde, se celebrará una misa, en la Parroquia de la Sagrada Familia, para recordar y –en cuanto es posible- hacer presente y actual en nuestras propias vidas la memoria de los mártires de El Salvador. Hablo de mártires relativamente recientes. Mártires que dieron su vida por defender a las gentes más amenazadas y peor tratadas en los duros años de la guerra que azotó el país más pequeño territorialmente de América. Esto ocurrió en los años que transcurrieron desde 1980 a 1992.
Como es sabido, el más importante de este grupo de personas heroicas, fue el arzobispo de San Salvador, ya canonizado, San Romero de América. Antes que al arzobispo Romero, asesinaron al jesuita Rutilio Grande. Párroco de El Paisnal, un pueblo pequeño que vivía del trabajo en el campo. Este buen cura fue asesinado (a balazos) por haber defendido a los campesinos frente a las injusticias que con ellos cometían a diario los dueños de aquellas tierras. Y por último, la masacre más brutal de seis jesuitas que trabajaban en la UCA (Universidad Centroamericana) de San Salvador. Además, fusilaron también a dos mujeres, que trabajaban en la Universidad y presenciaron el crimen. Cinco de los jesuitas mártires eran españoles. Y entre ellos destacaba el reconocido profesor Ignacio Ellacuría, rector de la Universidad.
El motivo por el que se cometió este crimen masivo y atroz fue la idea-eje, que ya intuyó el P. Rutilio Grande: cuando el pueblo sencillo sufre los efectos mortales del hambre y la miseria, la solución no es la “limosna”, sino que es apremiante llegar a la “justicia”, hacer “justicia” y dar a cada ciudadano lo que “en justicia” le pertenece.
Insisto en el tema de la “justicia”. Vivir de la “caridad” o de la “limosna” es humillante. Vivir de “lo que me dan”, eso es una vergüenza por la que nadie quiere pasar. Pero es que en El Salvador ocurrieron, en los años 70 y 80 del siglo pasado, cosas que da miedo recordarlas. Cuando mataron a los jesuitas de la UCA, me pidieron que yo fuera a ayudar en el vacío que dejaron aquellos profesores-mártires en la Universidad. Estuve yendo y viniendo 17 años. Y supe, de cerca, cosas que nunca hubiera querido oír.
El país entero era de unas cuantas familias, muy pocas. Los potentados que lo manipulaban todo y eran dueños de todo. Y esto es lo que denunciaron el arzobispo Romero y el rector de la UCA, el P. Ellacuría. Se cometieron barbaridades como, por ejemplo, en una noche, el ejército mató (sic) a todos los habitantes de El Mozote, una aldea en la que vivían unas 400 personas. Solo escapó viva una mujer. Por otra parte, el arzobispo Romero sabía que “se manipulaba” en la valija diplomática su correspondencia con el Papa. Y lo que se sabe con certeza es que la masacre de la UCA se hizo con permiso de las máximas autoridades del país.
Así funciona este mundo. Cosa que es posible por causa del miedo que nos tapa la boca cuando pensamos que habría que denunciar y protestar. El mundo está como está porque somos demasiados los que, por miedo, nos quedamos con la boca cerrada y los brazos cruzados.
Esta persona me suena mucho y no logro recordar el por qué.
ResponderEliminarHe leído que formado en Roma, inició su carrera eclesiástica como párroco de gran actividad pastoral, aunque opuesto a las nuevas disposiciones del Concilio Vaticano II.
Como arzobispo, denunció en sus homilías dominicales numerosas violaciones de los derechos humanos y manifestó en público su solidaridad hacia las víctimas de la violencia política de su país, donde desde hacía mucho tiempo gobernaba el ejército dirigido por una docena de ricos terratenientes.
Desgraciadamente cuando Romero, se mostró partidario de los campesinos y gente pobre, el presidente endureció la represión contra la Iglesia y durante la celebración de una misa en la capilla del Hospital de la Divina Providencia, en 1980, fue asesinado en el mismo altar por un francotirador.
Fue nominado al Premio Nobel de la Paz en 1979.
Está claro que siempre pagan los más débiles, o los que han plantado cara a determinados gobiernos corruptos o dictatoriales.
Su nombre completo era Óscar Arnulfo Romero y lo que no se dice la mayoría de las veces es que, antes de la persecución y muerte por las fuerzas paramilitares, también había sufrido el rechazo de algunos de los suyos. Y fue un hombre como los demás, un hombre que pasó miedo sabiendo que iba a morir.
EliminarEstos son los verdaderos héroes. Personas que solo salen de su anonimato cuando pierden la vida de forma violenta. Y aun así apenas ocupan unos titulares para pasar luego al olvido. Digo yo, con tanta televisión, con tanto programa innecesario y estúpido como hay, ¿no se pueden encontrar unos minutos para recordar a los que dan su vida por los más débiles?
ResponderEliminarEl Martirologio latinoamericano es extenso, se considera que son miles las personas que allí han dado su vida por los demás, pero sus nombres no serán conocidos ni subirán a los altares. Unos cuantos sí. Cierto que no ocuparán espacio en las tertulias de la tele, pero somos muchos los que los recordamos y sabemos que, cuando se habla de los errores y los fallos de la Iglesia, sabemos que hay otra Iglesia muy distinta, la verdadera Iglesia, el verdadero rostro del Jesús en el que creían esas personas y que las llevó a terminar como él.
EliminarMe ha asombrado y maravillado tu texto
ResponderEliminarGracias, pero como habrás visto, el texto no es mío, sino copiado de un periódico. Y tiene un autor, que no soy yo.
EliminarBuen recuerdo nos has traído de un mal recuerdo.
EliminarKisss y Kisss
Mis recuerdos de aquello son también, en cierto modo, personales, pues conocía a Jon Sobrino, otro de los profesores de la UCA que se suponía estaba allí y, cuando aquella noche vi en la televisión esa foto o una parecida, todo era mirar los cuerpos boca abajo temiendo reconocerlo. Pero no, ninguno se le parecía y, entonces, llamé a un profesor de la Facultad de Teología de aquí preguntándole: ¿Dónde está Sobrino? Y me contestó: Eso quisiéramos saber nosotros… Nadie sabía entonces que estaba de viaje y por eso fue el único que se libró de la masacre.
EliminarNo hacía mucho que había estado aquí y nos había dicho con toda tranquilidad a los alumnos de la Facultad que él tenía conciencia de que, cuando se sentaba en su silla a dar clase, debajo de ella podía haber una bomba. Todos ellos vivían sabiendo que estaban en el objetivo de los paramilitares, pero lo aceptaban como algo natural y lógico, como el precio que podían pagar por lo que decían y defendían. Algunas veces me he preguntado si las dos mujeres –madre e hija- que murieron con ellos serían conscientes también de a lo que se arriesgaban por trabajar allí y pienso que probablemente sí y también lo asumieron.