28/2/19

Del valor objetivo y el subjetivo




Imagen tomada de Wikipedia


      En Diciembre hizo 44 años que me mudé a esta casa. Con ello estrené la experiencia de vivir en un edificio de pisos, pero es que, además, supuso para mí conocer un tipo de personas que hasta el momento no había conocido o me habían pasado desapercibidas.

      Cuando fuimos tomando contacto los vecinos, empezamos a visitarnos, enseñándonos los unos a los otros nuestros respectivos pisos… y ahí llegaron las sorpresas. Muchos de ellos habían hecho mejoras sobre lo que entregó el constructor, mejoras que probablemente les había supuesto otro tanto del precio del piso. Vi cuartos de baño a los que nos les faltaba más que los grifos de oro de los jeques orientales. Vi cocinas ampliadas con la habitación de al lado y con muebles de diseño italiano. Vi cambios de suelos a un mármol mucho mejor, paredes forradas de raso o madera… Un lujo deslumbrante en algunos pisos, que reflejaba los buenos ingresos de los que los ocupaban.

      Pero ahora viene la mayor sorpresa. En esos pisos lujosos no había un solo cuadro. A lo sumo, el tradicional –entonces- cuadro de tienda de muebles, con su lago y su ciervo. Ni un cuadro, ni un mueble importante, ni ningún otro objeto valioso. Y no solo esto. Tampoco había libros, ni siquiera los comprados por metros o por colores (seis tomos verdes, seis rojos con letras doradas en los lomos) Me dije entonces que aquellas personas no tenían nada que ver con las que había conocido hasta entonces, que la sociedad había cambiado mientras yo estaba en otras guerras.

      Como digo, han pasado 44 años y a lo largo de ellos, muchas veces he pensado en esto y hasta he mantenido discusiones sobre el valor objetivo y el subjetivo de las cosas que elegimos para que nos rodeen, para convivir con ellas.

      Me explico.

      Hay cosas que tienen un valor por sí mismas, independientemente de nuestro gusto o nuestras preferencias. Por supuesto que ese valor se lo hemos dado nosotros, generaciones, culturas, civilizaciones… pero ya es un valor objetivo, no subjetivo. Pues bien, esta premisa ahora se discute. Te dicen tranquilamente que tener un Goya “ya no mola”, que ahora se prefiere enmarcar una tela o un papel pintado. En estas discusiones, yo he puesto a veces un ejemplo, que no es del todo exacto, pero se aproxima. He dicho que un diamante siempre es un diamante, que lo fue hace un siglo, lo es ahora y lo será el siglo que viene. Independientemente de que no nos guste llevar joyas o nos vuelva locas la bisutería.  Pues ni así, ni siquiera este ejemplo las/los convence de que un cuarto de baño lujoso o una cocina “de ensueño” no son un valor en sí, entre otras cosas, porque dentro de cinco años ya están pasados de moda, ya no cumplen la misma función, ya no “sirven” y se pueden cambiar por otros fácilmente. Solo es cuestión de dinero. Mientras el Goya, dentro de cinco años es el mismo Goya. Y dentro de cincuenta y de cien. Es un valor objetivo y la cocina tiene el valor que cada uno le da. O sea, subjetivo. Y, tristemente, en este momento se le da más valor que al Goya. 

      Como decían Las Niñas en “Ojú”:

Tiempo extraño, tiempo raro,
pa la peña en este planeta.

11 comentarios:

  1. La vestimenta de las casas depende no sólo de los gustos sino de las posibilidades.O si se trata de un piso de alquiler o propio. Hay viviendas para mostrarlas y regodearse y otras donde simplemente se vive entre salidas de trabajo y ocio. Todas esas variables inciden enn la preocupación o no por la decoración del lugar donde se mora.

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    1. Yo creo que, sea la vivienda propia o alquilada, fija o temporal, a todas se les puede aplicar lo que digo. No es cuestión, por tanto de posibilidades, sino de prioridades, ya que una de esas cocinas "de película" cuesta más que una obra de arte. Incluso un televisor cuesta más que un buen grabado, pero el problema es que mucha gente prefiere el televisor.

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    2. Todo depende de los gustos de quienes habitan la casa. Las viviendas suelen reflejar a sus moradores en las diferentes estancias. He estado de visita en casas deslumbrantes, llenas de objetos caros pero frías y en otras sencillas y acogedoras, con el sello reconocible y personal de sus habitantes; casas sin mármoles ni maderas nobles ni televisores extragrandes ni cuadros caros, con cocinas sin alharacas y sofás del Ikea en los que sentarse a tomar un café junto a una estantería hecha a base de bricolaje y en una vieja mesita reciclada.

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    3. Los vecinos que yo tenía antes de llegar aquí, vivían en casas grandes y antiguas, con muchas deficiencias y poco dinero para solucionarlas, pero eran personas que apreciaban ciertas cosas que los de ahora no aprecian, personas que conservaban como oro en paño cualquier objeto artístico que tuvieran, sin que les pasara por la cabeza venderlo para comprarse un televisor o cambiar los grifos del baño. Aunque ese objeto artístico fuera simplemente un plato de cerámica granadina antigua o un perol de cobre. Cuestión de prioridades…

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    4. Añado que, cuando una de mis tías vendió la rinconera del pasillo, no de gran valor pero bonita, para poner sillas de “Railite” en la cocina, pensamos que la edad estaba haciendo estragos en su cabeza. Pero no, lo que estaba haciendo estragos era las personas que había conocido y los pisos que había visitado.

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  2. En mi caso, lo único que nos legaron mis padres a mi hermana y a mi, fueron unos estudios para podernos ganar la vida con cierta solvencia, cosa que consiguieron al cien por cien, y el resto ha sido cosa nuestra, por ello todo lo que hay en mi casa, es algún que otro mueble decente y poco más, excepto un nivel de cultura medio y ganas de seguir aprendiendo.

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    1. Yo no estoy hablando de herencias, ya que las cosas artísticas y buenas también se compran y de eso viven los que las crean.

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  3. Visitaba hace quince días un museo en Winterthur en el que hay una sala donde se intercalan Van Goghs con Renoirs y Cezannes, y pensaba que los quería todos. No por el hecho de ganar dinero con ellos, sino por el placer de poseer algo bello. Es lo mismo que me impulsa a comprar libros de fotos, carísimos, pero que me hacen disfrutar o unas copas de vino de cristal tan fino como el de un vaso de sidra.

    El valor de las cosas no es solo económico; el principal está en su belleza intrínseca. Por cierto, si a alguno de esos que conoces le sobra un Goya, por favor, dales mi dirección. También me vale un Rembrandt. Creo que en el fondo, la gente moderna piensa así porque no tiene capacidad de emocionarse, algo que, los que podemos pasar horas viendo un rompeolas nunca entenderemos.

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    1. Lo siento. A ninguno de mis vecinos le sobra un Goya, pero si te emocionas con una cocina de tropecientosmil euros, te doy su dirección y puedes visitarlos.

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  4. El valor de la belleza, de lo artístico, es siempre subjetivo. Y está, como todo, sujeto al devenir de las modas y las tendencias. Un Goya siempre será un Goya pero está sujeto a los gustos de la sociedad que lo contempla en cada momento. Y lo que hoy es muy valioso, dentro de veinte años puede que no lo sea tanto (aunque tenga la misma calidad hoy que dentro de veinte años o hace cien). Y es ese valor subjetivo de la belleza el que consigue que la podamos encontrar en algo que no tiene valor de mercado, y/o que ni siquiera se puede comprar, como un atardecer o unos ojos que miran con ternura.
    Nada tiene que ver, pienso yo, con la decoración de un piso, cuyo interés real del propietario está en transmitir y manifestar un estatus. No buscaban la belleza, probablemente ni siquiera buscaban el rodearse de objetos que les transmitieran alguna sensación. Sólo un decorado bonito.

    Saludos

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    1. Estás negando la mayor. Yo creo que hay ciertas cosas que no están sujetas a las modas ni a las tendencias, que tienen valor en sí mismas. Otra cosa es que a las nuevas generaciones no se les esté educando para saber apreciarlas. Y lo malo es que, si no se les educa para apreciar la belleza en esas cosas, tampoco la encontrarán en el atardecer.

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